Desde París

El optimismo contra el pesimismo, el futuro con una sonrisa embebida de ilusiones o el otro con una mueca nefasta y sin esperanzas, los electorados del extremo centro de Emmanuel Macron y el de la ultraderecha de Marine Le Pen representan, además de sus posturas políticas, un perfil opuesto sobre la forma de ver la vida en Francia. Para los lepenistas, no hay salida ni perspectiva tangible, Francia está en pleno ocaso y la mejor forma de salvarse es cerrar todas las fronteras, proferir un “no” rotundo al mundo y quedarse en casa con la familia. Los macronistas, en cambio, miran el mañana con aliento, están abiertos al mundo y no sienten que su país se dirija hacia el crepúsculo. Marine Le Pen se inscribe en la mística del pueblo, del cual ella es la santa protectora, Macron en una suerte de espiritualidad carismática reivindicada que lo aparenta con la gestualidad de Steve Jobs. Macron propone “la Francia abierta”, Marine Le Pen la Francia “replegada”. La ultraderecha supo captar la desesperanzas y los miedos de los desencantados y los desconectados, el centro liberal de Macron olfateó que, en contra de la idea de que Francia es un país de malhumorados y deprimidos, había un electorado que tenía fe en sí mismo y en su país. 

Los estudios de opinión sobre la personalidad de los electorados de Macron y Le Pen retratan esas dos perspectivas de la vida: una encuesta de IFOP cuenta, en cifras, esos dos países distantes: 72% de los electores de Emmanuel Macron tienen confianza en el futuro: 71% de los electores de Marine Le Pen ven el porvenir todo en negro. Jérôme Fourquet, director del departamento opinión de la consultora IFOP, comenta: “la postura y el discurso muy optimistas y positivos de Emmanuel Macron son un elemento esencial de su éxito. Del otro lado, Marine Le Pen tiene un éxito completo entre los pesimistas. Aquí tenemos las dos francias”. Emmanuel Macron fue una suerte de interruptor que se encendió de golpe cuando, en 2016, renunció a su cargo de ministro de Economía, lanzó su movimiento En Marche! y, sin programa comunicado ni partido político, empezó a organizar mítines que más se parecían a las presentaciones que hacía Steve Jobs sobre los productos de Apple que a un acto político. Marine Le Pen ya tenía a los pesimistas cautivos. Su padre y fundador del Frente Nacional, Jean Marie Le Pen, llevaba décadas de retórica nacionalista y decadente. Su hija esgrimió la misma antorcha, decoró las aristas de los fachos, les sacó las camperas negras, les puso corbata y normalizó a la ultraderecha. Marine Le Pen esculpió paso a paso la escalera de su ascenso hacia las máximas preferencias electorales. A Emmanuel Macron nadie lo vio venir. Su “positive attitude” fue al principio objeto de sornas y cargadas. Hoy se la ve como un as de oro de su conquista política. 

Esa oposición entre optimismo/pesimismo se hace extensiva a los demás candidatos. Incluso si los votantes de Marine Le Pen concentran al máximo de pesimistas (71%), a la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon lo votan el 52% de pesimistas, al socialista Benoît Hamon el 37%, al derechista François Fillon 52%. En comparación, Macron sólo atrae a un 28% de pesimistas. El estudio sobre la sociología de los electorados aporta otra precisión: no se trata de una cuestión de perfiles entre nuevas y viejas generaciones. En el caso de Macron, es, ante todo, una posición ante la existencia. El candidato de centro liberal seduce con los mismos porcentajes (27%) a los jóvenes con edades entre los 18 y 24 años que a las personas mayores de 65. 

La mística del positivismo confrontada a la mística del pueblo olvidado por las elites, la Francia urbana, central y conectada contra las zonas periféricas y desindustrializadas que se siente traicionada por las alternancias entre la izquierda y la derecha. La primera, París, Lyon, la conocen todos, es la Francia que habla con el mundo y es a esa Francia la que Macron encarna. La otra sería la Francia de Hayange, aquella localidad del noreste ganada por el Frente Nacional en en las elecciones municipales de 2014 cuyas siderurgias fueron cerrando a raíz de las llamadas deslocalizaciones. En este duelo Macron/Le Pen la confrontación electoral ofrece otras perspectivas de lectura. Cuarenta por ciento de las personas que votarían por Macron piensan que Francia debería abrirse más al mundo contra apenas 6% de los que votan por Marine Le Pen. Macron es un liberal hecho a la medida de la Europa bancaria del Siglo XX, pero su electorado proviene, mayoritariamente, de la izquierda y del centro (47% y 44%). Los liberales puros son minoritarios entre sus simpatizantes (22%). La influencia de ambos candidatos en esta campaña no corresponde en nada con su poder político. El Frente Nacional sólo gobierna en 14 municipalidades de las 36.000 existentes y apenas tiene dos escaños en la Asamblea Nacional y dos en el Senado. Macron y su movimiento En Marche! no gobiernan en ninguna y ni siquiera cuenta con diputados. Ambos lideran, sin embargo, las intenciones de voto para la primera vuelta del próximo domingo: por un lado, está Macron y su casi partido hilado con sensaciones a cuyo frente está este ex banquero de 40 años que supo embrujar con su aura “crística” (“no niego la dimensión crística” dijo Macron en una ocasión)y sus narrativas de “ruptura” con el sistema de partidos: por el otro, Marine Le Pen, la heredera de un partido fundado en la década de los 70 por un puñado de nostálgicos colonialistas, ex combatientes de la guerra de Argelia, y por colaboracionistas de la Segunda Guerra Mundial. Extravagante, dos veces Donald Trump en una misma consulta.

El euroliberal educado y la aplanadora de Europa que ambiciona romper con el euro y la dinámica europea en nombre de la “soberanía del pueblo”. El amor a todos y a los buenos negocios contra el odio a los “tóxicos” diferentes como mascarón de proa. Marine Le Pen es la localidad de terruño que desafía la sed del mundo, Macron es el globalizado que pretende conciliar al terruño con el mundo. El miedo y la aventura. El duelo está abierto entre ambos pero parece haber quedado afuera la forma más tradicional de la confrontación entre derecha e izquierda. La disyuntiva Le Pen- Macron todavía transita por la cuerda insegura de la indecisión de los votantes –todo un record–, el abstencionismo acuñado en el desencanto, la volatilidad electoral y la persistente voluntad de los electores de cambiarlo todo, de sacar del juego a los políticos de antes y elegir lo que combata el miedo o siembre otras esperanzas. 

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