El regreso de River a su estadio no fue con el brillo futbolístico que se esperaba, para estar a la altura de un escenario acondicionado de manera estelar. El detalle particular radica en las distancias que existen entre el juego que muestra en el ámbito local, y el que ofrece en el plano internacional.

La actuación de River ante Palmeiras de Brasil, en enero pasado, cuando marcó una superioridad abrumadora ante el campeón de América, en la victoria que finalmente no le alcanzó para acceder a la final, no logra repetirla ni en la Copa de la Liga ni en la Copa Argentina. El equipo, en los certámenes internos, no puede igualar ese rendimiento y se mezcla con la irregularidad del resto.

La contundencia que pueda tener frente al arco adversario, como la que mostró ante Central con los goles de Borré, Montiel y De la Cruz, no despejan las falencias que posee, principalmente en el momento de tomar la iniciativa del desarrollo. La situación ante los rosarinos se resolvió favorablemente a los 13 minutos del segundo tiempo, cuando se fue expulsado Mazzaco por una infracción violenta.

Central se quedó con diez jugadores, y a partir de ese momento el partido fue dominado por el local hasta el final. Lo que sucedió antes de eso fue un duelo parejo y con el control de la pelota de manera repartida, algo que River no suele otorgar cuando se presenta en un torneo continental. El conjunto, para que eso ocurra, no se lanza a presionar en el campo rival como es su marca característica.

El factor que más identifica al equipo de Gallardo ante rivales de otro país no lo termina de imprimir aquí, y el adversario consigue tener más espacio en el campo. Lo mismo le pasó frente a Estudiantes en la primera fecha, y lo pagó muy caro. En este caso, todo quedó disimulado por la goleada en su propia cancha.