"Alejandra compró esmalte dorado", narra Ana Wandzik en uno de los poemas de su nuevo libro, Un huracán lento (Rosario, ediciones Danke, 2016). "Anita iba a leer poemas nuevos", evoca Alejandra Benz en su reciente poemario, La edad de Eva (Rosario, Iván Rosado, 2016). Ambos textos relatan experiencias compartidas (una salida, una lectura de poesía) donde cada autora es personaje en la obra de la otra.

Ana Wandzik nació en 1981; Alejandra Benz, en 1982. Las dos egresaron de distintas carreras de la UNR (Arte y Psicología, respectivamente) y viven en Rosario, donde Ana codirige junto con Maximiliano Masuelli la editorial Iván Rosado, que publicó este y los dos títulos anteriores de Alejandra. Tanto en su contratapa firmada al libro de Wandzik como en un poema de su propio libro, Benz se refiere a su editora y colega como una DT que sale a jugar a la cancha. Los de Wandzik, según Benz, son "poemas de equipo", "colectivos", "tribales".

La edad de Eva alude, desde el título, a los 33 años que tenía Eva Duarte de Perón cuando murió, el 26 de julio de 1952 a las 20:25; "hora en que la señora entró en la eternidad", decían los locutores. Es también "la mesma edad de Cristo" que menciona José Hernández al presentar los 33 cantos del Martín Fierro. Y la de Alejandro Magno al morir. Y la de Alejandra Benz al escribir este libro, el año pasado.

Tanto Benz como Wandzik pertenecen a la generación que nació al final de la dictadura: los "millenials" de la cultura global. Las dos autoras nacieron con Saturno en Libra, suponiendo que esto sea un dato (del planeta Saturno dicen los astrólogos que restringe o aporta estructura; de Libra, que este signo rige las relaciones humanas). De esta generación ambos libros dicen algo en primera persona, del singular o del plural. Una voluntad de reflexión sobre la propia identidad, a lo ancho de un grupo definido por afinidades electivas ideológicas, amorosas y culturales, surcada por frescas brisas de humor y cariño, se deja leer en La edad de Eva y Un huracán lento.

"Me acordé de un video/ y no me acordé de la música: unos chicos escapaban/ en un fairlane./ Chicos: ¿adónde se fueron?/ ¿Y toda esa juventud derrapada,/ que transparente/ nos atravesaba?", pregunta Ana Wandzik. "Me importa el futuro de los otros": con este verso abre su libro Alejandra Benz. La propia experiencia vital es el material con el que trabajan estas poetas. No se trata sólo de apuntes espontáneos sino que la inmediatez, fetiche de la poesía de los '90, es recobrada a través de mediaciones que ingresan al poema para ser pensadas en forma de serie (en Benz) o de constelación (en Wandzik).

Así, mientras la escritura de Wandzik busca anudar figuras a partir de todo lo que se encuentra junto en un mismo lugar y momento (abarcando varios niveles, entre la memoria y la realidad doméstica), la de Benz traza genealogías de mujeres fuertes en diferentes rubros.

Tanto en la cumbia como en la literatura o la política, el canon personal de ídolos femeninos populares de Benz no excluye las contingencias del acto de lectura ni el azar necesario por el que cada obra reconocida o imagen pública tocó su propia vida o las de las mujeres de su familia, también amadas y admiradas. Ella desarma toda solemnidad al construir sus retratos sobre detalles de vestimenta, moda, o chismes picantes: lo menor. Se apropia de consignas para subvertirlas y se dirige a sus idolatradas con familiaridad tierna, trayéndolas al ámbito íntimo del propio círculo de amistades.

Así, Emilia Bertolé es una lectura el lunes contra un árbol y también la "rusita pampeana". A Lía Crucet se la invoca dos o tres veces, una de ellas para situar en la tradición que ella representa a "Virgen Negra" (la artista plástica y poeta Virginia Negri), voz de la banda de cumbia Guerrilla Espiritual (y autora de uno de los 4 textos de contratapa del libro de Benz). "Si Evita bebiera", se titula un poema donde Benz le cuenta a "la rubia" que "juntarse es más difícil ahora" y que "parece que después de los treinta va a ser peor".

Los afectos, la pareja, la familia, la construcción del propio espacio vital de la casa y el jardín, el grupo de amigos que se junta pese a las inclemencias del clima (la sudestada, en Wandzik; un terremoto, en Benz), son en ambos libros el pequeño mundo desde donde se irradia sentido hacia el gran mundo de la cultura y sus mitologías contemporáneas. El propio padre es leído como una playlist, una lista de canciones rockeras de otros tiempos. El poder del tiempo se expresa a través de un reloj roto que sigue funcionando. (Cronos, en el mito griego, era el padre tiempo, el Saturno de los romanos que da su nombre al planeta que retorna aproximadamente cada treinta años).

Por lo demás, se trata de voces poéticas bien distintas. La voz de Benz fluye en eficaces monólogos dramáticos, algunos ligeramente cómicos, que parecen pensados para resonar en el público de un pequeño recital. Su maestría en el remate es insuperable; convoca al aplauso. Al igual que Fabián Casas en los años '90 o que los poetas isabelinos del siglo XVII, es común que cierre el poema con una máxima general sobre lo particular. Su poema Glamour tropical culmina con este dístico final: "porque así es el amor/ arder en el techo del mundo".

Menos racionalista, más introspectiva, no tan firme ni tan segura pero capaz de dar como inesperadamente con profundidades, Wandzik pareciera tomar su método de la plástica. Sus poemas semejan dibujos al natural, hechos en casa en el silencio de la noche: hay al mismo tiempo en su obra un tanteo respecto del lenguaje y una atención al detalle de lo que está presente en la fantasía o las inmediaciones. Ana Wandzik también publicó Galopa y otros poemas (Neutrinos, 2013).