Habiendo terminado en 2015 la carrera de Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires, Leonardo Giaimo decidió hacer un doctorado en la Universidad Nacional de Mar del Plata, donde comenzó a dar vueltas su proyecto de Urbanismo Queer, a partir de su tesis en 2019. Presentado como un mix de arquitectura, urbanismo y activismo, el proyecto se mueve sobre una serie de preguntas que cuestionan cómo construimos y habitamos los espacios, y si lo queer puede intervenir esos espacios o termina domesticado por ellos. Creciendo en 2020, a pesar de la pandemia, Urbanismo Queer se propone habilitar una discusión pero también sostener propuestas en distintos frentes: participando en redes, con investigaciones interdisciplinarias e intervenciones académicas y a partir del consultorio de un equipo integral de diseñadores y profesionales de diversas áreas, quienes habitan el espacio desde la disidencia para proyectar aquitectura inclusiva. En un blog que tiene entradas que vinculan arquitectura y urbanismo con la novela Las Malas de Camila Sosa Villada o con los cómics de Tom de Finlandia, Giaimo también expone algunas de sus investigaciones en curso, como la relacionada al sistema de sanitarios inclusivo en ámbitos académicos de Argentina, Chile y Uruguay, donde no reproducen lo binario en la identificación de los baños.

En actividad permanente, además de sostener su proyecto de Urbanismo Queer, Giaimo participa en 100% Diversidad y Derechos y en la colectiva feminista Ciudad del Deseo, y es asesor en Género y Diversidad del Instituto de Hábitat y Territorio del Colegio de Arquitectos de la Provincia de Buenos Aires. Si eso fuera poco está comenzando el primer año de sociología en la UNSAM y a punto de arrancar la Diplomatura en Géneros, Políticas y Participación en la UNGS. No sabemos cómo lo hizo, pero también tuvo tiempo para dialogar con el SOY sobre su proyecto de fusión entre arquitectura, urbanismo y activismo queer.

¿Cómo surge el cruce entre el urbanismo y lo queer?

-Cada campo de estudio tenía su lenguaje técnico, y cuando digo “tenía” es expresión de deseo, pero aquí pensamos desde el urbanismo con términos de la sociología, de las ciencias políticas, desde los códigos de la planificación urbana y desde los términos de proyecto arquitectónico, nada más queer. ¿Qué sucede cuando lxs arquis leemos a Paul B. Preciado, a Jorge Esteban Muñoz, a Sara Ahmed? ¿Qué sucede cuando lxs urbanistas leen a Marlene Wayar, a Néstor Perlongher? Los feminismos, las teorías de géneros y queer habilitaron ese enrarecimiento de los diálogos. Las experiencias urbanas de disidencias activas, militantes, encarnaron esos corrimientos, esas migraciones y se expresan en un espacio hostil, la ciudad.

¿Una ciudad es un territorio de disputa desde el deseo de lo público?

-Culturalmente sabemos subsistir casi exclusivamente en ciudades, es el producto más complejo del capitalismo y ahí volvemos al sitio hostil quienes nos queremos desmarcar de las categorías y deseamos (ahí sí, es deseo), deseamos lo público (y lo privado, y lo social y lo comunitario), deseamos lo que nos han prohibido. Desde los feminismos urbanistas y otras perspectivas afines han/hemos recuperado los conceptos de Derecho a la Ciudad, aplicándole lecturas con perspectiva de género, por supuesto, eso también es deseo, es reclamo, es decir que si la ciudad es el único espacio habilitado para la vida dejen de expulsarnos.

Planteás un pasaje crítico de la idea de ciudad a la de ciudadanía desde lo queer, ¿a qué te referís con eso?

-Ciudadanía, ciudad, espacio público ¿Qué son? Lo que buscamos es que nos aproximemos a preguntas más amables: ¿Qué están siendo? o ¿Qué son para quién? Queremos salir del diccionario, más aún si es “Real”, ese es el rol de los estados, al menos tal como los conocemos hoy… queremos cuestionar las categorías porque las que tenemos nos violentan, en todos los campos. Eso es un ejercicio hermosamente queer. Cuirizar la ciudad, la espacialidad. Es cuestionarla para ir desmarcándola de las categorías opresoras. ¿Quién está pudiendo ejercer la ciudadanía? Las personas interpretadas como blancas, sanas, cultas, correctas, etc… de todos los géneros e identidades, pueden hablar con el estado: ejercen la ciudadanía y hacen ciudad. La inequidad se sostiene sobre lxs cuerpxs migradxs y racializados, especial y espacialmente. Ojo que cuando decimos migrar decimos migrar de todos los territorios: “Irse de todos los lugares, eso es ser travesti” dice Camila Sosa Villada en Las Malas… sí, es eso, es irse de la geografía, del género, de la funcionalidad o corporalidad hegemónica, etc… cualquier corrimiento es político porque sostenerse en el espacio estanco es un ejercicio del que no queremos ocuparnos aunque eso nos lleve todo el tiempo a enfrentar las violencias.

¿Y cómo se imponen esos espacios estancos que nos violentan?

-La ciudadanía es una categoría que, como a todas las categorías, queremos correr, romper, volver a proyectar y, ahí la advertencia: no queremos estancarlas. Los compartimientos estancos son espacialidades que buscamos todo el tiempo, acá-se-cocina/acá-se-come, y así la vida, y peor aún porque aquí cocina/lava/plancha la persona feminizada ergo empobrecida, oprimida y penetrable y por allá pongo un vestidor que tiene el mismo tamaño que toda la habitación de servicio, digo, para ir traduciendo términos de proyecto de la arquitectura doméstica residencial, pero así es también la planificación urbana: por arriba el auto que es eficaz y lineal y por abajo las movilidades menos productivas. Pero ¿Quiénes manejan? Y, hoy, en este contexto de pandemia cuando se afirma esa potencia del transporte privado como espacio sano/protegido, y el transporte público como foco de la transmisión del virus ¿Quiénes son descartables y transmiten/transitan? En eso también colabora, es cómplice, la planificación urbana.

¿La principal forma de violencia arquitectónica es también la delimitación urbana de lo público y lo privado?

-En términos de lo público y lo privado, eso también es parte de categorías que se siguen pensando en términos binarios, que repiten la lógica de lo habilitado, de lo impermeable (lo im/permeable lo tomo de PJ DiPietro). Decimos que si lo personal es político, lo privado es público (o podría serlo). Recuperamos a María Rodó-de-Zárate que, entre otras autoras, desgranan ese binarismo en la experiencia urbana, las personas queer enfrentamos la expulsión de los hogares privados, tanto como lo hacemos en los espacios públicos, la experiencia en el hogar condiciona la experiencia urbana, no podemos sostener nuestro deseo trans*, queer, rarx en casa y deseamos “besarnos en las plazas de todas las Repúblicas, en las puertas de las Santas Catedrales de todas las Canalladas”, en el poemario de Susy Shock, pero recordamos que allí “todavía te matan por un sodomo y gomorro beso”. Deseamos lo público porque no está habilitado, para recorrer plenamente una ciudad hay que cumplir con necesidades tan básicas como mear/cagar, dice en un texto hermoso de Preciado. Hasta allí llegan las condicionantes, por ejemplo, deseamos ir al baño y, si lo hallamos, porque casi no hay sanitarios públicos en las ciudades, enfrentamos la frontera de una puerta signada en clave, casi siempre, de hombre o de mujer (o de discapacitadx) y siempre adultx.

En tus planteos es central la experiencia travesti-trans urbana como crítica a la violencia arquitectónica.

-Sí, hace pocos días en la formulación de un trabajo para un seminario sobre Hábitat social, vivienda e Infraestructura popular, recuperaba a Lohana Berkins, en su Cumbia, Copeteo y Lágrimas, decía la traviarca: “Muchas nos hemos visto forzadas a abandonar nuestros barrios, nuestros pueblos, nuestras ciudades y nuestras provincias -a veces hasta nuestros países- durante la adolescencia o la juventud con el objetivo de buscar entornos menos hostiles o el anonimato de una gran ciudad, que nos permita fortalecer nuestra subjetividad y otros vínculos sociales en los que nos reconozcamos.” En esas ciudades no fuimos mejor recibidxs. La ciudad nos cobija de forma precaria. Las disidencias construimos refugios propiamente en las ciudades, de manera colectiva y en domesticidades y conformaciones que no son nucleares, ni heterocisnormadas ¿Cómo responde la arquitectura a conformaciones familiares que no reproducen la norma? ¿Cómo se desliga de marcas preasignadas, de roles establecidos por géneros y otras violencias? Son estas resistencias las que debemos evitar reproducir. Cuestionarlas es un primer paso, cuestionar las prácticas es otro.

Ese cuestionamiento a las ciudades es posible si se conocen los testimonios trans y disidentes, es necesario que primero salgan a la luz, habiten lo público...

-Nos falta memoria urbana y nos sobra segregación, de nuevo, espacios estancos, entre cuatro paredes“Allí lo que deseen, pero aquí no”. Hay fragmentos de ciudad, horarios habilitados para usos predeterminados. Las personas queers, las personas travestis y trans, las disidencias, lxs gordxs, la diversidad tiene recortada la experiencia urbana, física y simbólicamente. “Nuestras memorias o nuestras genealogías pueden rastrearse en tres lugares: los hospitales, las calles y los medios de comunicación. Los cuerpos, las subjetividades, las identidades, los discursos y las representaciones sobre lo trans emergen con fuerza en estos tres escenarios” dice Andrea García Becerra en Tacones, siliconas y hormonas, un trabajo hermoso desde la etnografía que propone una lectura de la experiencia urbana desde su barrio en Santa Fé, Bogotá. Y localmente agregaríamos: las comisarías. Hay una geografía travesti que podría mapear perfectamente las violencias institucionales ejercidas y en ejercicio sobre las identidades trans allí. Eso también es violencia desde el diseño urbano.

¿Qué es necesario para que una ciudad como CABA tenga una perspectiva queer?

-Aquí también nos falta recuperar la memoria espacial/territorial de aquellxs personas trans, queer, de la disidencia que hicieron y hacemos ciudad. Hay una estación de subte y una plaza dedicada a Carlos Jáuregui, sí, una senda peatonal arcoíris en casi todas las ciudades que acepten dólares LGBTI+, sí, pero en el parque de la memoria de CABA no hay señal alguna de una Aldea Gay a la que prendieron fuego. No hay marcas que habiliten a discutir la historia de resistencia que fue cada tetera de la ciudad donde ardieron sexualidades maricas y variopintas perseguidas por gobiernos y ciudadanías, iglesias y cleros de facto y así.

¿Desde Urbanismo queer hubo alguna intervención concreta para el cambio en CABA?

-Durante la audiencia pública para la modificación del código urbanístico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en 2018, participamos con 100% Diversidad y Derechos y activamos unas notas a lxs legisladores porteñxs donde recuperábamos la propuesta sobre un artículo del proyecto de código que habilitaba la creación de un Programa de Equidad de Género e Inclusión de la Diversidad Sexual. Paso a paso del debate el artículo perdió fuerza pero quedó aprobado, por supuesto nunca se reglamentó ni puso en vigencia el programa. Vamos a recuperar estas acciones, estamos pensando un taller sobre Urbanismo Queer y Arquitectura Inclusiva, en el Campus Virtual en Diversidad y Derechos de 100%.

¿Y existen formas del presente que resistan a la opresión arquitectónica?

-Las disidencias no esperamos la invitación para hacer ciudad, hacemos ciudad, a quien le falta lectura de ese hacer ciudad es a las instituciones estancas. Las disidencias bailamos y vogueamos en las plazas, con esos ballrooms recuperamos un ejercicio de ciudadanía, representación cultural urbana y construimos espacio público, inclusive durante la cuarentena. Hay unas hermosas houses, que son verdaderas familias/casas, donde la interpretación del cobijo disidente, de esa expulsión de los hogares es contenida en otros lazos, también familiares, también arquitectónicos pero disidentes. En Buenos Aires House of Glorieta, House of Lepiróptedos y otras tantas casas ejercen su derecho a la ciudad sin preguntar, proyectan usos diversos de la espacialidad urbana, cuestionan lo urbano; de hecho, hay colegas arquis entre sus mothers, hijes y familiares ¿Casualidad? Esas experiencias urbanas no esperan que cambie un código.

También participás en proyectos como Ciudad del Deseo.

Creo que fuimos proponiendo algunas ideas. Creo que al urbanismo se le exige desde lo proyectual, desde el lenguaje técnico arquitectónico, una intervención siempre física, material, pero no está dispuesto a modificar esa materialidad. Natalia García Dopazo entre los debates que compartimos en Ciudad del Deseo, colectiva de urbanismo feminista con la que tejemos todo el tiempo, propuso una lectura muy poética: “El patriarcado en la ciudad es el hormigón”. Dentro de esa colectiva hay personas con las que, colectivamente y en red, construimos todo el tiempo ideas que ponen en crisis desde los feminismos las violencias urbanas. Creo que también nombrarnos individual y colectivamente a la vez es un juego cuir sobre el lenguaje.

¿Y cómo ejercen la arquitectura desde un lugar queer?

-Para hacer arquitectura tenemos nuestro consultorio, le disputamos el sentido al espacio que evoca prácticas médicas muchas veces violentas para con niñxs, mujeres y disidencias, allí atendemos sin prejuicios, evitando reproducir en la arquitectura que proyectamos colectivamente, eso incluye (y siempre debería haberlo hecho) a quienes la habitarán para que, justamente, la arquitectura no domestique hábitos sino que dé cobijo a la diversidad. Hay otros modos de practicar todas las profesiones, hay otrxs profesionalxs que queremos hacer de nuestras experiencias personales y colectivas, activistas, herramientas de cambio, real, efectivo y hoy. No hay otra forma de hacer, no hay modos otros de accionar, no somos la otredad, somos espacios sin violencias, buscamos la emancipación: “El origen de nuestra lucha está en el deseo de todas las libertades” es una consigna que perdura.

Sitio oficial de Urbanismo Queer