Memorias de una presa política es un relato que Graciela Lo Prete comenzó a escribir en la cárcel de Villa Devoto, en 1975, y que continuó en su exilio en París, hasta que decidió quitarse la vida, en 1983. Misteriosamente o no, mucho tiempo después, el texto llegó a las manos de Cristina Pinal, amiga íntima y compañera de prisión. Hace once años fue publicada la primera edición, y el material sorprendió tanto por su valor documental como artístico. El libro retrata la vida en común de un grupo de presas políticas en la antesala de la dictadura militar; una experiencia alternativa de convivencia, basada en la amistad, la solidaridad y la horizontalidad, que fascinó y transformó a “La Lopre”. Hoy, en el Centro Cultural Paco Urondo (25 de mayo 201) a las 18.30, será presentada la segunda edición.

Lo Prete, ex estudiante de Sociología, había militado en Vanguardia Comunista –grupo maoísta que se oponía a la lucha armada–, pero ya no al momento de su detención, que se produjo como arrastre de la de su pareja. La cárcel movió su mundo y otorgó un nuevo sentido a todas las cosas. Escribió sobre las peñas que comunicaban a los pabellones, transcribió las cartas que le mandaba su compañero, contó los juegos que las distraían (como el de la copa o el truco), cómo eran las visitas, los debates (sobre psiconálisis, activismo universitario o la sectarización de la política), las discusiones entre los grupos (Montoneros, ERP, peronistas, maoístas e independientes), episodios como un homenaje conjunto de todas las organizaciones a los fusilados de Trelew y la situación de las presas comunes, entre otras cosas. Relató cada escena en detalle y con la complejidad y la mirada crítica propias de alguien que ya no se identifica en una afiliación.

  Y pintó con belleza y ternura a cada una de sus compañeras, como María, delegada de las presas en el HPC (el hospital del penal). María es el seudónimo de Angela Ahuad, militante que luego fue secuestrada en la Iglesia de la Santa Cruz y desaparecida. Muchos años después del suicidio de “La Lopre” con barbitúricos, fueron algunas de sus compañeras de prisión las que decidieron publicar el escrito –Mary dal Dosso, Cristina Raschia, Cristina Pinal, Silvia Gabarain y Graciela Dillet–. Pinal se define como su “alma gemela”. Es terapeuta corporal, y en enero de 2000 llegó a uno de sus talleres Claudia, a quien reconoció como compañera de militancia de los sesenta. Resulta que Claudia había sido la encargada de vaciar el departamento de la hermana de Graciela –de quien era amiga– tras su fallecimiento. Y allí había encontrado el extraordinario relato de Lo Prete.

  Esta mañana sobre la mesa del comedor de la casa de Pinal hay un sobre del restaurante que tenía el padre de Graciela Lo Prete. Y dentro del sobre está el texto, inconcluso, escrito en doble faz en hojas rayadas, cuadriculadas y lisas, con una vieja Lettera. También hay una caja con fotos y cartas de su amiga, quien desde su exilio en París les escribía a sus compañeras de encierro. Las fotografías muestran a una mujer bella y coqueta, de mirada profunda y salvaje. Desde Tucumán, para la presentación de la segunda edición del libro, llegó Alba. En el libro es Blanca, una mujer que curaba a los guerrilleros heridos del monte tucumano. Alba se acuerda del día en que vio por primera vez a La Lopre: “Yo vi entrar a una chica muy elegante, con botas, y para mis adentros decía ‘¿qué hace esta aquí?’ Era una chica triste, para mí. Y tenía los ojos muy abiertos, mirando todo lo que pasaba en el pabellón. Era moderna y elegante. Con la convivencia se iba acercando más a nosotras”, dice. El “nosotras” alude, seguramente, a las chicas humildes y menos intelectuales que habían llegado desde Tucumán. Alba todavía llora. Pinal y ella se toman de la mano prácticamente durante toda la entrevista con PáginaI12.

  Pinal también había militado en Vanguardia Comunista, así que conocía a “La Lopre” desde antes de la convivencia carcelaria. “Ella siempre tuvo una falta de contención. Su padre estaba muy dedicado al trabajo, era muy cerrado. Primitivo en sus ideas. La mamá se ve que era bipolar. Tenía una afección psíquica. Ella y su hermana siempre estaban siendo cuidadas por institutrices y demás. Así que le faltó ‘maternaje’. Se nota en el libro: ella lo encuentra, increíblemente, en la cárcel, así como también encuentra la entrega a las demás. Aunque esté tajeada por el sectarismo, lo que siente ahí no lo sintió nunca”, explica. Y puntualiza: “Toda la primera parte del libro refleja una experiencia alternativa de convivencia, que se fue perdiendo cuando llegaron cuadros políticos de importancia”. En la segunda parte, Lo Prete narró el traslado de las detenidas del HPC a la planta que reunía a todas las presas políticas en distintos pabellones.

   “Es un libro incómodo, polémico, porque habla de una época de la que nadie habla. La última época de Isabel, el pre-golpe, y todo lo que pasa ahí. No era solamente la Triple A, había montones de presos, de persecución política, y esas cosas locas que hacía el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), como si estuviéramos en una dictadura militar”, define Pinal. Como escribe María Moreno en el epílogo, las voces de los presos políticos han permanecido acalladas, como las de los exiliados, y también por eso esta historia es importante. Por su parte, en la introducción, Virginia Feinmann destaca “el enfoque de género” del relato. Para Pinal, Lo Prete “desnuda lo que es la mujer, en un grupo en el que era militante. Así como agarraba un arma o un pincel e iba a pintar paredes, además era madre, esposa y amante, y tenía que seducir”. “Desnuda el machismo. Incluso ella lo tiene. Todavía confiaba mucho en los muchachos pensadores, en los cuadros políticos. Pero se adelanta muchísimo a lo que vivimos hoy, con respecto al feminismo”, analiza la terapeuta. El prólogo del libro lleva la firma de Cristina Feijóo.

  Durante un buen tiempo, Pinal creyó que la escritura en la soledad de París no había favorecido al ánimo de la autora. Que, por el contrario, había alimentado aquello que ella llamaba el “virus”. Sus bajones, su angustia. Con el original sobre la mesa, Pinal revela otra conclusión posterior: “Una terapeuta mía, a la que tuve que recurrir en los momentos en que llegó esto, me hizo ver lo contrario. Escribir la sostuvo. Porque escribió una historia en la que descubrió que la vida podía ser de otra manera. Que la solidaridad, el amor e incluso la política, que ella había abandonado, existen”. Esta tarde, de la presentación participarán Pinal, Silvia Gabarian, la escritora Luciana de Mello y el editor Esteban Mestre. Además, será proyectado el documental Memoria de un escrito perdido, de Cristina Raschia.