La nueva novela de Alicia Plante, El menor (Adriana Hidalgo), protagonizada por un ingeniero codicioso que debe convertirse en investigador a causa de la desaparición de su hermano, está basada, como se advierte en la promoción de series y películas, en hechos reales. Aunque de otro modo. “Esta novela tiene tentáculos metidos en mi propia historia que yo tampoco comprendo cabalmente –cuenta la autora, una de las representantes más destacadas del género noir en el país-. Llegar a ver al propio padre fuera de cuadro y a la vez con una frescura inesperada, promotora de actos extraños como escribir una novela, y a la vez la necesaria para dejarlo ahí, al costado del camino, como un testigo, mientras se inventa un personaje que tiene algunos reflejos suyos, solo eso, y usar el perfil remoto, imaginario de su hermano, mi tío, para componer otro personaje que tiene poco que ver con el verdadero son ejercicios que movilizan y que no recomiendo. Lo autobiográfico siempre puede pialarte las palabras, las ideas”. Marcadas por el acento impasible de la escritura de Plante, que va de la superficie de los hechos a los móviles ocultos (no solo para los lectores sino también para los personajes), las palabras y la trama de El menor tampoco escapan, como fija el género de la novela negra, de una crítica al contexto social.

“Pero algo le pasaba, algo había cambiado, afuera, en su mundo hecho de costumbres reiteradas, y adentro, especialmente en aquel pliegue muy profundo donde palpitaba la noción de sí”, se lee en la nueva novela de la narradora y psicóloga. Guiada por la figura ambigua de Martín Figueroa, el hombre que (cree que) se hizo a sí mismo, la historia comienza a bordear una atmósfera de acciones y sentimientos en estado de corrupción.

La novela va del ámbito privado al público de la mano de Martín. ¿Cómo construiste a ese personaje prismático y ambivalente?

--Evolucionó casi por sí mismo, tan seguro de sus objetivos, de su proyecto para la vida, que estaba condenado a dudar, a desplomarse desde cimientos muy rígidos. Quizá los valores que motivan cada una de las cosas que Martín elige no le fueron explícitamente inculcados en el hogar; quizás ese padre duro e inaccesible no habló nunca con él sobre lo que debía hacer. Pero a veces los ejemplos cunden como el silogismo y el modelo señaló la dirección debida para los esfuerzos. Él convirtió ese modelo en dogma y el sistema confirmó cada artículo de su decálogo. Ante la desaparición de su hermano menor, Martín se compromete con la búsqueda, y el contacto con el mundo de Nico, un hombre que él identifica como un perdedor y que de golpe aparece como alguien rodeado de afecto y respeto, lo golpea en pleno rostro y lo enfrenta con la incertidumbre. Cercado por preguntas que intenta responder, Martín palpita dolorosamente en la ambivalencia y, sin darse cuenta, trasciende.

¿Se puede decir que los personajes femeninos de la novela son los que aceleran ese proceso?

--Las mujeres tienen una incidencia fundamental en la historia; cada una a su modo y desde un punto de inflexión muy diferente, participan de un proceso de sinceramiento, de poda del follaje artificial que deja la esencia del personaje al desnudo. Una suerte de meditación que no implica castración sino depuración. En ese sentido, hay algo como un proceso casi místico en juego, un insight, una lucidez progresiva que lo vacía. Martín, incrustado hasta último momento en sus certezas, es frágil, y por eso sucumbe a la pasión con una, a la ternura con otra, a la verdad del misterio con la más lejana. Sin embargo, no solo las mujeres de la narración promueven ese reconocimiento. La vuelta al pueblo original de la familia, por ejemplo, lo enfrenta con más verdades, con claves que llevan en sí mismas el sello viril.

La rivalidad masculina es otro eje de El menor. ¿Esa fuerza predomina en la actualidad?

--No creo. Diría que la época, y todas las épocas, se definen por la rivalidad de todos contra todos, no por una cuestión de género sino por una causalidad de especie. Quizá la dominancia del músculo determine un escenario donde lo masculino ocupa el primer plano, pero esa especie de distracción que constituye su pulseada no alcanza a ocultar la rivalidad entre mujeres, no solo como tales sino también como participantes indeclinables de la puesta en escena total.

También hay una tensión entre valores moribundos y nuevos, los de la ambición y el egoísmo, que tanto le reprochan a Martín, y los que representa el hermano menor.

--No sé si es cierto que hay valores moribundos y valores nuevos. Creo que hay una capacidad metastásica de lo negativo, lo egocéntrico, lo despiadado, que sostiene intacta la vigencia del mal. No creo que el mundo vaya mejorando, porque si bien en la actualidad parece ir surgiendo una mayor conciencia de lo que es dañino, simbolizado por lo que Martín empieza a descubrir, esta nueva conciencia parece estrellarse contra el muro inexpugnable de lo vil.

-tra vez un personaje de tus ficciones se vuelve investigador a la fuerza. ¿Qué posibilidades brinda ese recurso?

--Me encantan los investigadores profesionales, desde los tradicionales, como Sherlock Holmes y el inspector Maigret, hasta los más actuales. Investigar es una actividad humana maravillosa, quizá porque parte de la duda, del cuestionar, del hurgar; por ejemplo, en el alma humana. Será porque soy psicóloga, o a la inversa, quizá desde esa convicción elegí qué estudiar. Y estos personajes míos que terminan investigando crímenes buscan otra cosa, buscan eso inalcanzable, quizás inexistente, que todos queremos conocer: la verdad.

¿Por qué el contexto es tan determinante en la novela negra?

--El contexto es precisamente lo que la novela negra, es decir, el género noir, tiene en la mira. Y para opinar sobre las perspectivas de dicho género es importante distinguirlo una vez más de la literatura policial lisa y llana, que no se propone cambiar nada. Ni Agatha Christie ni Arthur Conan Doyle ni Georges Simenon, ni siquiera Patricia Highsmith o P. D. James, bastante posteriores, cuestionaron la realidad. En mi opinión tampoco Chandler o Hammett o Chase son escritores de novela negra. En cambio, diría que sí lo fue Dostoievski. Crimen y castigo es una monumental crítica social, una aguafuerte de la miseria humana en la que Raskolnikoff aparece más como una víctima del entorno que como un asesino. Aquellos, en cambio, con diferentes niveles de manejo del suspenso, la deducción y la intriga, en realidad solo describen los hechos, los crímenes y las consiguientes y celebradas investigaciones, los valores vigentes, el mundo como escenario. Como era. Como es. La conciencia de que es impostergable que ese mundo, el que habitamos y del que somos parte, cambie parecería haberse expandido en las últimas décadas y tal vez eso explique que el género noir haya tenido el extraordinario desarrollo que seguimos verificando. También vale la pena mencionar otro atractivo del género: que es ficción, lo cual autoriza el ejercicio de la crítica, de la impugnación, de la transgresión sin necesidad de justificativos ni pruebas. O sea, está a salvo de las exigencias de fiabilidad que pesan sobre el periodismo

¿Qué hereda el hermano mayor del menor en la novela?

--Hereda lo que nunca le importó, lo que le molestaba, lo que hizo que le escupiera en la cara a su pequeño hermano una frase obscena, la que su memoria recupera alarmada en el primer capítulo, cuando empieza a entender, a verse a sí mismo como el pobre de espíritu en que la ambición y su proyecto triunfalista lo convirtieron. El sentido hereda, nada menos. La novela es el recorrido de esa pérdida de follaje sobrante. De lo que descubrirá a través del modelo alternativo que su hermano representa sin haberlo sabido jamás. Lo que quizá pueda hacer propio. Si tiene el coraje de intentarlo.