La realidad social de la Región Argentina es patética y tenebrosa. Observamos con indignación el crecimiento exponencial de las injusticias y de la violencia, principalmente contra las personas más vulnerables: niños y ancianos.
No cesan los femicidios y la violencia institucional contra las comunidades y los sectores empobrecidos va escalando.
Es en ese contexto que observo a un otrora sociólogo crítico de la oligarquía más rancia devenido intelectual orgánico de la burguesía. Cerrilmente individualista, confunde la autodefensa y la desobediencia civil con el egoísmo más repudiable, el de los rapaces liberticidas.
Hace un tiempo tuve un mal sueño, en el mismo veía calles alfombradas con libros malheridos. En efecto, desparramados sobre el asfalto estaban, entre otros: Radiografía de la pampa y La cabeza de Goliath, de Ezequiel Martínez Estrada; El hombre que está solo y espera, de Raúl Scalabrini Ortiz; El medio pelo en la sociedad argentina, de Arturo Jauretche; El otro Rosas, de Luis Franco; La solución federalista en la Argentina, de Juan Lazarte; La era de Mitre, de Milcíades Peña; libros de Silvio Frondizi y de Ángel Cappelletti. Libros malheridos y abandonados al deterioro y el descarte.
Señales de época. Un tiempo del desprecio. El bibliocidio es una metáfora del duro contraste en una minoría consumista y las cada vez mayores restricciones para el acceso a los bienes materiales y simbólicos.
No es por acción sino por omisión. Confundir instrucción y adiestramiento con educación como herramienta liberadora es una práctica de las clases dominantes para perpetuar sus privilegios. La Imposición compulsiva de la mediocridad y la alienación social son algunos de los dispositivos de la dominación.
Una creciente exclusión social que pretenden soterrar con discursos demagógicos plasmando en síntesis la civilización y barbarie capitalista.
El camino a seguir transitando en esta coyuntura es el de la inclaudicable resistencia y las luchas colectivas.
Carlos A. Solero

