Cosa complicada la patria, ¿no? Voy a confesar que antes de ponerme a escribir esta nota fui a chequear probables sentidos de esa palabra. Es que es una de esas palabras que uno repite como loro y sin cuestionársela demasiado. A veces para hablar del simple territorio donde nació, a veces por el valor simbólico que significa pertenecer a una cultura. Pero la mayoría de las veces la dice como cantito de escuela: sin ton ni son ni profundidad.

Yo diría que la patria es lo único que realmente se tiene. Engloba la cultura y la familia, el pasado y el futuro. Y el presente claro. En un momento en que todos los territorios (reales y virtuales) y sus culturas están sometidos a fuerzas tremendas, mezcla de globalismo desmesurado, algoritmos que nos llevan de las narices y colonialismo sin armas pero no menos peligroso, la patria es quizá el único refugio.

Parte de nuestra derrota fue haberle dejado la palabra patria y su significado a la derecha más rancia, que se disfraza de argentina mientras que predica el odio hacia ella y bate el parche sobre la urgencia de abandonarla. Para esa derecha que te mataba (y te mataría si pudiera) mientras se arropaba con la bandera argentina, la patria es un deseo manchado por nuestra existencia. Sueñan con una patria sin nosotros. O con nosotros como meros esclavos.

Para algunos la patria es un don. Para otros una maldición. Todos los intentos individuales de mejorarla están destinados al fracaso. Si alguien, una persona, es capaz de cambiarla, es por casualidad, como cuando nace un Diego. Los proyectos colectivos sí pueden cambiarla, para bien y para mal, claro. De eso conocemos mucho. Supongo que lo mejor es tratar de hacerla propia, de pertenecer. Y en caso de que uno la considere una maldición sin remedio, huir. Pero no se ilusionen. Una parte siempre viaja con uno.

A mí el concepto patria me resulta algo anticuado, y quizá por eso deberíamos volver más seguido a él. Es la tierra, la casa, la lengua, la infancia. Equivaldría a mirarse el ombligo más seguido. En época de tantas fuerzas que te quieren encajonar, el ombligo es como decir “acá estoy yo, esto soy”. Eso significaría también abandonar el hábito de tomar cualquier país pendorcho como ejemplo, dejar de respetar como idiotas (que es otra forma de colonialismo) toda moda que venga de NY o a cualquier charlatán que pontifique desde Francia, intelectuales bien comidos y que jamás han corrido peligro verdadero pero que aseguran saber desde sus sillones acolchonados como nos convendría actuar en nuestras calles de tierra. Patria es también la biblioteca, de los que hablan como nosotros.

Y hay que plantear más a menudo la argentinidad (que sería la puesta en práctica de la pertenencia a la patria, aunque para algunos es una enfermedad) como método de vida. Con orgullo, claro. Sin la culpa que le agregan siempre los enemigos internos. Yo no descartaría envasar argentinidad y exportarla. Con esos dólares pagaríamos la deuda externa. Naaa… mejor hacemos una festichola y nos la gastamos toda en joda.

Pensar en patria es también salir de esa chetada imbécil de decir take away, dejar de salir corriendo a leer a los ganadores del Nobel como si fuera una ley y dejar de preocuparse (como hacen algunos medios) por los ganadores de los Globo de Oro y del Oscar. Eso sí, si uno de esos premios lo gana una media argentina como esa piba que hizo Gambito de Dama, hay que refregarles la argentinidad en la cara a todos. ¡Viva la patria, carajo!

El enemigo interno trata de apoderarse del concepto patria para dejar afuera al peronismo o para mostrarlo como la deformidad de esa patria que ellos quisieran. También para borrar la épica de nuestros héroes e instalar los suyos, que son los asesinos de indios, los que se afanaron la Patagonia, los cómplices de la dictadura. Apoderarse de ese discurso es decidir quién cuenta este país.

Y nuestro enemigo interno es capaz de destruir el país antes que cederlo al imaginario de otros. Lo están haciendo cada día al cambiar las épicas por animalitos y al bajar los cuadros que nos hacen felices. Lo hacen destruyendo el amor de la gente común por su patria.

Sé que hay algo de ñoñez en esto, de discurso de escuela primaria. Es como escribir poemas de amor en las paredes. Pero no estaría mal bajar al llano de tanto en tanto a preguntarse quién carajo es uno. De dónde viene. Y aceptar sin atenuantes a esta patria imperfecta. Porque no vale la patria idealizada, como si fuera un cóctel al que uno le puede agregar un poco de calor español, dos gotas de seriedad suiza y el don de bailar de los brasileños. No. La patria es esa cosa que a veces te da ganas de romper todo. Incluso de alejarse de ella, como uno se aleja de un amor doloroso.

Y hay que combatir esa idea de que este país es una mierda. O de que funciona peor que otros muchos. El enemigo interno se regodea con eso. Y ahí se unen desde el taxista hasta el doctor del pueblo. Porque el enemigo no es clasista cuando de odiar se trata. Es clasista a la hora de repartir las ganancias, pero no para hundir nuestro salvavidas, la patria. Y luego hay que trabajar (seguir trabajando) en una noción de patria desde una perspectiva bien popular, que englobe a la mayor cantidad de gente, y sobre todo a los que peor la pasan. Sería la mejor forma de avinagrar a la derecha y a sus cantores.

Porque ojo, la patria viene con una gran cantidad de impresentables adentro, de gente muy horrible, y con ellos habrá que convivir de todas formas. La patria es el otro, aunque el otro sea horrible.

Y basta de preocuparnos por lo que dicen de nosotros. Y de idealizar cualquier boludez que vienen de afuera. Ya nos fumamos todos los istmos de la historia, desde el fascismo hasta el estalinismo, y a ninguno lo inventamos nosotros y sin embargo los sufrimos, y cómo. No inventamos el nazismo ni el colonialismo, pero fuimos víctimas de alguna u otra manera. Toda agenda global va en contra del concepto de patria. Por cosas como éstas mandamos gente a morir en guerras ajenas y lo pagamos con mucha sangre.

Nosotros ya tenemos con nuestros mambos como para sumarnos a los delirios de los países ricos y que no son justamente nuestros amigos. Si nos han saqueado cada vez que pudieron. Menos charlatanes foráneos y más pensadores que caminan la misma calle que nosotros. Menos idealización hacia países viejos que no saben salir de sus líos pero nos quieren enseñar a nosotros cómo salir de los nuestros. Más Charly y menos Bob Dylan. Bueno, es un decir. Un disco del buen Bob cada tanto no le hace mal a nadie. Pero Charly al palo, eso sí.

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