Un equipo interdisciplinario de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) logró detectar ADN de la bacteria del cólera en restos humanos inhumados en una fosa común del siglo XIX en Córdoba. El grupo de investigadores está conformado por Rodrigo Nores, doctor en Ciencias Químicas e investigador del CONICET en el Instituto de Antropología de Córdoba (Idacor); Darío Ramirez, licenciado en Antropología, doctorando en Ciencias Antropológicas y becario doctoral del CONICET en el Idacor; y Alex Saka, bioquímico y doctor en Ciencias Químicas, Investigador del CONICET en el Centro de Investigaciones en Bioquímica Clínica e Inmunología (Cibici).

En diálogo con el Suplemento Universidad, Ramirez destacó que se trata del primer trabajo de paleomicrobiología que se desarrolló en Córdoba y que el “descubrimiento corresponde a la quinta pandemia de esa enfermedad de la que, hasta el momento, no había ninguna evidencia genética”.

—¿Cómo se inició la investigación?

—En 2011 el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) fue convocado porque se hallaron restos presuntamente humanos en las inmediaciones del ex centro clandestino “Campo de la Rivera”, en Córdoba capital. Por la cercanía, se supuso que eran restos de personas desaparecidas durante la última dictadura. Se recuperaron los restos pertenecientes a trece individuos y, luego de una serie de pasos, se pudo determinar que los esqueletos corresponden a finales del siglo XIX. Fue entonces cuando empezaron a relevar datos históricos y documentales que permitieron sugerir que los entierros podrían haber sido destinados a víctimas de una epidemia durante el período que iba de 1880 a 1915. Los cajones tenían una cobertura de cal, algo bastante común en entierros de ese tipo para evitar la dispersión del olor y de los patógenos.

—¿Y cómo llegan ustedes?

—Los restos quedaron en el Instituto de Medicina Forense de Córdoba, pero no se volvió a trabajar sobre ellos. En 2016 entramos nosotros y lo que hicimos fue muestrear los sedimentos que estaban alojados en la cavidad pélvica, más precisamente en el hueso sacro. Cuando una persona muere todos los órganos, tejidos y contenidos intestinales recaen sobre esa cavidad. Sólo cuatro de los 13 esqueletos tenían un poco de sedimento conservado.

—¿En qué consiste la investigación?

—Comenzamos el análisis paleogenético que tiene como objetivo recuperar moléculas o trazas de ADN antiguo (ADNa) a sabiendas de que las muestras de ADN conservadas en restos arqueológicos son escasas y están fragmentadas. Hicimos todos los análisis en el Instituto de Antropología de Córdoba y logramos determinar que en al menos uno de los individuos estaba presente la bacteria V. cholerae, la causante del cólera. Lo que sugería es que más o menos cerca de este sitio arqueológico, llamado La Zanja, funcionó un lazareto. Eran instituciones creadas para el aislamiento y tratamiento de las personas que sufrían cólera, por ejemplo.

—¿Cuál es la relevancia de los resultados?

—Lo que tiene de novedoso es que por el período de tiempo determinado corresponde a la quinta pandemia de cólera. Hasta el momento hay siete pandemias registradas. Y de la quinta no había hasta el momento ninguna evidencia genética. Solamente existe un trabajo en el cual se determinó paleogenéticamente la presencia de cólera en un individuo de Filadelfia, Estados Unidos, de la segunda pandemia. Pero de las otras no hay un trabajo de este tipo. Además, Es el primer trabajo que se realiza en Córdoba de paleomicrobiología. Poder hacerlo en un instituto de una universidad pública y con investigadores de acá es algo destacable.

—¿Qué balance hacen de los resultados alcanzados?

—Es un desafío trabajar con este tipo de muestras. En Filadelfia los investigadores trabajaron con tejidos intestinales bien conservados en institutos médicos y con tecnología de punta. Nosotros tuvimos las limitaciones tecnológicas típicas del sistema científico de Argentina y pudimos determinarlo a partir de muestras de tierra de un sitio arqueológico a cielo abierto de unos 130 años.

—¿Las muestras fueron enviadas al exterior para completar el estudio?

—Acá se extrae y libera el ADN, luego se hace el primer paso de PCR, que es una técnica que permite generar millones de copias de un fragmento del ADN. En este caso buscamos fragmentos de VCR, un fragmento característico de la bacteria del cólera y no otra. El paso siguiente es la electroforesis en gel. Y después, para confirmarlo, hay que secuenciar ese fragmento. Esa parte del proceso la hicimos en una empresa coreana. Ellos nos enviaron una serie de datos informáticos con los que se puede analizar las muestras.

—¿Cuáles son los pasos a seguir?

—Nuestro interés es determinar la cepa que estuvo involucrada en esta pandemia. Hasta ahora se conocen más de 200. En este trabajo lo intentamos, pero no lo logramos. Hay una limitación metodológica porque este fragmento que logramos amplificar está presente en más de 100 copias por células. En cambio, los genes que necesitamos para determinar la cepa tienen una o dos copias por célula. Nuestro siguiente paso es utilizar otra tecnología, llamada secuenciamiento de alta generación, que nos permitiría determinar cepas y algunos otros factores. Y también tratar de procesar más muestras, incluso de la cuarta pandemia, que también llegó a la Argentina, para tratar de reconstruir cómo fue la dispersión del virus en la región.

—¿Se fijaron plazos?

—No tenemos plazos. Sé que estamos tratando de establecer una colaboración con un equipo internacional que viene trabajando con otras epidemias. Es un equipo que trabaja puntualmente con la recuperación de ADNa de patógenos. Eso es muy importante porque este tipo de tecnología de alta resolución implica un análisis bioinformático mucho más fuerte en comparación con el que trabajamos acá.