La convocatoria por el Día Internacional de la Mujer fue en uno de los barrios del Alto de Bariloche, alejado unas veinticinco cuadras del Centro Cívico. Soy una mujer y allí estaba una vez más. La movilización se inició ahí, en la Escuela de Arte La Llave, que es la Escuela Municipal de Bariloche, y a partir de allí se armó la primera columna. Si uno pone su mirada al frente de la columna, la calle va bajando y al fondo está el Lago, el Nahuel Huapi. Iniciamos la marcha y la columna tenía unas dos cuadras de extensión, pero a medida que bajábamos la calle se iban sumando otras columnas. En cada esquina había grupos esperando a la columna principal y se agregaban. Después de veinte cuadras de marcha, a unas cinco cuadras del centro, se sumó una gran columna que nos estaba esperando y allí hicieron la intervención las chicas tocando los tamboriles. El día era diáfano y persistente. Otro grupo tocó charangos. Caminamos hasta el Centro Cívico.

Mirándonos bajar, éramos un río de mujeres bajando la montaña con inmensa fuerza. La energía, la lucha, la valentía de atravesar las épocas y los tiempos ancestrales como objeto del sojuzgamiento.

Las pibas emocionan, verlas con tanta potencia. En ese río que bajaba eran como los rápidos. Movimiento, destreza, algo de riesgo y alegría.

Durante la marcha, en las columnas no vi varones que marcharan con nosotras. Los vi al costado mirando. Por momentos serios, algunos aplaudían. ¿Qué pensarán de esto? ¿Qué sienten cuando ven ese río alborotado, este torrente de mujeres multiplicadas? Bajando y pidiendo, justicia, que no nos maten, igualdad, participación.

Invisibles

Un chico de unos veinte años está en una parada de colectivos y nos mira de soslayo, leyendo un libro, se abstrae en el libro y el libro lo devora. Nosotras íbamos haciendo mucho ruido, sonaban tambores, redoblantes, panderetas, la voz en cuello, las bocas carnales abiertas y expresadas, pero él en ningún momento sacó la vista del libro.

Éramos como invisibles, y me dieron ganas de arrancarle el libro docto y parsimonioso, y decirle “miranos, estamos acá, mirá lo que está pasando”. El ruido era como el “Vendaval de tres días” del relato de Hemingway y él persistía en esa manera de esconderse en el libro. ¿No nos quería mirar, no podía? ¿No le importábamos? ¿Por qué? Entre la vergüenza ajena y la vergüenza propia, siempre está la renegación.

Fue una marcha de emociones, de encuentros, de ojos con lágrimas. De encontrarnos en las miradas de otras con un brillo, la sonoridad de acompañarnos. Acá estamos, juntas.

Dispuestos a escuchar

Cuando llegamos al Centro Cívico y nos preparamos a escuchar los documentos de las diferentes organizaciones, ahí sí vi varones sentados dispuestos a escuchar.

Me pareció raro que no hubiera una infraestructura que acompañara desde el Municipio, con sonido, con un pequeño escenario que alojara el reclamo y que permitiera hacerse oír. Al momento de la lectura de los documentos, fue muy difícil escucharlos, se decían con megáfonos o con un equipito de sonido que tenía muy poco alcance. Pero a pesar de esto, la movilización fue importante, más aún que otros años. Estábamos contentas de que así fuera. Veía las chicas que organizaban y se felicitaban, ¡vamos que lo hicimos! ¡Vamos, que estamos en las calles!

Las mujeres salimos y continuamos haciéndonos escuchar. Caminar por la calle Mitre, la calle céntrica, la calle céntrica hasta llegar al Cívico, y ver que todos salían de los negocios, los turistas, los que trabajaban, todos afuera, estaban en las calles. Acompañando, desde la curiosidad y desde el emocionarse también. Cuando el río suena agua trae dice el dicho, sonó fuerte el lunes.

Pan y rosas

El Día Internacional de la Mujer, tal como señala Zuleika Esnal del Colectivo “No me calmo nada”, no es un día para que los maridos, los jefes o los patrones regalen ramos de flores, o peor aún, como si las dejaran salir a jugar. Este día está en el origen de una tragedia estructural en la fábrica textil Triangle Shirtwaist en New York, terrible tragedia que ocurrió el 25 de marzo de 1911, donde más de ciento veinte trabajadoras textiles perdieron la vida en un incendio en esa fábrica. Ese sojuzgamiento no sólo era económico, sino que permitía las concesiones feudales y sexuales que se tomaban y se siguen tomando con las mujeres en posición de esclavitud. Vale también para ese episodio que establece como fecha el 8 de marzo de manera definitiva como el Día Internacional de la Mujer, a partir de la protesta con el lema “Pan y Rosas”, en 1857, donde exigían igualdad de derechos con las personas de sexo masculino, reducción de su jornada laboral, mejores condiciones de trabajo en general y el cese del trabajo infantil.

De este modo, el Día Internacional de la Mujer está inscripto en una problemática más amplia, donde las mujeres ocupaban el último escalón junto con los niños, el trabajo infantil, dentro del proletariado. La cadena de sometimientos es extensa, y valida tanto una lectura marxista como otra más primigenia y ancestral. En la lectura ancestral las mujeres fueron arrasadas, sojuzgadas, violentadas, atrapadas, rebajadas a la condición de no humanas, incluso en las fuentes de nuestra cultura greco-romana, para quienes las mujeres no eran ciudadanas. Esa cultura en la que nos espejamos y que tiene tantos ribetes maravillosos. En la marxista se trata de la irrupción del Capital y la plusvalía, plusvalía a la que ya pertenecían las mujeres como objeto de intercambio y como mercancía.

Habría que tomar estos contrastes con la complejidad que merecen.

Masculinidad

¿Puede ser, además de un día de lucha, un día de celebración? No perder ese costado sensual y femenino que nos es inherente a todos, no sólo a las mujeres. En este sentido, la educación de un varón también es muy dura, atrapado en las jerarquías de la masculinidad. A los varones se los obliga a alinearse en la masculinidad de un modo completamente vertical y brutal. Así son educados, bajo esa norma de funcionamiento que tiene que ver con la violencia. Ser ellos mismos, en primera instancia, objetos de esa violencia y de una vasta cadena de jerarquías aceitadas. La niñez de un varón tiene que ver con la pulsión de apoderamiento, incluso “al día de hoy”. Parece que las épocas cambian, pero no queda mucho espacio para la feminidad en un hombre, sin empezar a ser tildado de flojo, débil o, aún peor, de modos más denigrantes. Incluso por muchas mujeres que están perfectamente alineadas con ese discurso de la masculinidad.

Habría que rescatar esa dimensión de la sensualidad y de la feminidad como algo que nos trasciende y nos define como humanos. Y ese también es un aspecto decisivo para transformar este día en un día de lucha. Un día de lucha que les concierne a los varones también, porque le concierne a la humanidad toda, un día que atraviesa e interpela la condición humana.

La masculinidad se encarna en diferentes niveles de la acumulación de poder. Ese tipo de poder hipnótico que el propio Freud ubicó en la posición del líder, el líder como absoluto equiparable al capataz de estancia, al nazi, al fascista universal. Son los verdugos, es la ultraderecha violadora de los derechos humanos, salvo para algunos protegidos de su propio cuño.

El Jardín de los Presentes

Tal vez tendría que ser un día en el que todos podamos disponer de esa participación colectiva en una jornada de recordación, de celebración de la vida, de dimensión política participativa, reunión y discusión. A la altura de lo que, para nosotros los argentinos, significa el 24 de marzo, cuando decimos presente por los treinta mil desaparecidos de la dictadura cívico militar en Argentina.

Ambas cuestiones históricas forman parte de nuestra condición humana. En el resarcimiento a esas vejaciones de las que siguen siendo objeto las mujeres hay una celebración latente en sí misma, donde se reivindica --se le otorga condición de cosa o cuestión -res- que otorga un derecho--, una posición que transforma el trauma en otra cosa, que es lo que tratamos de hacer cuando vamos a la plaza el 24 de marzo, porque ese día nosotros nos volvemos los presentes de los treinta mil desaparecidos de la dictadura cívico militar en Argentina. Ese día digo presente por los treinta mil que están desaparecidos. Lo transformamos en “el jardín de los presentes”.

Esas transformaciones no pueden quedar sólo restringidas a las cuestiones de género, sino a un movimiento que se resuelve por la vía de la pulsión, otra tendencia, en la que no sólo se reivindican esas tragedias, sino que es con aquellas con las que se transpone la experiencia misma de una comunidad y se la transforma en otra cosa, celebración en el orillo mismo del sufrimiento transformado.

Eso es equiparable con el soltar en un fin de análisis para anudar diferente, de un modo sutil y completamente nuevo.

Graciela Trejo y Cristian Rodríguez integran el EPC (Espacio Psicoanalítico Contemporáneo).