SEXO Y REVOLUCIÓN DE ERNESTO ARDITO

Por Franco Torchia

¿Cómo filmar un “Manifiesto” escrito durante los tiempos pre-audiovisuales de la lucha política? La pregunta acaso figure en los borradores del realizador Ernesto Ardito, responsable del documental Sexo y revolución. Homónimo del insuperado documento de 1973 firmado por el Frente de Liberación Homosexual, el trabajo del director apela a largas entrevistas con protagonistas de aquellas horas decisivas, vasto material de archivos locales y extranjeros y un viejo equipo de audio que reproduce la lectura del texto original. Los testimonios de los periodistas Daniel Molina y Alejandro Modarelli, el relato de la sobreviviente del Pozo de Banfield Valeria del Mar Ramírez y los aportes de los militantes José Luis Giacosa y Guillermo García conviven con las voces de Carlos Jáuregui y Néstor Perlongher. Con esa superposición ordenada, Sexo y revolución arma una linealidad exclusivamente basada en el recuerdo personal y la mirada en retrospectiva, la reflexión al calor del presente y la puesta en vigencia de un texto nada inactual. Tal como expresa Giacosa en un momento determinado, la profundidad de los postulados del Frente de Liberación Homosexual es tal que (SIC) “más allá de todo”, siguen conmoviendo. En sintonía con esa profundidad, resultan destacables las descripciones de la homofobia inter y externalizada que hacen los entrevistados durante la primera parte de esta obra, cuando van hacia sus niñeces y exponen a cámara el sostenido intento de “conversión” al que los sometieron respectivamente xadres, escuelas y también compañeres de militancia. El acento que Sexo y revolución le pone al homolesbobitransodio de las organizaciones políticas anteriores a la dictadura militar no deja de funcionar como una alarma histórica, un llamado a activar una autocrítica quizás todavía pendiente en varias zonas de la vida partidaria de la Argentina. Firme en el acompañamiento y la debida ambientación con imágenes alusivas, el filme no supera cierto didactismo enciclopédico, sin dudas muy útil para posibles destinos televisivos. El tono por momentos excesivamente dramático de fragmentos fílmicos y banda sonora ad hoc -como cuando a la cronología clásica propuesta le llega el turno de la pandemia del sida- no colabora. Por el contrario, las imágenes personales de quienes hablan -álbum de fotos o momentos narrados cargados de sentido sólo a partir del silencio, la pausa o el esfuerzo por rememorar- arman una especie de “documental 2”, más a tono con estéticas mucho más poderosas que el deseo de abarcarlo todo.

En su proclama original, el FLH pensó en la familia como institución garante de una sexualidad restringida a la reproducción. Ubicar hacia el final la ley de matrimonio igualitario como eventual respuesta o al menos como contraofensiva de aquello es por lo menos discutible. Sí funciona la relectura de la obra del psiquiatra y psicoanalista astrohúngaro Wilheim Reich: esos offs con citas de La función del orgasmo… (1927) contribuyen a pensar hasta dónde, como dicen en Chile desde octubre de 2019, la dictadura sexual nunca terminó. 

Viernes 19 de marzo, a las 18.30, Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco. Domingo 21, a las 18.30, Parque de la Estación. Sábado 27, a las 21.10, en Casa Brandon. Función online, viernes 19, a las 19, disponible por 72 horas.

COSAS QUE NO HACEMOS DE BRUNO SANTAMARÍA RAZO

Por Maia Debowicz

En el límite de Nayarit y Sinaloa, México, existe una comunidad llamada El Roblito donde no hay adultxs a la vista. Lxs niñxs saltan y replican coreografías al aire libre como si fueran lxs únicxs habitantes en la Tierra. No están Campanita, tampoco Peter Pan, pero El Roblito parece el País de Nunca Jamás. Salvo por un detalle: esxs niñxs tienen que hacerse adultxs pronto porque no pueden darse el lujo de no trabajar. Nadie quiere entrar a esta isla por temor a no salir vivxs, la violencia merodea adentro y afuera de las casas por la escasez de agua y la explotación laboral. Cada Navidad un Papá Noel sobrevuela El Roblito en paracaídas. Bruno Santamaría Razo (Margarita, 2016), el director de la película mexicana Cosas que no hacemos, filma este extraño fenómeno como si fuera otrx niñx. Lxs chicxs corren a toda velocidad por el pasto intentando atrapar las golosinas que caen desde el cielo como caramelos de una piñata que acaba de explotar. Cosas que no hacemos retrata cómo estxs niñxs se cuidan entre sí porque sus xadres trabajan durante el día en las afueras del lugar. Entre la multitud, el documentalista descubre a Arturo, apodado Ñoño: un adolescente de 16 años que guarda un secreto entre sus rulos que comienza a pesarle. Su mayor deseo es vestirse como mujer, pero no se anima a decírselo a su novia, tampoco a su familia, porque es una región donde predomina el machismo. Ñoño decide contarle al director aquello que oculta, confía en él cuando se entera que él tiene novio y jamás se animó a decirle a la madre que es gay. Entonces, Santamaría Razo le hace un regalo a Ñoño como si fuera el verdadero Papá Noel: lo filma maquillándose. Ñoño le saca punta a un lápiz delineador lentamente y se pinta las cejas mirándose en un espejo portátil. Alejado de la multitud, con el río de testigo, se pone un vestido floreado, ajustado al cuerpo, y se fabrica unas tetas rellenando el escote con un poco de tela. La cámara registra cómo le cambia el gesto del rostro al adolescente: por un lado alegría, por el otro la tensión de ser descubierto. El director le pidió a Ñoño que elija su lugar favorito para volver inmortal ese deseo que tanto reprimió.

Santamaría Razo tardó tres años en lograr que lxs habitantes del pueblo confíen en él y no vean a su cámara como una presencia amenazante. Lo primero que hizo fue enseñar cine en la escuela: le mostró a lxs niñxs toda clase de películas, desde Coco hasta las comedias mudas de Chaplín. Les enseñó la diferencia entre ficción y documental, y así poco a poco el director fue conociendo las singularidades de El Roblito. La película habla de los distintos significados de la libertad sin mencionar la palabra. Santamaría Razo filma la inocencia y las risas de esxs niñxs que bailan hasta que se hace de noche, sin regodearse en la pobreza del lugar. El director observa como si fuera parte de la isla, incluso cuando el peligro acecha. Cosas que no hacemos es un documental de observación que centra su atención en la historia de Ñoño, del camino que hace hasta decidir hablar con su familia y por fin dejar de esconderse. “Yo lo he planeado mucho tiempo, y cuando estás a punto de decírselo al rato te arrepientes. Piensas que se lo vas a decir otro día, y ese día se va alargando”, dice a la cámara Ñoño cuando baja el sol. “¿Y si se lo digo? ¿Y si se lo digo hoy?”, piensa mientras reflexiona que se sentiría más aliviado si le cuenta la verdad a su novia Ximena. “Yo quiero que esté mi pa, quiero que estén mis hermanos y hermanas ahí. Y hoy se los digo”, afirma un poco ansioso. La cámara sigue a Ñoño en sus dudas y miedos, mientras lxs otrxs niños habitan su propio mundo. El director sabe cuánta soledad implica guardar un secreto, conoce esa sensación en carne propia, y por eso lo acompaña en el arduo proceso hasta que logra hablar. Ñoño reúne a su familia en la casa que comparten y nos hace parte de esa charla que marcará un antes y un después: “Quiero saber si me dan permiso para vestirme como mujer, porque ese es mi sueño”, le pregunta al padre. El silencio invade la casa y la pantalla. Santamaría Razo escuda a Ñoño a través de sus ojos, como nosotrxs, lxs espectadorxs. 

Jueves 18 de marzo, las 21.15, en el Cultural San Martín 1. Viernes 19, a las 16.15, en el Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco. Sábado 20, a las 18.30, en Casa Brandon. Función online: jueves 18, a las 22, disponible por 72 horas.

QUEER DIARIES, DE SANTIAGO GIRALT

Por Alejandro Dramis

En su particular y subterráneo estilo cine-diario, el incansable cineasta experimental lituano-estadounidense Jonas Mekas hacía una y otra vez que la cámara y los veloces movimientos de su muñeca reflejaran de manera inédita los "lugares, estaciones del año, climas (tormentas, nieve, ventiscas), calles y parques de Nueva York, breves escapadas a la naturaleza, nada espectacular, celebraciones poco importantes de la vida que se ha ido, hasta ahora, y se mantienen solo como un registro en estos breves y personales bocetos". La misma tradición-anti-tradición cinematográfica y sobre las mismas huellas reposa el ideario, imágenes y relatos del realizador y guionista Santiago Giralt en Queer Diaries, claro está, con sus propias historias y marcas personales.

Desde sus primeros instantes, este documental-diario-cine reflexivo de poco más de una hora de extensión advierte el intencional carácter fragmentario de sus reflejos, de su narrativa y de nuestras propias vidas allí espejadas: "Estas imágenes y sonidos corresponden a un documental sobre la vida alternativa, gay y slow en Argentina", aunque al no recibir el apoyo de los organismos oficiales para su realización final el film quedó esparcido en fragmentos, instantes, polaroids, ensayos y formatos ajenos a todo formato. Originalmente, la película iba a tratar sobre la familia feliz, si existe tal cosa y tal concepto: una suerte de reactualización aristotélica de la eterna búsqueda de la felicidad pero en un contexto contemporáneo, rodeando el matrimonio igualitario y las familias ensambladas como punto central, desviándose de toda finalidad última. Por eso, en la pantalla invaden bellas imágenes de la naturaleza, atardeceres, cielos rojos y soles enceguecedores musicalizados por opiniones amigas sobre el amor, el querer, sobre las niñeces y todas las instancias que puedan tocar a la felicidad o a las felicidades, si se permite tal cosa. Crianzas, vínculos múltiples, sonrisas que burlan la palabra “fidelidad” al ser pronunciada y familias animales en el centro de los deseos, criticando y eludiendo también el inevitable estereotipo de las familias héterocentradas, héteronormadas y, por supuesto, también las lgbtiq.

Como un remolino de contornos y matices, la cercanía de la cámara con las raíces de los árboles, las plantas y las flores combinan todos los colores del arcoíris en un viaje que salta sin permiso del pasado al presente y vuelve al pasado para perdernos durante 15 años en la vida de Santiago (con arte, como diría Rebecca Solnit en uno de sus más bellos libros) entre las locaciones de Ingeniero Maschwitz, Iowa, Escobar y un registro de la segunda boda lgbt de esa ciudad a 10 meses de haber sido aprobada la ley, Madrid y la polémica marcha del Orgullo Mundial, la vieja New Orleans en busca de Tennessee Williams, París, Chicago, Atenas, las marchas del Orgullo local, la performance "Genital Panic" de Effy Beth, las drags, las trans, las travestis, las hermosas locas de siempre. Y también, como cada viaje, cada recorrido, Queer Diaries no puede dejar de ser un registro de enceguecedoras luces nocturnas, chongos captados secretamente bajo la ducha, despatarrados desnudos en una cama con aroma a sudor entre visitas a museos, cuadros de cuerpos nuevos, extraños, viejos, anormales en el jardín de las delicias de artistas flamencos, visionarios, rupturistas.

Santiago se -y nos- pregunta: “¿Qué narran estas imágenes?”, mientras el cine dentro del cine hace foco en los melodramas de Douglas Sirk, con los que él y tantxs otrxs hemos aprendido a sufrir. Y en un intento vano de respuesta, ante la infinita multiplicidad de posibilidades, trato de responder(me): Queer Diaries es –y no podía ser de otra manera- rara y personal, íntima y ajena, inconclusa. Una secuencia de anhelos, de viajes exóticos, de otras vidas. Una libreta queer de imágenes que documenta lo que vivimos tantas veces y soñamos tantas otras. 

Domingo 21 de marzo, a las 22, en el Parque de la Estación; martes 23, a las 18:30, en El Cultural San Martín 2; jueves 25, a las 20:25, en Casa Brandon. Función online: domingo 21, a las 22, disponible por 72 horas.

OB SCENA DE PALOMA ORLANDINI CASTRO

Por Diego Trerotola

Alberto Orlandini fue un psiquiatra argentino que se radicó en Cuba ni bien comenzada la Revolución y llegó a ser el presidente de la filial de la Sociedad Cubana de Educación y Estudios Sexuales. Mientras ocupaba ese cargo escribió un Tratado de Psiquiatría que incluía el capítulo “Disfunciones, Desviaciones y Parafilias Sexuales”. Con mucho de placer voyeur, bastante espíritu detectivesco y otro tanto de experimento científico, Paloma Orlandini Castro en su corto Ob Scena hurga en esas páginas escritas por su abuelo para analizar sincrónicamente algunas de las formas de la sexología y de la pornografía, a partir de su propia experiencia biográfica. Su mirada lúcida casi hasta lo quirúrgico se adentra en los discursos de la sexología y en las representaciones del porno para descomponerlas, partirlas en mil partes, distorsionarlas, superponerlas y encontrar recurrencias, intersecciones, formas en que dialogan la ciencia y el morbo. En su descomposición hay una tendencia a la abstracción visual y sonora que encuentra su momento más sofisticado en un teatro (porno)gráfico creado por Paloma Orlandini Castro donde, con una serie de dibujos, analiza la puesta en escena del porno, llegando a imágenes de desfiguración geométrica de los cuerpos. Estos procedimientos parecen remitir al Rudolf Arnheim de El pensamiento visual: “La abstracción es un medio por el cual la representación interpreta lo que retrata.” Hay una comprensión de la estructura estética del porno en esas geometrías superpuestas en capas, a través de las herramientas múltiples, llegando a crear un metaporno abstracto.

Además del análisis visual, Ob Scena aborda los textos heredados y desmonta la posibilidad de pertenencia a las categorías verbales tanto de la sexología como de la pornografía (que además advierte que son coincidentes), pero al mismo tiempo da importancia a las palabras, tanto por la precisión de su voz en off como por la amplificación de textos impresos con su lupa. Hay un juego erotómano entre palabra e imagen que es un mecanismo central de su estética y que remite a la mirada fetichista entre lenguaje verbal e imagen de Freud en su texto célebre sobre fetichismo, donde la palabra evoca formas que excitan. Esa veta verbal-visual convierte al corto en un relato parafílico, siendo el fetichismo una parafilia, palabra analizada etimológicamente, como desplegada en sus sentidos múltiples en el corto. Eso se relaciona con Psychopathia Sexualis (1886) de Richard von Krafft-Ebing, libro pionero de sexología que amplía el concepto de parafilias y cuya matriz narrativa tiene ecos no solo en los textos de su abuelo sino en la forma de análisis autobiográfico-sexual del relato de Paloma Orlandini Castro. Esta vuelta a una matriz pionera, a los inicios de la sexología de la desviación, está sustentada en la insistencia retro, en los gráficos y papeles antiguos, en un mecanismo primitivo de teatro (porno)gráfico, en la memoria infantil.

Esta vuelta a los orígenes se hace desviada porque se niega la visión moralista que podría haber en los relatos históricos de la sexología. En el flashback biográfico con que comienza el relato, la directora cuenta el descubrimiento y la fascinación con una fotografía de Tracey Emin en el libro Mujeres Artistas de la biblioteca de su madre. Con un intimismo obsceno, en el autoanálisis de su relación con la sexualidad, la directora no corrige ese particular fetiche infantil de sentir en su entrepierna el contacto frío del metal de las monedas y la rugosidad de los billetes, sino que lo reafirma como un juego erótico que vuelve potenciado por la capacidad de (auto)representarlo. Hay entonces algo cíclico, una estructura circular entre abstracta y concreta que se desplaza fetichista en ciertas formas visuales recurrentes en el corto como los globos oculares, la lupa, la esfera de vidrio, las monedas y la O inicial del título. Para salir de la idea petrificante de las categorías y del trauma, Ob Scena propone una sexualidad sensorial de la circulación. Una revolución fetichista. 

Domingo 21 de marzo, a las 20, en el Anfiteatro del Parque Centenario; viernes 26, a las 15, en el Multiplex Belgrano; viernes 26, a las 23.59, en Casa Brandon. Función online: domingo 21, a las 20, disponible por 72 horas.