No hay nada que ocultar en esta puesta en escena. Todo está a la vista. El director, la asistente, las situaciones que deberían permanecer en el espacio de lo obsceno forman parte de la historia. Porque aquí se trata de develar la actuación como una epopeya en sí misma, como un acto de valentía sobre los hechos, sobre el dolor o sobre la propia interioridad que va a ofrecerse al sacrificio.
Victoria Roland pone la actuación en primer plano. Un biodrama que destroza el género porque si bien su trabajo se sustenta en exponer de manera sacada, casi frenética sus recursos como actriz, hay algo de la primera persona que se deja atrapar por un personaje. Esta obra comparte el tiempo dramático con el libro Diario de una actriz donde también está el texto de El mundo es más fuerte que yo que funciona como madeja literaria de lo que ocurre arriba del escenario.
Allí Roland cuenta los ensayos de esta obra para eliminar cualquier posible secreto. El procedimiento dramático como trama parece decir que ya no hay historias que contar ¿Existe algo más épico que la vida de una actriz, que la hazaña de llevar a cabo una obra de teatro independiente en Chacarita? A veces la instrumentalidad teatral deja a un lado la anécdota ficcional. Entonces la escena tendrá que ser caótica.
La actriz, el director, la asistente y el baterista son un remolino. En los cuerpos está el esfuerzo pero también un modo de pensar. De hecho Victoria dice en su diario que cuando no hace funcionar el cuerpo en escena, entra en una especie de caverna. El tiempo sin actuar es sombrío. Algo de esa desesperación está en esos cuerpos mutantes de Juan Coulasso, Victoria Roland y Flor Sánchez Elia. La tragedia griega se mezcla con un episodio donde el teatro de living (aquel donde las personas se sientan a conversar con pretensiones de realismo) es ocupado por un espectador al que se le impone lo que debe decir.
El desparpajo de la actriz que narra un suceso donde la verdad siempre es cortada por una especie de didascalia que anuncia la invención, inhibe a un espectador que se ubica como un sujeto vacilante de la escena. Lo que ocurre en El mundo es mas fuerte que yo es que toda la construcción, el tiempo, el deseo puestos al momento de fundar una nueva obra teatral implican algo del orden de lo existencial para quienes lo realizan.
La inutilidad del arte como rasgo que cuestiona esa dinámica capitalista donde todo tiene que entrar en el formato de la mercancía, no es idílica, ese desasosiego no es gozoso.
Hay algo de estar al margen en esta obra que no tiene nada que ver con la vanguardia
(idea que aquí parecería imposible) o con un romanticismo jocoso. La sensación que producen esos cuerpos es la de estar pidiendo auxilio. La escena es agónica porque tal vez no exista otra oportunidad para salvar el pellejo de la actuación. El título lo afirma. El mundo es más fuerte que yo es la sentencia, el gesto modesto de reconocer que la realidad le ha ganado a la ficción pero esta derrota no se resuelve en el biodrama, no estamos aquí frente a una actriz ocupada en hacer de su oficio un texto dramático. Lo que hace Victoria Roland es contar que la batalla está perdida pero que ella sigue en guerra, como Ifigenia en el texto de Eurípides que una vez sacrificada seguirá construyendo una saga de crímenes familiares. Hay un cuerpo que no se puede parar. Por eso el final es la huida frente a la catástrofe. Somos obligadxs a salir corriendo de la sala hacia ese mundo como si los intérpretes nos lanzaran a la calle a ser protagonistas de nuestras vidas.
El mundo es más fuerte que yo se presenta los jueves a las 20 en Espacio Roseti.