“Sangre, fuerza y libertad” es el tridente de sentido sobre el que se apoya el nuevo disco de Rodolfo Luis González, alias El Soldado. “No es la primera vez que mis discos tienen un título homónimo a un tema, y la palabra Potros remite a esa figura”, comienza a desandar este folk–rocker uniendo dos instancias en una: nombre del disco y de tema (Potros) y letra del tema (relacionada con ese tridente de sentido). Instancias, a su vez, sumergidas en diez canciones que aquel plomo de los Redondos devenido crooner desplegará en vivo hoy a las 21 en la sala Caras y Caretas (Venezuela 370), teloneado por Hermosos Perdedores y una banda llamada Argentina. “Trataré de materializar estas nuevas canciones, darles vida para que tomen vuelo propio, porque ellas siempre se van sin decirnos adiós”, enmarca González con la sutil esperanza de que no se vayan así, sin que los que lo ayudaron a grabarlas, repitan su presencia en el vivo: Hilda Lizarazu que “co-cantó” la bella “Allá va... soñando”, Tito Losavio (guitarra en “Sonriente”), y Pedro Conde, hombre de banjos y mandolinas, instrumentos más que apropiados para volcar en la estética de este soldado sin uniformes ni armas. 

De fuego, claro, porque las que sí porta nacen de una propensión natural a desarrollar un estilo musical que, dentro del amplísimo espectro del rock argentino, ocupa un lugar singular, casi único en su clasicismo. Tal desarrollo da una idea extendida en el tiempo que arranca allá por 1997 con ese maravilloso trabajo que, bajo el nombre de Tren de fugitivos, lo metió de lleno en el alma de ciertos desangelados. Y va reencarnando según pasan los discos: Alas rotas, De cardo y clavel, Visiones de un rompecabezas, En marcha y Luna en el espejo. “La continuidad en mis discos pasa por uno (él) con los rasgos que lo caracterizan. Es uno (él) con sus caprichos y obsesiones. En cuanto a las diferencias entre ellos, creo que las hace el paso del tiempo, con aciertos y con los eternos errores que uno va queriendo subsanar disco tras disco, porque madurar te hace estar un poco más conforme con el trabajo realizado”, sostiene el músico, cuyo último trabajo antes del flamante fue publicado hace siete años. “Los motivos de la demora fueron muchos”, resalta. “Podríamos decir que no había ningún tipo de necesidad artística o espiritual de publicar un disco, porque hay veces que uno no tiene nada para contar, pero también quizás haya sido la falta de ejercicio de hacer canciones, lo que yo llamo la inercia del no hacer”. 

Una especie de no hacer haciendo, ya que el guitarrista y compositor nunca para de tocar. En promedio mete unos cincuenta shows por año, casi uno por fin de semana, y de ahí parte la tentación, tanto como la inercia. “Esa comodidad no me dejaba salir de su encanto, así que tuve que hacer un click para pasar a otra instancia, que es la de trabajar internamente, y Potros es el fruto de eso. Me fascina entrar al estudio y hacer un disco, pero así como lo disfruto también lo padezco enormemente. La obsesión, sumada a cierta perfección, me lleva a ponerme en una vigilia constante. En cambio, el vivo es más relajado, el escenario es algo más común para mí. Digamos que soy un pez que se mueve cómodo y alegremente en esas aguas”, sentencia el soldado González, cuya banda actual forma con Juanito Moro –hijo de Oscar– en batería, Martin Aloé en bajo, Tino Moroder en guitarra y Fernando Rusconi como “eventual invitado” en teclados. “Si no fuese por una cuestión sonora y cronológica, cualquier tema mío podría mezclarse en cualquier otro disco... mío”, se ríe. “Y es así porque todos, en algún momento, queremos ser otro en el hacer, pero esa ilusión solo remarca más nuestros rasgos, y volvemos a nosotros contando la misma historia de diferentes formas, o viceversa. ¿Será esa la obsesión del artista?”, pregunta.     

–Tal vez. Y en este sentido, el personal, siempre hay mucho de volar, de irse, de fugar en sus temas.  Por caso, “Sonriente”, el que dedica a Spinetta, va por ese lado. ¿A qué lo atribuye?

–La palabra “volar” nos refiere a una de las mejores metáforas que es la de ir donde queramos, sin restricciones y libremente, alcanzando lugares insospechados. Esa fantasía la trasladamos todo el tiempo al plano terrenal, porque es la que nos deja ir para después volver a nuestros quehaceres. Volar también es expandir nuestra conciencia, la que Spinetta nos inculcó tantas veces. El dio tanto a nuestra cultura que estaremos eternamente agradecidos. “Sonriente” tiene esa cosa abstracta de llevarnos y traernos a no sé qué lugar ni de qué forma, pero en gracia. Spinetta siempre tuvo ese don en su música y en sus palabras. 

–También se ocupa de Jorge Pistocchi en el tema “Su eterno retorno”. El concepto huele mucho a la cultura rock de la que siempre habla el Indio Solari... 

–La cultura rock, de la que siempre habló el Indio, es en la que estamos inmersos hace mucho tiempo todos los que de alguna manera tenemos una visión diferente a la de los cánones impuestos por ya sabemos quiénes. Pero no solo es una rebeldía... también es lo que llamamos la contracultura, algo que no sabríamos llevar a cabo sin tener o conocer un poco de la otra. Es algo que Pistocchi, Spinetta y el Indio llevaron y llevan a cabo... ¡larga vida al rock!