Cualquiera que haya jugado al juego de la silla sabe que, para salir victorioso, es necesario manejar dos tiempos: uno más lento y controlado, que permite ir rodeando las sillas dispuestas en hilera sin perderlas de vista, y uno más rápido y urgente, que exige abalanzarse sobre una de ellas cuando la música se detiene para no quedarse afuera. En una de las escenas de su documental El tiempo pasa como un león rugiendo, el cineasta alemán Philipp Hartmann filma a un grupo de niños y adultos jugando al juego de la silla. La decisión es atinada: lo que parece una simple diversión para animar cumpleaños infantiles ilustra a la perfección la cualidad multifacética del tiempo. Porque, según va revelando Hartmann a través de los distintos fragmentos que componen su película –el diálogo con la viuda de un relojero porteño o con sus amigos de la adolescencia en Alemania, el recuerdo de su padre muerto o la vista de un cementerio de trenes abandonado en Bolivia-, el tiempo es muchas cosas a la vez. Aquello que ordena el afuera en unidades de medida preestablecidas, pero también una percepción interna, mucho más compleja, que busca responder a interrogantes como: ¿cuándo dejamos de ser jóvenes y nos convertimos en adultos? ¿Cómo pasan los días cuando se es viejo?

La película de Hartmann forma parte del ciclo online “Constelaciones colectivas – El nuevo cine independiente de Hamburgo”, organizado por el Goethe-Institut Buenos Aires y la Sala Leopoldo Lugones, en el cual se podrán ver de forma gratuita nueve películas de cineastas de la ciudad portuaria alemana del 8 al 22 de abril (ver detalles al pie de la nota). “Esta película es una especie de pausa autobiográfica, una toma de conciencia de mí mismo cuando me encontraba en la mitad estadística de mi vida y tenía pánico de que el tiempo corriera demasiado rápido hacia el final de la vida”, dice Hartmann, a quien a los 38 años le diagnosticaron cronofobia, es decir, miedo al paso del tiempo, en diálogo con Página/12 desde Hamburgo.

“En general, el cine siempre trata de capturar algo, de ‘salvarlo para la eternidad’, pero al mismo tiempo, por su propia forma lineal, el cine es algo así como la finitud en 90 minutos. Empieza y poco después termina. Quizá por eso disfruto tanto viendo películas especialmente largas, como la argentina La Flor, con sus 14 horas, porque en esos casos se hace especialmente perceptible -también físicamente, al permanecer sentado durante un tiempo extremadamente largo- que uno está haciendo algo que quizá sea esencial para frenar el tiempo: comprometerse con algo en silencio y percibirlo a consciencia”, asegura el director, que conoce muy bien Argentina, Bolivia y Brasil y cuyas películas se pudieron ver acá en festivales como el Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires (FIDBA) o el Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín (FICIC). El tiempo pasa como un león rugiendo (2013) incluye escenas filmadas en Buenos Aires.

Al igual que muchos de los cineastas cuyas películas integran este ciclo – Luise Donschen, Helena Wittmann, Bernd Schoch y Maya Connors, entre otros-, Hartmann estudió cine en la Universidad de Bellas Artes de Hamburgo (HfBK). “Para mí fue muy importante estudiar explícitamente en una universidad artística donde el cine es entendido como arte y no como un oficio que hay que aprender para trabajar después en la llamada industria del cine. En ese sentido, la HfBK fue una muy buena escuela para mí, sobre todo porque había mucha libertad, no se daban tareas ni había reglas, sino que había una relación más bien colegiada -quizás colectiva- entre alumnos y profesores”, cuenta. Allí surgió una amistad con los otros directores que integran el ciclo y que se tradujo en numerosas colaboraciones cinematográficas (Wittmann hizo la fotografía en el film de Hartmann, mientras que Donschen brindó asesoramiento en el montaje y Schoch actúa, por ejemplo).

“Es realmente genial trabajar con un colectivo en una película”, señala por su parte Luise Donschen desde Alemania, que forma parte del ciclo “Constelaciones colectivas” con su película Casanovagen, que se estrenó en la sección Forum de la Berlinale y se llevó ex aequo el premio a la mejor película de la competencia “Estados alterados” en Mar del Plata en 2018. “Como directora, siempre trato de dar la libertad que cada uno necesita para trabajar de la mejor manera posible y luego unir todo de forma de lograr la película que imaginé”, afirma la cineasta, que suele colaborar con Helena Wittmann (cuya película Drift se pudo ver el año pasado en la plataforma Puentes de Cine).

Casanovagen

La película de Donschen, un original ensayo cinematográfico sobre el deseo, comparte con la de Hartmann su cualidad fragmentaria. “El punto de partida fue un artículo en el diario sobre el ‘gen Casanova’ de los pinzones. Yo era escéptica en relación al enfoque biologicista del deseo. Una vez en el Instituto Max Planck de Ornitología, seguí avanzando en el tema guiada por mis propias ganas: del gen Casanova a la figura de Casanova, pasando por Venecia, etcétera”, afirma.

De esta forma, Donschen crea un universo cinematográfico en el que conviven un pinzón macho que persigue incansablemente a una hembra dentro de una jaulita, los enigmáticos enmascarados de los carnavales de Venecia, una dominatrix dominada por la hipnosis y un grupo de jóvenes lánguidos que se relojean en un bar (el final incluye un homenaje al inolvidable baile final de Denis Lavant en Beau Travail, de Claire Denis, solo que en esta ocasión no suena Rhythm of the Night, de Corona, sino Wuthering Heights, de Kate Bush). Las escenas –incluyendo un delicioso diálogo entre la directora y el actor estadounidense John Malkovich, quien interpretó al seductor veneciano en la obra de teatro y la película de mismo nombre Casanova Variations—, no tienen una continuidad explícita entre sí. Pero tras ver la película, el espectador quizá pueda vislumbrar algunas de las tantas capas que conforman el deseo, una pulsión que, por otra parte, poco tiene que ver con lo intelectual. “Me gusta que el espectador se entregue y no intente sacar conclusiones o aprender cosas”, explica Donschen. “No buscaba hacer una declaración de ningún tipo, sino permitir una experiencia cinematográfica. Intenté traducir en imágenes y sonidos mis propias experiencias y las de los protagonistas. Fui entretejiendo los distintos hilos de la película a través de motivos recurrentes, piezas de vestuario y movimientos”, añade.

El crítico de cine Roger Koza conoció a Hartmann y a sus amigos en la ciudad hanseática, donde éstos asistían sin falta a las funciones de la sección “Vitrina” de cine iberoamericano que el argentino programa para el Filmfest Hamburg desde 2006. “Hartmann es un cineasta magnífico, curioso como pocos, habla más de cinco idiomas y había elaborado una hipótesis sobre mi trabajo como programador. De ahí en más, no tengo pudor en decirlo, he intentado dar a conocer su trabajo en Argentina, México y Austria, países en los que he trabajado como programador. Mucho tiempo después, nos hicimos amigos”, comenta Koza, quien protagoniza una de sus últimas películas, El Argentino, aún sin estrenar.

Koza estará a cargo de la charla inaugural del ciclo. “A diferencia de la generación de cineastas formados recientemente en Berlín, como Julian Radlmaier, todos los cineastas de Hamburgo parecen sentir el deseo de filmar en otras latitudes: Connors en Estados Unidos, Hartmann en América del Sur, Wittmann en Francia y Argelia, Donschen en Italia, Schoch en Rumania”, afirma. “El otro rasgo en común ostensible es una absoluta prescindencia de una dramaturgia lineal. Todos ellos parecen seguir al pie de la letra la pretérita lucha de Raúl Ruiz contra el conflicto central. Ninguno de sus relatos participa de la tradición aristotélica, aún vigente en el imaginario occidental y constitutiva de los relatos en el cine contemporáneo, incluso cuando se trata de películas de superhéroes”, señala.

Sin embargo, las coincidencias terminan allí. En opinión de Koza, no se puede definir el trabajo de estos cineastas como movimiento o colectivo estético y político con un objetivo preciso. “La contingencia los reunió en un ámbito universitario muy particular, misteriosamente libre si uno analiza la idiosincrasia alemana siempre orientada a domar el azar y a planificarlo todo, aún la libertad. En ese espacio sin constricciones creativas, Hartmann, Wittmann, Donschen, Schoch y Connors, entre otros y otras, constituyeron una asociación afectiva con intereses estéticos similares pero no necesariamente equivalentes. No siempre, pero muy a menudo, se ayudan entre todos a la hora de filmar, pero no es una condición establecida”, aclara.

El programador de la Viennale y director artístico de festivales locales como el FICIC y el DocBuenosAires menciona otro punto en común: el “reconocimiento y amor incondicional” que profesan por un profesor de la HfBK, Gerd Roscher. “He conocido a este último y he visto sus películas, y relaciono su figura a la tradición de Thoreau y de cierto cine alemán de la década de 1960: la desobediencia es su ética, la relación estrecha con la naturaleza define su disposición estética; lo primero no le es ajeno a ninguno de los cineastas de Hamburgo. Todos suelen ir a visitarlo a su casa situada en la montaña y al lado de un lago; generalmente lo hacen en el verano cuando se organiza un festival de cine al aire libre al que asisten casi todos los cineastas formados por él”, comenta.

Roscher es, de hecho, el protagonista de una de las escenas clave de El tiempo pasa como un león rugiendo, en la que el profesor le cuenta a su alumno y amigo Hartmann que cuando el cineasta Richard Leacock, uno de los pioneros del cine directo, visitó la HfBK en los años 90, no sacó la cámara durante su ponencia, como esperaban todos los alumnos. Al parecer, el británico recién empezó a filmar cuando todos abandonaban la sala. “Ahí aprendí que es importante dejar pasar un tiempo falso, tomarse un tiempo para esperar lo inesperado”, confiesa Roscher en la película. Una lección que su discípulo no se toma a la ligera.

“Esta es una cuestión medular de mi trabajo”, afirma Hartmann, quien asegura que planifica sus películas lo menos posible para estar abierto a lo desconocido e inesperado. “Las películas predecibles o que buscan confirmarme algo que ya sé suelen aburrirme. Esto también me aburriría a la hora de hacer mis propias películas. Dicho de otro modo: muchas veces me resulta más interesante la experiencia de hacer mis películas, y quizá por eso también más importante, que el resultado, la película terminada. Trato de transmitir esa experiencia a los espectadores en el proceso de montaje. En el sentido de que la película cree espacios libres, deje lugar para el descubrimiento y plantee preguntas más que dar respuestas”, indica.

En El tiempo pasa como un león rugiendo, Hartmann se pregunta cuándo se produce la transición entre la juventud y, como lo define en el film una de sus amigas, la “dimensión existencial de la vida”, algo que al parecer se encuentra más allá de la frontera de los 40 años. Entonces quizá sea válido preguntarse si existe también en el cine algo así como un espectador adulto, uno que debe hacerse responsable de su propia experiencia ante una película.

“¡Me gusta mucho esa idea! Mi película pretende invitar a la reflexión, no pretende transmitir un mensaje ni explicar nada. En ese sentido también me gusta mucho la idea de Julio Cortázar acerca de un lector activo. Quiero espectadores activos, maduros y pensantes”, afirma. “Por otra parte, en cuanto a la adultez, también creo, a la inversa, que es buena cierta inocencia o ingenuidad infantil en la búsqueda de una película. O, sobre todo, una curiosidad que quizá sea más propia de los niños que de los adultos que se han vuelto demasiado adultos -¡no en el sentido de ‘mayores de edad’, sino en el de ‘cómodos’!-. Visto así, un adulto sería entonces alguien que conservó cierta libertad para la curiosidad infantil o para descubrir el mundo por sí mismo”.

Los detalles del ciclo

Cuerpos flexibles (2019), de Louis Fried

El ciclo “Constelaciones colectivas – El nuevo cine independiente de Hamburgo”, con acceso libre y gratuito, se podrá ver del 8 al 22 de abril a través de la plataforma online Vivamos Cultura - Sala Leopoldo Lugones (vivamoscultura.buenosaires.gob.ar). El ciclo está integrado por una selección de nueve películas actuales de los exponentes del cine más experimental e independiente de la ciudad portuaria del norte de Alemania.

El ciclo de cortometrajes y largometrajes será presentado con una charla inaugural por el crítico y programador de cine Roger Koza el próximo jueves a las 19 horas (se requiere de inscripción previa a través de www.goethe.de para obtener un link de Zoom) y constará de dos programas.

El primero, que va del 8 al 15 de abril, incluye el largometraje Olanda de Bernd Schoch (2019) –quien estuvo con sus películas en el DocBuenos Aires 2019- y los cortometrajes Primero en entrar, primero en salir de Zacharias Zitouni (2019) y Después de dos horas, habían pasado diez minutos de Steffen Goldkamp (2020). A ellos se suma Ada Kaleh de Helena Wittmann (2018), quien es asistente de Angela Schanelec.

El segundo programa va del 15 al 22 de abril, incluye los largometrajes El tiempo pasa como un león rugiendo de Philipp Hartmann y Casanovagen de Luise Donschen y los cortometrajes Los búhos crecieron tan grandes como la media luna de Maya Connors (2014), Cuerpos flexibles (2019), de Louis Fried (2019), y La maleza satánica - TRES (2017)de Willy Hans.