“En el pueblo había dos mudos y siempre estaban juntos. Cada mañana, temprano, salían de la casa en que vivían y caminaban tomados del brazo en dirección al trabajo”. Son las primeras líneas de El corazón es un cazador solitario y, puesto que se trata de su primera novela –luego vendrían Reflejos en un ojo dorado, La balada del café triste y las demás-, las primeras palabras como escritora de una muchacha de apenas veintitrés años llamada Carson McCullers. Quien lee esas palabras en la primera página de un libro, quiere seguir leyendo y saber qué sucederá en las siguientes con los amigos mudos que siempre estaban juntos, adentrarse con ellos en la imprecisa ciudad del estado de Georgia donde, durante los años 30, transcurre la historia de The Heart is a Lonely Hunter. Si lo hace, hacia el final del libro llega a una fecha precisa: el 21 de agosto de 1939. Ese día, el doctor Benedict Mady Copeland es obligado por sus parientes a mudarse de la casa que había compartido con su mujer y donde tanto y tantos años la había amado: la casa que había albergado su estudio nocturno de los grandes pensadores de la igualdad humana. En un momento último, solo en la casa ya vacía, se dijo: “Este no podía ser el fin. En su corazón se alzaban otras voces sin palabras… La voz del gran Spinoza y la de Karl Marx”.

El Dr. Copeland es negro y piensa en el destino de la comunidad negra resignada al adverso sur estadounidense. Vive en uno de los barrios negros de la ciudad donde, por las noches, lee a Spinoza. “A su alrededor la habitación se hallaba sumida en la oscuridad y debía acercar el libro al fogón para poder leer. Esa noche leía a Spinoza. No lograba comprender del todo el intrincado juego de ideas ni la totalidad de las frases; sin embargo, al leer intuía una poderosa y auténtica intención oculta en las palabras, lo que lo hacía sentir como si comprendiera”.

Algunas páginas más adelante dice que esa lectura era en voz alta: “Cuando leía a Spinoza en voz alta, las palabras adquirían una sonoridad rica y profunda”. Lectura “intuitiva”, lectura “sonora” que permite “sentir como si comprendiera”. No es el Dr. Copeland el único lector de Spinoza que, atraído por algo que no es del orden del texto mismo, comprende sin comprender.

¿Qué lleva a Carson –aun casi adolescente pero ya sin buena salud- a convocar a Spinoza en la exploración de las almas marginales que en el profundo Sur de larga memoria racista tratan de sobreponerse al desprecio y la violencia? No sabemos qué libro de Spinoza es el que leía el doctor Copeland esa noche, pero sin duda su interrogante y su asombro es por la mansedumbre, el conformismo y la complacencia de quienes padecen sometimiento e injusticia. ¿Por qué los seres humanos aceptan pasivamente la adversidad; más aún, por qué luchan por su esclavitud como si lo estuvieran haciendo por su libertad? ¿Por qué los desprotegidos, los hombres y mujeres simples de la comunidad negra a la que pertenece Copeland y a quienes habla no se alzan ni se rebelan? Nada veda imaginar que, en la oscuridad de un remoto barrio negro perdido en alguna ciudad de Georgia, mientras todos duermen, el Dr. Copeland lee el Tratado teológico- político para entender el misterio de la servidumbre humana. El combate por los derechos de los negros en el Sur tiene que ser a “todo o nada”, pero es importante “no luchar solo”- le dice a Jack Blount, su único interlocutor en asuntos políticos.

Veinticinco años más tarde, un joven negro de veinte años cuyo padre había sido asesinado por un grupo de racistas y cuya madre –nacida fruto de la violación de una mujer negra por un hombre blanco- fue obligada a ingresar a un manicomio, es condenado a prisión por delincuencias varias. La cárcel experimental de Norfolk (Massachusetts) donde fue confinado a fines de los años 40 tenía una importante biblioteca. En su celda, antes de convertirse en el más radical activista en favor de los derechos civiles de los negros de la historia, Malcom X leyó a Spinoza (“a través de la tenue luz que ingresaba a través de los barrotes”). Dice: “Hace cuatrocientos años que el blanco clavó en la espalda del negro un cuchillo de treinta centímetros de largo y ahora que lo ha retirado apenas tres centímetros supone que el negro debe agradecérselo”. Y en su Autobiografía –escrita por el periodista Alex Haley en base a cincuenta entrevistas con Malcom mantenidas poco antes de su muerte- consta un pasaje extraño: “Spinoza me impresionó por un tiempo cuando descubrí que era negro. Un judío negro español. Los judíos lo excomulgaron porque defendía una doctrina panteísta, algo así como la ‘totalidad de Dios’ o ‘Dios en todo’. Los judíos terminaron con sus servicios de entierro para Spinoza, lo que significa que él estaba muerto desde hacía mucho tiempo para ellos. Su familia fue expulsada de España, terminaron en Holanda, creo…”. 

Spinoza había dejado de ser judío para ser simplemente un negro. Cuando Malcom X fue asesinado el 21 de febrero de 1965 mientras se disponía a dar un discurso en Manhattan, Carson McCullers estaba ya abrumada por la enfermedad e iba a morir en Nueva York dos años más tarde. Tal vez alcanzó a imaginar que Malcom X era el Dr. Copeland o lo que el Dr. Copeland hubiera querido ser en medio de tanta servidumbre voluntaria. O lo que pensaba, sin ser capaz de hacer con su vida eso que pensaba, que era necesario ser. Pero no sabemos lo que Carson McCullers pensaba de Malcom X- tampoco si entre los libros que proveía a los presos la cárcel de Massachusttes había una novela llamada El corazón es un cazador solitario, por cuya publicación en 1940 su autora fue llamada “la niña prodigio de la literatura americana”. Solo sabemos que ambos, muy jóvenes, fueron lectores de Spinoza.   


Este texto pertenece al libro Lecturas imaginarias (publicado por EME editorial) en la que el autor reconstruye caminos de lecturas conjeturales -asociadas a la figura del filósofo Spinoza- basándose en la interpretación y el cruce de datos reales.