Las extensas planicies del Medio Oeste de los Estados Unidos de América han formado parte de la literatura de ese país desde que los primeros pasos de la conquista en los territorios salvajes (“conquista” y “salvaje”, un término concreto para otro relativo) comenzaron a transformarse en materia prima de la Historia y la leyenda. Muchos años después, cuando el estado de la nación era relativamente menos convulso, el cine aportó sus granos de arena, construyendo los pilares que terminaron haciendo del western el género estadounidense por antonomasia. Pasada la segunda mitad del siglo XX, las crónicas del Salvaje Oeste comenzaron a ser eclipsadas por otra clase de relatos, aunque no fueron pocos los autores (literarios y cinematográficos) que utilizaron esa misma geografía para contar historias modernas, señalando al mismo tiempo hacia los códigos y la iconografía clásicas. Sin que nadie asistiera al parto, veía la luz el western contemporáneo. Nacido en el pequeño pueblo de Rugby, en Dakota del Norte, el escritor Larry Watson ha abordado esos universos donde el presente está indisolublemente ligado a una tradición de dos siglos, en novelas como Montana 1948, White Crosses y, en particular, Let Him Go. Publicada originalmente en 2013 y nunca traducida al español, esta última retrata la búsqueda y el intento desesperado de recuperación de un niño por parte de sus abuelos. Si hay más corazón que odio en sus intenciones, los enemigos de la pareja hacen lo imposible por rechazarlas, en un intenso relato de violencias cada vez menos solapadas. Con el título Déjalo ir, la adaptación al cine encabezada por el realizador Thomas Bezucha acaba de desembarcar en las plataformas Flow y Google Play. Una versión cinematográfica relativamente fiel al libro que opta por mover la acción poco más de una década hacia el futuro. George y Margaret Blackledge, esos abuelos que dejan la tranquilidad del rancho para embarcarse en la aventura de sus vidas, están interpretados por dos instituciones del cine de su país, Kevin Costner y Diane Lane, en su segunda incursión matrimonial luego de la paternidad putativa del mismísimo Superman en el universo superheroico DC. Pero los Blackledge, a diferencia de los Kent, nunca reciben en su granja a un niño del espacio con poderes especiales.

Con títulos previos como las comedias La joya de la familia (2005) y Princesa por accidente (2011), el nombre de Bezucha asociado a un neo western donde los vínculos familiares son origen de varios traumas –algunos psicológicos, otros muy físicos– puede parecer extraño e incluso antitético. Pero el guionista y realizador (y exdiseñador de indumentaria) afirmó en una entrevista en el sitio especializado Screen Rant que “fue el espíritu de la historia lo que me llevó a estar interesado en adaptarla, y quería serle fiel. Hablé con Larry Watson desde muy temprano en el proceso porque tenía algunas preguntas sobre cómo había llegado a ciertos lugares en la novela, y los pensamientos que lo llevaron a tomar esas decisiones. Le dije que quería hacer algunos cambios que tal vez no le gustaran, pero que no había nada que yo pudiera hacer para arruinar el libro. En el texto, George y Margaret viajan desde su hogar en Dakota del Norte a Montana. Yo quise invertir la geografía y llevar la acción de 1951 a 1963, ya que, de alguna manera, ilustraba la caída en desgracia de la cultura americana con el asesinato de Kennedy. La acción transcurre en la primavera de 1963 y no va a terminar bien. No habrá realmente un final feliz”. El comienzo de la historia tampoco lo es. La muerte en un accidente del hijo de los Blackledge deja atrás a un bebé de pocos meses, a una joven viuda y a dos padres en estado de intenso duelo. Las primeras imágenes de Déjalo ir (título ambiguo, de múltiples lecturas) no ofrece una imagen de plácida y perfecta felicidad, pero sí la de una familia extendida que, a pesar de las dificultades económicas, parece equilibrada en sus dolores y placeres. Jubilado de un trabajo como sheriff luego de décadas de servicio, George atiende el pequeño rancho junto a su hijo; Margaret, en tanto, cumple con el rol de ama de casa todoterreno, ocupada ahora también en la asistencia de su nuera y nieto (hay algún chispazo temprano entre ambas, nada que no ocurra en las mejores familias). La muerte repentina del único hijo de la pareja opera de manera fulminante en esa delicada armonía, en particular cuando –luego de una elipsis de varios meses– la viuda decide casarse con otro hombre, mudándose con su hijo a una casa cercana, en un primer momento, para luego desaparecer sin aviso previo. El destino del matrimonio joven y el del nieto de los Blackledge: desconocido. Ese es el verdadero punto de partida de la historia.

Con un pasado de portación y uso de armas de fuego en defensa de la ley, el George Blackledge de Kevin Costner podría entenderse como la enésima versión de un heroísmo inveterado, pero en realidad es su esposa en la ficción quien toma las riendas de las primeras resoluciones importantes. No tanto una Mamá Coraje como una abuela dispuesta a exigir explicaciones y a no dejar que decisiones ajenas la alejen del legado más literal y concreto de su hijo. Veteranos de varias batallas en el cine de las últimas cuatro décadas, el protagonista de El guardaespaldas, Wyatt Earp y Un mundo perfecto y la actriz de Calles de fuego y La ley de la calle encarnan en Déjalo ir una perfecta simbiosis de capacidad actoral, enorme presencia en pantalla y esa inasible cualidad de estrella cinematográfica que, sin embargo, no se deja seducir por mohines o excesos de histrionismo. Costner será Costner y Lane será Lane, sin duda, pero los personajes están siempre por encima por ellos. Y en la ruta. En auto y no a caballo, aunque las paradas nocturnas para acampar, acompañados por una fogata y un poco de café caliente, recuerdan a decenas y decenas de instancias similares en tiempos más remotos. Una de las mejores escenas en la primera parte del film, antes de que los protagonista den finalmente con el paradero de su descendiente, cruza su camino con el de un joven aborigen que ha cortado lazos tanto con los miembros de su clan como con los de la sociedad blanca que intentó “reeducarlo”. En un primer momento, se hacen palpables las tensiones raciales, cierto recelo e incluso algunos miedos atávicos. La violencia siempre está entre nosotros, dibujando en los rostros jóvenes los terrores de las generaciones anteriores.

Para Bezucha, la película no sólo remite a los tópicos clásicos del western, “algo que es exclusivo de los Estados Unidos, que forma parte de nuestro folclore, de nuestra mitología”, sino también a temas más universales como “la sangre, las relaciones de parentesco. La novela de Watson tiene algo de tragedia griega, o al menos algo shakesperiano. Uno siente al leerla que los dioses caminan por las planicies, en guerra uno con el otro. Margaret y Blanche son la misma persona, las dos caras de una moneda. Una está loca y la otra no; una es luminosa y la otra es oscura. Pero son exactamente la misma cosa. Ambas pelean para preservar a sus respectivas familias”. Blanche, interpretada por la inglesa Lesley Manville (la princesa Margaret de The Crown) con fuerte acento del Medio Oeste, es la matriarca del clan Weboy. Una mujer endurecida y de armas tomar que, de transcurrir la historia durante los años de la Gran Depresión, bien podría ser pariente de la Ma Jarrett de Alma negra, el clásico del cine de gangsters dirigido por Raoul Walsh, o la Ma Kate Barker de El clan Barker, de Roger Corman. Los Weboy, sin embargo, no son criminales en un sentido estricto. Apenas una familia que cree conocer demasiado bien sus derechos pero no sus obligaciones. Tanto que no saben de límites a la hora de defenderlos. Al extremo de la psicopatía. Las marcas de la violencia intrafamiliar están presentes en la visita de los Blackledge al rancho de los Weboy. Una visita tan tensa como breve. De ninguna manera la abuela putativa del niño dejará que los abuelos paternos se lleven al pequeño a otro lugar. Apenas un beso y un abrazo y a la cama. El punto de ignición de la violencia que no tardará en llegar está a punto de ser alcanzando, aunque el tono reposado de Déjalo ir hasta ese momento no permite adivinar sus sangrientos alcances. A partir de ese momento, la película mutará y se moverá en direcciones inesperadas.

Entrevistado recientemente por la revista digital Collider durante un alto en el rodaje de Yellowstone, otro western contemporáneo en formato de serie que ya va por su tercera temporada, Kevin Costner admitió que se siente muy atraído por las historias del Lejano Oeste: “Era una época en la cual tenías que tomar tus propias decisiones. Me refiero a que hoy en día, si alguien te lastima, se busca a alguien para que se encargue del problema. Un agente, un abogado. A veces uno quiere pasar de largo y no preguntarle a alguien qué hora es por miedo a ser denunciado legalmente. Creo que hay algo muy atractivo en esa idea del Oeste, en el sentido de ver a la gente resolviendo sus propios problemas. ¡Y eso sí que era duro y peligroso! Cuando uno ve un buen western este se queda en la memoria durante mucho tiempo. Lo que me atrajo de Déjalo ir es el hecho de que, a diferencia de muchas películas que van construyendo su camino hasta llegar a un punto que genera miedo, la historia comienza directamente en ese lugar. Esa clase de gente realmente existe. Hay personas que no respetan ninguna ley y no conocen de límites. Existen y si uno piensa que no, sin duda se vive en un universo paralelo. Pensé en cuanto amo a mi esposa; tanto que también la seguiría a donde fuera. Y en cierto extraño sentido esta película vive para cumplir su promesa. Y las cosas terminan poco bien”. En cuanto a su coequiper en el reparto, el actor declaró que “es una actriz de primer nivel, capaz de interpretar un papel difícil como este, una abuela implacable. Uno puede incluso enojarse con el personaje por ser así. Diane es una de las mejores actrices de los Estados Unidos”. En la ficción, George y Margaret deciden actuar a pesar de las consecuencias, a pesar de la enorme reticencia de los Weboy, dejando de lado los inútiles intentos de conversación y entendimiento. La resistencia tomará formas oscuras y violentas y, a partir de ese momento, ya no habrá marcha atrás. Como en un western clásico, la silueta del destino está dibujada con sangre, aunque aquí el duelo final no se produce sobre la superficie de una calle polvorienta sino en las entrañas del rancho Weboy. Por unos minutos, el Oeste vuelve a ser salvaje.