Hay algo original, extraño y estremecedor en la concepción y organización de estos Cuentos completos de Ricardo Piglia. En una aclaración que figura al final de todo el recorrido –extenso recorrido de 825 páginas- acerca de las características del manuscrito que dio origen al libro, el editor Guillermo Schavelzon cuenta acerca de las decisiones e instrucciones que en los últimos años fue dejando expresadas Ricardo Piglia, entre ellas la de publicar en un solo volumen todos sus cuentos escritos desde 1967. La edición, según dejó dicho por mail, “vería la luz un año después de Los casos del comisario Croce”.

Eran los años de la enfermedad. Piglia había sido diagnosticado de ELA –esclerosis lateral amiotrófica-, que había empezado a manifestarse insidiosamente, pero tan lejos todavía de la sospecha de su extrema gravedad, como un malestar indefinido en la mano izquierda.

Entre 2014 y 2017 se dispuso a llevar adelante todos sus proyectos pendientes y la publicación de sus diarios sobreponiéndose a las crecientes y dramáticas limitaciones de la enfermedad. “A pesar de las limitaciones progresivas que le imponía la enfermedad, Piglia llegó a establecer la versión final de estos Cuentos completos” señala Schavelzon. “Pudo hacerlo gracias a los esfuerzos de su mujer, Beba Eguía, que siempre le facilitó los medios para que pudiera seguir escribiendo. Piglia logró dominar un software de escritura con la mirada, y con el apoyo de Luisa Fernández trabajó arduamente en la revisión y cierre de su obra, que incluía la nota a esta edición, dictada en 2016”.

Si algo extraño y original -y no necesariamente estremecedor- se puede agregar aquí acerca de esta edición de Cuentos completos, es que no se trata estrictamente de un libro de cuentos clásicos, aunque no deja de haber una corriente al respecto en sus páginas. Y que tampoco es exactamente cierto lo de “completos”. Y no en este caso porque falten algunos textos (cuando esto sucede se suele recurrir a la categoría de “reunidos”) sino porque en cierta medida “sobran”. Todo esto fue la decisión del autor, una decisión que en definitiva refleja la convicción acerca de lo que es un cuento: cualquier cosa menos algo sencillo, reductible a una fórmula. Decisiones y convicciones que se fueron entrelazando de una forma no dogmática, fruto de la teoría y de la práctica.

Cuentos completos de Ricardo Piglia es una suerte de compendio de formas breves o relativamente breves que paulatinamente se van a ir despegando del cuento clásico (incluye una nouvelle como Prisión Perpetua, casi en la antípoda del relato cerrado sobre sí mismo) y es, ante todo, la antología personal de una búsqueda, de un sendero de exploración que sostuvo a lo largo de toda su vida de escritor y que reconoce un punto de quiebre que el mismo Piglia dejó señalado en la “Nota del autor”, fechada el 10 de abril de 2016.

“No creo que un escritor evolucione. Son las formas las que cambian y uno solo debe estar abierto a la experimentación. En ese sentido, el “Homenaje a Roberto Arlt” de 1975, fue para mí un cambio fundamental, lo que no quiere decir que los lectores compartan ese criterio. A partir de ese relato pude intentar nuevas formas, sin abandonar, sin embargo, la escritura de cuentos a la manera clásica”.

Y más allá de estas expresiones sobre las que volveremos más adelante, vale la pena comenzar por un recorrido “objetivo” del índice de Cuentos completos, dar cuenta –primero lo primero- de sus contenidos.

Arranca como corresponde en cuanto a la cronología con La invasión, publicado por primera vez en 1967, marcando el debut del autor. “El primer libro es el único que importa, tiene la forma de un rito de iniciación, un pasaje, un cruce de un lado al otro”, se lee en Años de formación, el primer tomo de Los diarios de Emilio Renzi. “La importancia del asunto es meramente privada pero nunca se puede olvidar, estoy seguro, la emoción de ver por primera vez un libro impreso con lo que uno ha escrito. Después hay que tratar de no convertirse en ‘un escritor’.

Lo cierto es que La invasión lo convirtió a Ricardo Piglia en escritor, casi se diría, dos veces. O en un doble sentido: lo situó en el marco de la generación emergente de narradores de los 60 peleando cabeza a cabeza el primer puesto con Miguel Briante, quien por entonces publicaría Hombre en la orilla (los dos habían competido en el Premio de Casa de las Américas, resultando ganador La invasión). Pero Piglia también entra a tallar entre los intelectuales de las grandes ligas que, a la manera de Contorno, no eran aspirantes a ser solo narradores profesionales, sino que anhelaban hegemonizar la crítica literaria, el aspecto más ideológico de la interpretación de la literatura, las disputas por el sentido.

En Cuentos completos se incluye la edición de 2006 de La invasión, la única en cuarenta años desde la original de 1967, y a la que Piglia, además de revisar, agregó cinco relatos a la serie inicial: “Desagravio (1963), “El nadador” (1965), “El pianista” (1968), que se habían publicado en revistas literarias en las fechas señaladas y dos relatos inéditos. “Los dos relatos más extensos –que ahora abren y cierran el volumen- son inéditos. ‘El joyero’ fue escrito en 1969 y ‘Un pez en el hielo’ a principios de 1970. Los dos textos pasaron por diversas versiones y múltiples reescrituras. Me pareció pertinente incluirlos en el libro porque fueron escritos con la misma concepción que el resto de los relatos”.

Después de La invasión viene Nombre falso, de 1975, una serie de cuentos también clásicos o “casi” clásicos (contiene el que quizás sea su cuento más antológico: “El Laucha Benítez cantaba boleros”) que desembocan en la nouvelle que da título al volumen, que, a su vez, incluye el Homenaje a Roberto Arlt, para Piglia su mejor texto o, por lo menos, el que habría marcado un punto de quiebre en su propia narrativa. Obviamente -ya podemos decirlo- “Homenaje a Robero Arlt” es el texto inaugural porque habilita la novela Respiración artificial, el verdadero punto de quiebre en cuanto al cruce de narración, Historia y crítica literaria.

Después Piglia decidió incluir en esta edición las dos nouvelles que conforman el volumen Prisión perpetua (1988), los Cuentos morales (1993), Los casos del comisario Croce (2018) una extraordinaria recopilación de cuentos policiales y, finalmente, un apartado bajo el título “Historias personales” donde se recopilan algunos relatos que ya habían aparecido en sus Diarios.

¿QUIEN INVADE A QUIEN?

La historia de La invasión –que incluye peripecias narrativas, políticas y editoriales- está contada de manera fragmentaria en Años de formación. Efectivamente, el escritor en ciernes se está formando en el arte de componer, registrar, comparar y lograr una síntesis. Compara norteamericanos y argentinos, de Poe a Hemingway, de Quiroga a Borges. Intuye que en el fondo se trata de “escapar de la gravitación de la prosa de Borges”. Entre ginebra y ginebra, de pensión en pensión universitaria, de un trabajito editorial a una colaboración en revistas literarias, algo se está cocinando. Y de pronto eso que se cocina, cristaliza en el famoso “primer libro”. Es el verano de 1967.

Lunes 13 de febrero

A las ocho de la mañana me despertó el timbre de la calle. Un cartero con un telegrama de Casa de las Américas. Su libro primera mención en Premio Casa. Lo publicaremos en los próximos meses. Felicitaciones.

Sin duda, lo sé mejor que nadie, estas alegrías son siempre incómodas, demasiado sociales, y en el fondo no sirven. De todos modos, es lo que quise, lo que yo mismo buscaba, un acceso, un puente a la ‘literatura’ entendida como un territorio distante de la escritura. Digamos que soy dos personas, el que escribe y el que espera publicar. Para el segundo de nosotros aparecen ahora algunas certificaciones, un premio (que no es un premio sino una mención) y una doble edición prometida: el libro saldrá este año en La Habana y en Buenos Aires. Esa confirmación (el telegrama que llega a las ocho de la mañana anunciando que uno ha sido ‘mencionado’ en el mundo de la literatura) la esperaba incluso antes de haber escrito el libro. Tal vez porque lo daba por hecho, no comprendo si tiene algún otro sentido que esta vaga sensación de irrealidad. Siempre las cosas se me han dado con excesiva ‘facilidad’, parece que efectivamente hay una estrella que me protege, o la supersticiosa convicción de que siempre estaré a salvo.

Pero no es tan mágico como yo mismo lo quiero desear. Si miro el libro con cuidado encuentro las razones: un libro concreto, con una poética lacónica, nada fácil ni complaciente”.

A decir verdad, hay pocos rasgos del Piglia que conoceremos a partir de Respiración artificial (1980) o, si se quiere, de Homenaje a Roberto Arlt, su precuela, en el narrador de los cuentos de La invasión. En principio, se puede pensar que asoman dos vertientes. Una, muy deudora de la forma del cuento efectista, varonil (esa camaradería de los varones de la literatura a la que el mismo Piglia hace referencia en sus Diarios como marca del “ambiente literario” de esos años: piensa en Walsh, piensa en Conti, en los hermanos Viñas), norteamericano, donde se delinea un mundo de otredad que empieza por la terra incognita de la femineidad (en este sentido, “Tierna es la noche” es su punto más alto) y avanza sobre otros ámbitos, hasta arribar al de la homosexualidad en la famosa escena de la cárcel de “La invasión” donde Emilio Renzi es metido en un calabozo junto con dos enigmáticos y algo sarcásticos hombres jóvenes que se presentan a sí mismos como “desertores”, aunque no se explicita si son desertores de la milicia o de una más vasta concepción de la disidencia y donde el efecto más inquietante, en definitiva, es que no se sabe quién está invadiendo a quién: si la homosexualidad al mundo universitario sofisticado y politizado de Emilio Renzi, o si este invade a los disidentes en su calabozo-territorio. Como sea, la lectura actual de “La invasión”, del cuento y en general de todo el libro, lo hace ganar en su ambigüedad, como si lo que el autor iba pensando en relación a correrse del clasicismo, hubiera ido copando la escritura hasta llegar a la versión final del libro. La otra vertiente es aquella de dos cuentos inmensos, inolvidables, “Las actas del juicio” y “Mata-Hari 55”, donde la Historia y la política invaden impiadosamente a la literatura, y esta línea aleja a Piglia de su generación y lo acerca a quien era ya en ese momento un gran amigo y referente, alguien con quien solía conversar e intercambiar lecturas: Andrés Rivera.

De los cuentos nuevos que fue sumando en La invasión versión 2006 (la de los Cuentos completos), sólo se puede agregar que fueron ampliando el territorio de lo que invade y lo que es invadido: visiones de la locura, la ampliación del marco histórico político y la confirmación de que el cuento policial, desde los años 60, fue una de las grandes fuentes que alimentaron la narrativa de Ricardo Piglia (a la que finalmente pudo plasmar como una zona propia en Los casos del comisario Croce).

En Formas breves, Piglia reunió sus ya célebres “Tesis sobre el cuento”. Ahí puede leerse:

“La versión moderna del cuento que viene de Chéjov, Katherine Mansfield, Sherwood Anderson, y del Joyce de Dublineses, abandona el final sorpresivo y la estructura cerrada; trabaja la tensión entre las dos historias sin resolverla nunca. La historia secreta se cuenta de un modo cada vez más elusivo. El cuento clásico a la Poe contaba una historia anunciando que había otra; el cuento moderno cuenta dos historias como si fuera una sola. La teoría del iceberg de Hemingway es la primera síntesis de ese proceso de transformación: lo más importante nunca se cuenta. La historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión”.

Quizás, en esta tesis no sólo esté condensado el tránsito del propio Piglia del cuento clásico en la senda de Borges o de Hemingway hacia formas cada vez más y más abiertas sino también la paulatina “invasión” de la crítica como género literario, marca registrada del Piglia que emerge en plena dictadura para narrar en clave desenfadada y cifrada, la historia argentina.

Esta transición –esta nueva, última forma de la invasión- es la que se verifica en el paso de La invasión a Nombre falso. Algo que se clausura sin dejar de existir del todo –la tendencia al cuento clásico-, y algo que se abre en forma vertiginosa hacia la experimentación.

Como si sucediera de forma repentina, de un solo golpe revelador.

EL COMISARIO DEL PUEBLO

Piglia fechó la aparición de los cuentos protagonizados por el comisario Croce en 2007. Como si fuera una elección signada por el día del nacimiento del personaje. No es tanto el día exacto lo que está en juego pero sí el momento, la época: 2007 es cuando él concibe a ese personaje que tendrá un rol destacado en su novela Blanco nocturno. Por eso, según explica en la nota de autor de los Cuentos completos, este libro, Los casos del comisario Croce, antecede a las “Historias personales” (2015-2017) que cierran el volumen.

Los grandes detectives suelen tener más espesor en los cuentos que en las novelas. Basta pensar en Sherlock Holmes. Los cuentos los suelen presentar en un estado puro, de una intensidad que las novelas diluyen en el exceso de peripecias. El cuento policial fue para Piglia la posibilidad de un regreso a las fuentes, gozoso y calmo, sin la obsesiva necesidad de desmarcarse siempre del clasicismo y dispararse hacia el lado de la experimentación. En las variaciones en rojo del género -la novela negra y el cuento policial clásico- encuentra la llave, la clave, como había sucedido en los años 60 y 70 con Walsh, con Piglia mismo, con Osvaldo Soriano y Rodolfo Rabanal poco después y tantos otros. Lo policial es un puente, una conexión. Se conectan intereses estéticos y comunicacionales, público lector y masas, en definitiva, se conectan la literatura y la política.

Los casos del comisario Croce fueron escritos por propia decisión del autor con un apego a los códigos realistas, lo que no significa bajo ningún punto de vista que sean un mero ejercicio de composición, la recreación nostálgica de un género.

Croce es un comisario y también un detective cabal del género folletinesco-policial pero modernizado. Su método racional-deductivo cede frecuentemente a la intuición, algo que corresponde más ajustadamente a un mundo que no responde a las reglas del orden, un mundo que ya se sumergió en el caos. Croce parece estar en estado de trance. Sherlock Holmes, según lo describe Watson, investiga en un estado de máxima concentración (cuando entra en trance bajo los efectos de la cocaína, no lo vemos en acción ni lo vemos pensando). Croce entra en trance y empieza a ser un detective visionario, un detective que comprende y puede ingresar en la esfera de la locura, hacer asociaciones libres y llegar a conclusiones que de otra forma no podría llegar. A Holmes la política y todo lo que sucediera en la esfera de lo público le importaban poco y nada salvo que tuvieran alguna influencia directa en el caso, en cambio Croce parece atascado en el centro de la política argentina. Croce es el hombre lúcido, el intuitivo, el que asocia libremente, el que resiste. Y no deja de ser –tradición sobre tradición- un Holmes de las pampas, un comisario de pueblo, de campaña. Un comesario.

A pesar de ser parte de la fuerza policial y del aparato represivo del estado, siempre está huyendo, un poco de la policía, un poco del Estado. Es bastante evidente que tiene más empatía con los delincuentes entendidos como payadores perseguidos que con los perseguidores. Sus casos lo ponen frente a dilemas éticos, políticos y metafísicos. Debe recuperar una cinta porno en la que supuestamente aparece una jovencísima Evita; conversar con el Astrólogo de Los siete locos poco antes de caer acribillado por las balas policiales; se cruza con Borges y resuelven enigmas desde una mesa de bar.

Borges otra vez y siempre. Su sombra planea ineludible a lo largo de estas 800 páginas y pico. Un largo camino iniciado en los años 60 para eludir a Borges, no en el sentido de llegar a ser un anti-Borges sino con la firme decisión de cruzar tradiciones para hacer el camino propio. No por nada el punto de quiebre es, para Piglia, Roberto Arlt. Piglia sigue el desvío que le propone Arlt hacia el final de El juguete rabioso: tropezar con la silla y salir. Seguir viaje.

Ese viaje está desplegado en forma deslumbrante en los Cuentos completos, un volumen que una vez más contiene las enseñanzas de Ricardo Piglia acerca de lo que debe ser en la literatura. No se trata de deber ser a la manera de un mandato ineludible, pero sí hay una ética de la escritura. Ni un puro juego del querer, de la voluntad, ni un ortodoxo ensañamiento con dogmas ni decálogos que ya no le sirven a nadie. Aunque se admite que la última palabra siempre la tendrán los lectores, hay que reflexionar acerca de lo que se está haciendo hasta el final y más allá del final.

Una última lección que nos dejó con la mirada.