En una nota que publiqué en este medio hace aproximadamente un año me referí al hecho sorprendente de que el coronavirus que nos asedia no es un organismo vivo. Es algo bastante difícil de pensar, porque al interesar nuestros cuerpos y replicarse (es más preciso que decir reproducirse, porque en realidad no se reproduce, sino que se replica en nosotros, donde se hospeda); en cierto modo tiene algo de parasitario, pues sólo puede replicarse en un organismo vivo.

Sin querer invadir el terreno de los científicos, sobre todo de los biólogos, incluso de los bioquímicos o de los físicos porque se trata de partículas moleculares, me interesa decir algo desde el punto de vista psicoanalítico.

Cuando Freud, en Más allá del Principio de Placer, habla de la pulsión de muerte, no se refiere exclusivamente a la vida individual, sino también se refería a la naturaleza, también en la naturaleza existen fuerzas que tienden a la muerte, la vida en general tiende a la muerte. Freud hablaba de la tendencia a lo inorgánico, es decir a la reducción máxima de excitación que llevaba a la muerte. También existen los fenómenos de la naturaleza, que siempre han sido para el hombre una fuente de temor. Los terremotos, las inundaciones, las erupciones volcánicas, los tsunami, incluso -como se dice, las fuerzas desatadas- producen cierta angustia, las tormentas, los rayos.

Dichos fenómenos o meteoros tienen una particularidad que es que muchos de ellos son impredecibles, imprevistos. Si bien el hombre en su afán de dominarlos ha avanzado lo suficiente como para mínimamente prevenirlos, pero de algunos de esos fenómenos, como los terremotos, las erupciones, cuando nos enteramos tenemos pocos minutos e incluso segundos para salir corriendo.

¿Adónde quiero llegar? Son reales sin ley, como dirá Lacan. El virus se presenta también como un real sin ley, tiene su propio tiempo de desarrollo hasta desvanecerse. Como fenómeno de la naturaleza, o mejor de la tierra, son acontecimientos de tierra, como existen los acontecimientos de cuerpo psicoanalíticamente hablando. Y también los acontecimientos de discurso.

Freud decía que tanto la ignorancia como el conocimiento producen, ante los fenómenos imprevistos y peligrosos, temor. El temor y la angustia surgen o de la ignorancia, del no saber de qué se trata, de no saber qué hacer, o también puede surgir el temor del conocimiento, el que sabe tiene temor porque sabe de qué se trata, y por eso teme y porque sabe que poco se puede hacer. Estos fenómenos imprevistos, contingentes, se constituyen como un significante amo, toda la vida de pronto se ordena en función y alrededor de ese significante. Allí comienza la elaboración psíquica diría Freud, el tiempo de comprender de qué se trata, qué hacer, comienza el tiempo de saber, de inventar incluso, de producir algo que contrarreste, como cuando se inventó el pararrayos, o los diques, o los instrumentos meteorológicos.

Estamos en ese tiempo, de ligar ese significante amo al saber, al conocimiento. En una sociedad “normal” se convocan todas las fuerzas para contrarrestar e inventar una salida de la prisión en que nos deja la pandemia, el virus. La humanidad siempre ha enfrentado pestes, catástrofes, cataclismos, arrasamientos epidémicos, y quizás nunca hemos estado en mejores condiciones para ligar el fenómeno a los conocimientos, sólo que vivimos también una época en que las sociedades están más disgregadas, multidivididas, como un cuerpo despedazado.

 

*Psicoanalista. [email protected]