“Vean películas subtituladas. Una vez que se supera esa barrera de una pulgada de los subtítulos se pueden conocer muchas más películas extraordinarias”. Las palabras del surcoreano Bong Joon-ho al recibir el año pasado el Globo de Oro por su último largometraje, Parasite, pueden sonar anecdóticas. Sin embargo, el pedido estaba íntimamente relacionado con el carácter insular de la industria y el público de los Estados Unidos y, en particular, parecía dirigido a los miembros de la Academia de Hollywood, abiertos al cine del resto del mundo merced a esa categoría antes llamada “Mejor Película Extranjera” y hoy en día transformada, corrección política mediante, en “Mejor Película de Habla no Inglesa”. Salvo honrosas excepciones. Como el film de Bong, que se alzó con varias estatuillas por fuera del gueto “foráneo”. El realizador coreano-estadounidense Lee Isaac Chung seguramente escuchó esas palabras aquella noche, aunque es difícil saber si resultaron o no decisivas a la hora de apostar por una película ciento por ciento made in USA pero hablada en gran medida en el idioma de sus ancestros (con pinceladas lógicas de inglés). Otros realizadores, motu proprio o empujados por los productores, hubieran optado por un compromiso habitual en la industria del cine de ese país: hacer que los personajes, una familia de inmigrantes instalados desde hace años en los Estados Unidos, hablaran inglés con un acento más o menos ligero, más o menos fuerte. El éxito internacional del film sobre “parásitos” del director de The Host y Memories of Murder tal vez haya abierto el camino para que Minari, el cuarto largometraje de ficción de Chung, terminara nominado en seis categorías de primera línea en los galardones que se entregarán el próximo domingo 25 de abril, incluidas las de Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guion Original, Mejor Actor y Mejor Actriz de Reparto. Minari, cuyo título remite a una planta aromática también conocida como apio de agua y utilizada en la comida asiática, llegará a los cines de la Argentina dentro de las próximas semanas, cuando las condiciones sanitarias lo permitan. Un relato sensible sobre la experiencia inmigratoria, basada en gran medida en las experiencias personales del director y guionista durante su infancia.

Corren los años 80 y la familia Yi decide alejarse de la gran ciudad e instalarse en un campo de Arkansas con la idea de transformarlo en una granja. Al menos esa es la intención de Jacob. Su esposa Monica no parece tan convencida del proyecto. Mientras tanto, los hijos David y Anne observan y comentan desde su condición de segunda generación de inmigrantes, más asimilados a la cultura del país adoptivo pero aún atados a usos, costumbres y tradiciones transmitidas por sus padres. Por el momento, y hasta que la primera cosecha rinda sus frutos, Jacob y Monica logran emplearse en un puesto que vuelve a explotar una especialidad practicada desde que llegaron a los Estados Unidos años atrás: la selección y separación de pequeños pollos entre machos y hembras. “Creo que se necesita mucho coraje para filmar una película sobre uno mismo o sobre su familia”, afirmó Bong Joon-hoo en una conversación virtual junto a Lee Isaac Chung, producida por el medio especializado Variety. “Pero lo que más estimo del film es que no cae en la nostalgia. Más allá de lo autobiográfico hay cierta distancia y la historia no está narrada exactamente desde el punto de vista del hijo pequeño de la familia. No hay una voz en off ni un narrador en sentido estricto y el relato sigue la perspectiva de múltiples personajes”. Entrevistado por el periódico The Guardian, Chung –nacido en Denver, Colorado, hace 42 años– describió la simbiosis de realidad y ficción entreveradas en la trama de Minari: “Es una mezcla de cosas que pasaron y otras que no ocurrieron, pero la descripción de esa granja familiar está cargada de un sentido personal. Cuando llegamos a Arkansas, el campo estaba lleno de pasto muy crecido. Todavía recuerdo lo alto que me parecía siendo un niño, y cómo las serpientes pasaban deslizándose mientras caminábamos por allí. Mis padres también trabajaban separando pollitos por el sexo, lo cual es bastante difícil de hacer al observar los genitales. Es algo que se aprende a través de la intuición. Mis padres llegaron a los Estados Unidos en un momento muy alto de la inmigración coreana y se movieron por todo el país, desde Colorado a Atlanta y de allí a la granja de Arkansas. Tenía cinco años cuando llegamos allí”.

En la ficción cinematográfica, la llegada de los Yi a su destino rural ocurre durante la secuencia de títulos de apertura. El desconcierto se advierte en las miradas cruzadas, una mezcla de esperanza, deseos y también miedo que los cuatro integrantes del clan no logran esconder. El nuevo hogar los espera, sostenido por tablones y pilas de ladrillos: una de esas típicas estructuras prefabricadas, a mitad de camino entre una casa propiamente dicha y un motorhome tamaño XXL. Las fricciones y discusiones entre los adultos no tardarán en llegar: nada es fácil, las ambiciones no son necesariamente las mismas, el tiempo transcurrido desde aquel viaje transcontinental horada las capas del sueño americano ansiado, que ya no parece tan reluciente. Un día, los padres anuncian que la abuela paterna viajará desde Corea para instalarse junto a ellos, noticia que no es recibida del todo bien por los pequeños. Especialmente por David, cuya condición cardíaca preocupa a los padres y le impide aprovechar los vastos espacios naturales para correr y jugar. Pero más allá de las primeras reticencias, la anciana demostrará estar lejos de cualquier estereotipo, bueno o malo, y Minari irá construyéndose en parte como el retrato de una relación abuela-nieto, con el trasfondo de la lucha económica y humana de los Yi por la supervivencia. Chung recuerda en la entrevista mencionada que al llegar a los EE.UU. su abuela debía andar por los cincuenta y algo de años (en el film el personaje es mucho mayor): “De alguna forma era casi como nosotros, niños, por la manera en la cual se comportaba. Estábamos acostumbrados a una imagen convencional de las abuelas gracias a la televisión, y ella no era así en absoluto. Además era muy joven. Ni siquiera la veíamos como a una abuela: era una mujer que maldecía y nos enseñaba a jugar a las cartas y a apostar”. La abuela Soonja está interpretada por la actriz surcoreana Youn Yuh-Jung, cuya extensa carrera en el cine se inició en los años 70 –con films como Woman of Fire, de Kim Ki-young– y llega a tiempos recientes con títulos como La esposa del buen abogado, además de tener una importante presencia en la televisión de su país. Como el personaje en la pantalla, Youn también inmigró a los Estados Unidos –aunque, en su caso, durante los años de juventud– donde se estableció durante una década antes de volver a su país natal. La también surcoreana Han Ye-ri es la encargada de darle vida a Monica, al tiempo que su esposo Jacob es interpretado por el coreano-estadounidense Steven Yeun, rostro recurrente en las series The Big Bang Theory y The Walking Dead, además de coprotagonista de la notable Burning, de Lee Chang-dong (disponible para ver en Netflix).

En A Time To Live, A Time to Die (1985) –obra maestra de Hou Hsiao-hsien que, de manera semiautobiográfica, describe la experiencia inmigratoria de su propia familia en los años 50, en un pueblo rural de Taiwán– un apagón nocturno se transforma en una instancia bisagra en la vida del clan. En Minari también ocurre un evento que marcará a los Yi, pero eso ocurre muy cerca del final del relato, cuando las tensiones, discrepancias, enojos y decepciones han llegado casi a su punto límite. Antes, mientras Monica insiste en acercarse a la iglesia del pueblo para reencontrarse con los rituales religiosos (un porcentaje importante de la sociedad de Corea del Sur practica alguna rama del cristianismo), su esposo trabaja a destajo en la pequeña granja plantando frutos y vegetales de consumo común en su país de origen, con la intención de venderlos en las comunidades coreanas de ciudades vecinas. Lo ayuda un granjero llamado Paul (Will Patton), un veterano de la guerra de Corea de gran amabilidad vecinal y aún mayor fervor religioso; un personaje secundario construido en la tradición clásica, capaz de hacer las veces de “alivio cómico” en instancias dramáticas al tiempo que encarna un posible arquetipo de bondad humanista. En ese sentido, Minari no incluye una mirada vehemente sobre el racismo y las dificultades de los inmigrantes para ser percibidos como ciudadanos con igualdad de derechos. Chung explica que creció sabiendo que “los mayores obstáculos que intentábamos superar tenían más que ver con sobrevivir como familia, y menos con las relaciones externas que teníamos con la comunidad. El racismo existía y he experimentado algunos incidentes horribles en mi vida, pero cuando pienso en esos días, es más sobre cultivar y cultivar y las dificultades de querernos entre nosotros como familia”. La lenta asimilación a una nueva sociedad forma parte de la descripción que hace Chung de los personajes, pero también lo son esos pequeños apuntes culturales –la particular manera de agacharse de los adultos, la forma en la cual Monica se lleva la mano para ocultar su risa– que hacen de sus criaturas algo más que simples arquetipos inmigratorios diseñados para generar la empatía universal.

Minari tampoco es una comedia, aunque un humor ligero y muy humano se haga presente en varias oportunidades, tal vez otra enseñanza de Hou Hsiao-hsien en su primera etapa relevante como cineasta. “Pito roto” le dice la abuela a David cuando esta descubre que el pequeño se hizo pis en la cama durante la noche, antes de llevarlo por un sendero hacia un claro luminoso y descubrir que las semillas de minari han germinado y la planta ya puede utilizarse para condimentar algunos platos. Minari es un relato de crecimiento en el sentido más literal que pueda imaginarse. Ganadora del Gran Premio del Jurado y también del premio otorgado por el público en el Festival de Sundance, Minari no es, sin embargo, una versión sofisticada del crowd pleaser, la clase de films que suelen complacer a las audiencias más amplias: su historia agridulce escapa tanto a los golpes bajos de diseño como a la sensiblería. Al mismo tiempo, es el largometraje más “accesible” en términos narrativos de la filmografía de Chung, cuyos tres films previos –el primero de ellos, Munyurangabo (2007), fue rodado en Ruanda y estrenado en el Festival de Cannes– estaban marcados por ritmos y estructuras más cercanas al cine de autor internacional contemporáneo. “Eran películas influenciadas por autores de peso pesado como Andréi Tarkovski, Abbas Kiarostami, Hou Hsiao-hsien. Cineastas cuyas películas amo. Pero, para ser honesto, creo que llegué a darme cuenta de que tal vez no soy tan bueno para eso. Estos días me encanta ver films de Billy Wilder. Pienso en mis amigos en Arkansas y en todas las películas que miramos juntos y creo que esa es la audiencia con la que realmente quiero conectarme”.