“Todos los seres, decía, no son más que fragmentos dispersos de esta esfera de amor en la que se insinuó el odio.” Marcel Schwob. Vidas imaginarias

Christofied Jakob era capaz de rebanar un cerebro a mano alzada, como quien sabe pelar la naranja de un solo tirón. Llegó a trepanar 20.000 cerebros, 300 por año. La mayoría fueron mujeres, todas del Hospital de Alienadas de Buenos Aires, y algunos cuerpos desconocidos, esos que nadie reclama, los que nadie quiere: bandidos, asesinos, ladrones, vagabundos, “indios”, muchos “indios”

Freud publicaba la interpretación de los sueños y el Dr. Jakob, se subía a un barco, con preguntas quizás un poco parecidas, de esas que no dejan dormir a ningún espíritu inquieto. La necesidad de saber, la voracidad, la ambición, las ganas de descubrir algo, también eran parecidas. Los dos quisieron bucear en la oscuridad de la mente, pero eligieron distintas formas de entrar en el mar, o lanzarse al espacio.

“Pero ¿qué tiene en la cabeza?”, esa frase que dicen las madres y después las abuelas, esa misma frase, pero en alemán, fue la que le dijo muchas veces su mamá. Aber was denkst du? cada vez que el pequeño Christofied se perdía dibujando, o pasaba largas horas queriendo reproducir con el piano el canto de los pájaros. Aber was denkst du? cuando lo descubrió en el patio, usando un bisturí de su tío, para abrir a una rana de par en par e ir retirando parte por parte cada uno de sus órganos.

 

Y él no sabía qué tenía en la cabeza. Esa pregunta le retumbó de un lado a otro de esa cavidad, chocó contra el temporal, cruzó toda la masa gris y se perdió entre los surcos. Esa pregunta se hizo idea y le quedó ahí atrapada. Al mismo tiempo que se dedicaba a la obra de Wagner y a perfeccionar su trazo en el dibujo, comenzó a diseccionar ranas y dibujarlas, estudio varios atlas, incluso los mejoró. Wagner y cuerpos fríos, como parte de una secuencia infinita, como un laberinto. Cuando se dio cuenta estaba todo vestido de blanco con un bisturí en la mano abriendo toda serie de animales, algunos que nunca imaginó, mucho menos soñó, algunos llegaban de manera secreta a su laboratorio. Pero los cerebros humanos escaseaban por Alemania. El sospechaba que preferían dárselos a otro, algún otro laboratorio más secreto que el de su mentor, al que solo llegaban 4 o 5 al año.

Jakob sabía que era imposible conocer el universo mirando un par de estrellas, y estudiar el cerebro era como estar ante al menos dos o tres galaxias contenidas en una especie de frasco de aceitunas, pero sin ninguna transparencia. Se sintió perdido en esa oscuridad, se sintió chiquito, se sintió tonto, sintió que no lo dejaban saber, sintió que cada vez sabía menos y eso era insoportable.

“¿Quién se lleva los cerebros de la mayoría de los muertos?” se preguntó más de una vez.

Cuál era el destino de los cuerpos que nadie reclamaba, de los que quedaban tirados en la morgue de algún hospital, seguramente pudriéndose, porque para ese entonces no tenían cámaras de frío, o tirados en fosas comunes ¿Por qué al menos no entregarle esos restos abandonados a la ciencia? Pero nadie respondía a las preguntas de Jakob. Tampoco respondieron a las cartas semanales que circulaban por hospitales y ministerios.

Alguien interpretó mal su insistente pedido de cerebros, alguien se incomodó, nunca lo supo. A alguien en algún lugar secreto de Alemania del 1890 no le gustó la pregunta ni la insistencia. Y respondieron con una sugerencia que tenía la forma de una invitación: en algún país del fin del mundo necesitaban el mejor neurobiólogo, para develar algunas preguntas y formar a los próximos psiquíatras de ese país recién nacido. Parece que un tal Otto, recordó su nombre, no solo su nombre, este Otto sabía todas y cada una de las autopsias practicadas por el Dr. Jakob, sabía de su tesis, de sus atlas, de sus dibujos y cada una de sus inquietudes.

Para este tal Otto, Jakob era una oportunidad de avanzar en lo que luego llamarían “la Alemania Austral”. Mucho antes que el mundo hablara del führer, surgía en reuniones selectas, como de logias o algo así, un plan estratégico de expansión y superación alemana. Porque las cosas importantes siempre se arman en otro lado, y ese otro lado suele estar gobernado por otros hombres y otras leyes. Leyes y lados, muchos más ocultos que cada surco del cerebro, mucho más oculto que el lugar donde le quedó atrapada esa idea a Jakob.

No fue el único que mandaron en el nombre de la ciencia, pero sí fue el primero en pisar esas tierras bien al sur. Permanece aún la discusión entre sus biógrafos, si Jakob sabía, si acaso estaba de acuerdo, si tenía escrúpulos, si conocía el límite. Algunos todavía discuten si el Dr. Jakob fue un enviado encubierto del Tercer Reich. Algunos se preguntan si participó en el armado del laboratorio secreto en la isla Huemul, otros incluso hablan de la presencia del mismo Mengele en el gabinete que tenía el doctor en el Hospital Moyano, otros dicen que las fechas no coinciden, otros dicen que las fechas no, pero los secretos sí.

Los viajes con motivaciones científicas fueron varios, la mayoría al sur. Una foto que data de principio de siglo XX, muestra al Dr. Christofied Jakob junto a Clemente Onelli, ambos embarcados en una expedición impulsada por el segundo, y junto a ellos un taxidermista, un administrador de zoológicos, un geógrafo y un experimentado tirador. Seguían la ruta que había marcado un buscador de oro de apellido Shefield, quien había advertido a Onelli haberse topado con una criatura extraña de cuello largo con cabeza de cisne, pero con cuerpo de cocodrilo y un estilo de nado semejante al de una tortuga, que el agua se abría suavemente a su paso, que sus dimensiones eran cercanas a la de una ballena, y que jamás en su vida iba a poder imitar su manera de rugir y cantar al mismo tiempo. Algunos no le creyeron, pero parece que Shefield escuchó la voz de una mujer que rugiendo y cantando salió desde el interior de la criatura. La mayoría atribuyó sus descripciones a las deformaciones propias del alcohol mezclado con la noche y el miedo. A Onelli no le importó el rumor, estaba convencido que se encontraban tras los pasos de un plesiosauro, un reptil marino de la era mesozoica que habitaba las regiones más australes de la Argentina, más conocido como “el Nahuelito”. Dicen que Jakob ya sabía y que también sabía que de esa expedición volverían sin nada, pero igual fue. Algunos dicen que los hombres que asistieron a la expedición sí la vieron, pero que no hubo información oficial para la prensa, que volvieron tapados de silencio y terror, otros dicen que la criatura no era del mesozoico, sino que había sido arrojada una noche de otoño por miembros del laboratorio del Dr. Jakob. Otros vecinos un poco más amantes de lo fantástico cuentan, que esa noche pudo escucharse como si fuera un eco surgido desde el fondo del lago, “Die Walküer*”, de Wagner.

*La Valquiria. 

Este texto es una figura imaginaria inspirada en el libro “Vidas imaginarias” de Marcel Schwob y en “Psyche” de Pablo Cabado.

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