Marina Esther Traverso tuvo muchos seudónimos, el más célebre fue Niní Marshall, pero no fue el único: debutó como cantante internacional con el nombre de Ivonne D'Arcy y también firmaba como Mitzi sus columnas ilustradas por ella misma en la revista Sintonía. Cantaba, actuaba, escribía y dibujaba, el desbordado talento múltiple de Niní Marshall, máxima actriz cómica de su tiempo, encontró su pista de despegue en la radio en la década del 30 pero su revolución no tuvo un único medio. En Mujeres que trabajan (1938), dirigida por Manuel Romero, Marshall debutó en cine con un personaje secundario que se terminó adueñando de la película, su talento le dio un lugar de privilegio en la industria cinematográfica. “En casi todas las de Romero no fui protagonista. Las demás llevaban la cosa dramática y yo ahí, para hacer los líos”, así recordaba ella su lugar en la historia del cine: “fui coprotagonista, siempre fui el payaso de la película.” Pero la Marshall no era solo actriz, sino comediógrafa, porque ella era dueña de sus palabras, escribía sus parlamentos y hasta sus canciones cuando hacía musicales: “Se me ha dejado colaborar siempre en los guiones, de una manera anónima.” La victoria de Marshall fue que su voz se escuche, o mejor dicho, sus voces se escuchen. Así recordaba ella su aporte en los días de radio: “¿Qué traje de nuevo a esa época? Bueno, creo que esta manera de actuar, porque a los cómicos, hasta entonces, les traían el libreto y hacían radioteatro; no lo que hacía yo. Yo escribía mis propias intervenciones. A mí me habían puesto en un programa donde estaban las orquestas más importantes: estaba Canaro, con cuya orquesta me inicié, Armani y mucha gente valiosa; no es que yo valiera, me habían puesto allí, nada más. Fue entonces que hice lo que a nadie se le hubiese ocurrido: hice a Cándida, la mucama que tuvimos muchos años en mi casa, cuando yo era chica.” El primer personaje radial de Marshall estaba basado en una mucama, ese puntapié inicial dado con Cándida, ese nuevo seudónimo de Marshall, la llevó lejos, a envalentonarse con otros personajes como Catita, a no dejarse guionar, a crear sin patrones. Cándida se volvió célebre en Hispanoamérica gracias al cine, incluso filmó películas en México y España. Fue la mucama empoderada que logró emanciparse.

Hace algunas décadas atrás, Fernanda Laguna encontró en su alterego literario Dalia Rosetti una forma de expandir su universo. Como Marshall, el talento de Laguna es múltiple, es artista visual y curadora, además de narradora y poeta prolífica. Y como escritora tiene una genialidad para la comedia muy cercano a la actriz y guionista. El fuego entre nosotras, la nueva novela de Dalia Rosetti, podría ser una nueva entrega de las aventuras actualizadas de Cándida, un relato que, a partir del metejón de una empleada doméstica, se ramifica en una suerte de guerrilla porno-lésbica en Bariloche.

COMANDO TORTA

Valeria, una de las protagonistas, está enamorada de su patrona, una señora hetero, casada con hijes, que estudia curaduría. Con un plan milimétrico, Valeria logra acompañar a su patrona a un seminario de curaduría en un hotel de Bariloche para intentar cumplir su sueño de conquistarla. Pero no es una reversión de Cenicienta, porque la matriz del relato no es clásico. Si Dalia Rosetti había debutado como escritora con “Tatuada para siempre”, un cuento que reelaboraba el subgénero lésbico de cárcel de mujeres, esta nueva aventura es la versión tortillera de la telenovela de la tarde de mucama enamorada de su patrón, algo así como una esperpéntica remake literaria de la Muñeca Brava de Natalia Oreiro. Pero progresivamente, a fuerza de un perfecto giro literario, con su correspondiente cambio narrativo, la novela abandona cualquier forma de relato lineal, para salir del personaje guía, del protagonismo totalizador, para desdoblarse, perderse y fundirse en la hipérbole de un colectivo espontáneo de personal de limpieza, de “obreras del trapo”. Lo que empezó como telenovela de mucama termina implosionando en esquirlas que forman un batallón de mujeres que trabajan, que incluye a la propia Dalia Rosetti como personaje, quienes usan los utensilios de limpieza como armas, haciendo de aquello que las esclavizan una forma de liberarse de sus propios patrones. El pop como estallido. Una colectiva de mujeres explícitamente mutantes, porque la misma novela las compara con los X-Men. “¡Cumbia, nena!”, grita un personaje de la novela (las comillas no son mías) y parece reproducir la vibración del título del primer disco de tropipunk de Kumbia Queers, como ese cover de Madonna llamado “La isla con chicas”, donde la banda imagina un paraíso orgiástico y lésbico en un bar de San Telmo. Pero lo pop, la caricatura y el flirteo con lo fantástico en la escritura de Laguna no se vuelve solo comedia extremista y erotismo punk sino también porno de guerrilla. Ese belicismo erotómano se funda en el capítulo central de la novela, titulado simplemente “La lesbiana”, con una curadora de Estados Unidos que parece salir de la última versión femininja en 4D de Mad Max, y que llega del extranjero con una moto como todo equipaje. En un inglés bufo, o spanglish patafísico, tal como Niní Marshall deformaba el castellano, la novela de Rosetti le saca la lengua a todo y la mete en la concha hasta gimotear las voces del desparpajo anarcosexual. “¿Se puede pedir más que una lesbiana con pija a quien le guste destrozar cosas?”, piensa uno de los personajes y no creo que haya muchas frases más queer en la literatura argentina. Apología del sexo como aniquilación de toda corrección, El fuego entre nosotras es porno incendiario, y a la hoguera va toda la corrección identitaria y sexogenérica que se cruza en el camino. Explosiones orgásmicas de armas de fuego, una masajista de peligrosas manos totémicas, una mujer que cuando coge ladra, otra con sudor venenoso, tetotas apocalípticas son algunas de las imágenes de la galería de fetiches erotómanos de la novela. Tortilleras criminales que forman una comunidad guerrillera oculta en una montaña del sur argentino, el monte de Venus pasa de nivel geológico: la escritura en erupción de Rosetti hace que esa montaña se transforme en volcán con lava de empleadas de limpieza.

ARTE Y ARTILLERÍA

Si Dalia Rosetti, autora y personaje, parece una forma de evasión de Fernanda Laguna por algunos puntos de fuga de la fantasía catástrofe, en El fuego entre nosotras también parece acercarse a su alterego de la vida real. Porque un eje central del relato es el mundo del arte, poblado de sus personajes arquetípicos, donde la caricatura de artistas y curadores se funde con el retrato costumbrista. No creo exagerado afirmar que en esta novela, Rosetti/Laguna hace una suerte de coda de lo que fue Belleza y felicidad, esa re-galería que en los 90 dinamitó el campo artístico-literario porteño con su espontánea erupción, creando sin tilinguerías una experiencia íntima con el arte contemporáneo en los márgenes de la resistencia en el menemismo. En medio del torbellino, la novela planta una bomba donde “lo que antes era la contemplación de una obra de arte ahora es el objeto revolucionario de un atentado”. Esas obras de arte que crea la novela podrían haber estado exhibidas en los anaqueles de Belleza y felicidad. Un poco autoparodia, otro poco reflexión crítica, eso que empieza como un juego espontáneo se vuelve arte político. El chiste como forma de la rebelión artística del arte contemporáneo, pero también como forma de seducción. John Waters, en su libro Art: A Sex Book, escribe: “El arte contemporáneo es sexo. Les artistas, los jóvenes lindos trabajando en las galerías, los folletos y publicaciones de las galerías, los embalajes y los envíos, todas las personas jóvenes que van a yirar a las inauguraciones: esto es todo sobre sexo”. El fuego entre nosotras es esa visión hipersexualizada llevada al extremo, y tiene la misma carga política queer que el mismo Waters le da a través de su obra como cineasta y artista visual. De hecho, la obra de arte en la novela pone en jaque el sistema político y se interpreta como un atentado presidencial, y en una de las escenas más geniales un personaje grita “¡Macri gato!”. Creo que, en esta veta, Belleza y felicidad fue al menemismo lo que El fuego entre nosotras es al macrismo: una reescritura de la comedia sexual del arte para enfrentar a los sistemas ideológicos que siempre empujan la tragedia.

Presentación virtual de El fuego entre nosotras el domingo 2 de mayo, a las 19, música en vivo con Dani Umpi, sorteos, premios y una kermés-discoteca llamada Tortícolis. Para participar pedir el link en el Instagram de la autora @fernanda_laguna55