El poeta invisible logra que los documentos “hablen” como poemas. Mantenerse al margen, no decir “yo” y difuminar su presencia como autor, es una decisión estética que implica reconocer que sólo importa el testimonio. Su arduo trabajo consiste en editar de manera tal que el lector, sin la modesta brújula de un prólogo o epílogo, nunca se entera de que lo que está leyendo es un documento legal. Holocausto, del poeta estadounidense Charles Reznikoff (1894-1976), miembro de la escuela objetivista, se publica por primera vez en castellano, traducido por Carlos Soto Román y editado conjuntamente por la editorial chilena Das Kapital Ediciones y la argentina Zindo & Gafuri. No hay un solo verso inventado, imaginado o “dictado” por la inspiración. Reznikoff apela a las fuentes: los 15 volúmenes de los juicios de criminales de guerra ante los tribunales militares de Núremberg y los 6 volúmenes del Registro literal del juicio y apelación de Adolf Eichmann.

“¡Los judíos a Palestina! ¡Que se vayan a Palestina!”. Eso gritaban los alemanes que observaban los camiones de la policía con hombres, mujeres y niños judíos deportados. “Somos los civilizados/ Arios, y no siempre matamos a aquellos condenados a muerte/ solo porque son judíos/ como los menos civilizados harían:/ los usamos en beneficio de la ciencia/ como ratas o ratones:/ para averiguar los límites de la resistencia humana”, se lee al comienzo de Holocausto, libro publicado en 1975, meses antes de la muerte de su autor, que está organizado en doce capítulos: “Deportación”, “Invasión”, “Investigación”, “Guetos”, “Masacres”, “Cámara y camiones de gas”, “Campos de trabajo”, “Niños”, “Entretenimiento”, “Fosas comunes”, “Marchas” y “Escapes”. Reznikoff nunca escribió una sola palabra del libro, pero editó los expedientes judiciales para que el detalle de lo testimoniado tenga una condensación excepcional. El arte del poeta reside en seleccionar, cortar, editar, reordenar y pegar. En Holocausto, el poeta interviene sobre los materiales como si se tratara de un montaje cinematográfico.

“Un hombre de la S.S. atrapó a una mujer/ con un bebé en brazos./ Ella empezó a suplicar: si la ejecutaban/ su bebé debía vivir./ Ella estaba cerca de una alambrada entre el gueto/ y donde vivían los polacos/ y tras la alambrada estaban los polacos listos para/ recibir al bebé/ y ella estaba a punto de entregarlo cuando la atraparon./ El hombre de la S.S. le quitó el bebé de los brazos/ y le disparó dos veces,/ y luego tomó al bebé en sus manos./ La madre, sangrando, pero todavía viva,/ se arrastró a sus pies.// El hombre de la SS. se rio/ y despedazó al bebé como si rasgara un trapo./ Justo entonces pasó un perro callejero/ y el hombre de la S.S. se detuvo a acariciarlo/ y sacó un trozo de azúcar de su bolsillo/ y se lo dio al perro”, revela uno de los testimonios que recoge Reznikoff en la quinta parte de Holocausto, titulada “Masacres”.

En el epílogo del libro, Janet Sutherland resume las operaciones que despliega el poeta estadounidense. “Los nombres de los criminales de guerra han sido ocultados, las sentencias que recibieron no son mencionadas, sus abogados y jueces están en silencio. Los nombres de los sobrevivientes –los testigos de la persecución- también han sido ocultados. Lo que le importa a Reznikoff no es quién cuenta la historia, sino el relato en sí: el testimonio personal, los detalles concretos de lo ocurrido” y añade lo que el poeta estadounidense comentó en una entrevista: “(Al leer la ley) leemos registros, leemos casos, leemos toda clase de cosas, todo ha sido escrito por alguien. Los nombres son de poca importancia, excepto quizá para un profesor o un estudiante”.

En la séptima parte, “Campos de trabajo”, se lee: “se rumoreaba que serían llevados a Ucrania a trabajar/ en los cultivos/ ahora que Alemania había conquistado gran parte de ella/ Pero algunos recordaban a un judío que había llegado/ al pueblo y había dicho:/ “No crean lo que les dicen./ No están llevando a los judíos a Ucrania;/ los están enviando a los campos de exterminio-/ y ahí los matan”./ Pero nadie le creyó;/ pensaron que solo se trataba de crear pánico”. Los testimonios-poemas se suceden: “Muchas mujeres en Alemania, recibieron el siguiente/ mensaje cuyos maridos,/ asesinados en campos de concentración, habían sido forzados/ a escribir:/ ‘Me siento bien y me gusta acá’./ O ‘Su esposo ha fallecido de un ataque al corazón;/ estamos enviándole una urna con sus cenizas/ por esta razón envíenos tres marcos y medio’”.

La poesía de Reznikoff fue aclamada por poetas como George Oppen, Louis Zukofsky, May Swenson y Denise Levertov. Aunque publicó una novela (Por las aguas de Manhattan) y escribió obras de teatro que no fueron bien recibidas, se destacó con sus libros de poemas, que autoeditó o publicó en pequeñas editoriales independientes, como Testimony: The United States. En el epílogo de Holocausto, Sutherland recuerda lo que plantea Milton Hindus en “Charles Reznikoff: Un ensayo crítico” (1977) respecto de la maestría del poeta en la selección, en el estilo y en la atenuación. “Su arte es una especie de ‘arte por sustracción’, en el cual ‘un máximo de simplificación puede resultar inesperadamente en un máximo de sugestividad’. El poeta nunca se apropia de una fuente tal como la encontró, siempre la edita severamente. Borra material, especialmente las repeticiones y las irrelevancias, afila la dicción, mejora el ritmo, y despoja a la fuente del lenguaje figurativo y otros adornos retóricos, reduce la historia a su esencial dramático (…) Las escenas de Holocausto se desarrollan en Europa del Este, pero, Reznikoff parece sugerir que podrían haber ocurrido en cualquier parte, en cualquier momento, ya que la naturaleza del hombre que ha dado lugar a estas escenas es constante e inmutable”.