A raíz de su próxima beatificación, la figura de Fray Mamerto Esquiú (1826-1883) ha vuelto a cobrar actualidad. Este hombre sencillo, humilde, de gran cercanía a los pobres y necesitados, que en 1872 rechazó por considerarse indigno el arzobispado de Buenos Aires, y por obediencia llegó a ser consagrado en 1880 Obispo de Córdoba, será elevado a los altares el 4 de septiembre de este año.

Lamentablemente para la mayor parte de la historiografía su nombre se halla asociado a la Constitución de 1853. De este modo su actuación y su pensamiento se ha desfigurado hasta reducirlo al de un panegirista constitucional.

Esquiú fue un hombre contemplativo y su actuación política fue una proyección de ese espíritu que miraba las cosas temporales sub especie aeternitatis. Más allá de las limitaciones de su formación, sus pasos no estuvieron guiados por los principios del republicanismo liberal, sino por el pensamiento clásico, especialmente el de Santo Tomás de Aquino. Hay muchas citas del Aquinate en sus sermones, sus escritos periodísticos, en su diario íntimo.

Los sermones patrióticos

Sus enseñanzas fundamentalmente se cristalizaron en una serie de sermones. El más recordado, aunque poco leído, fue el pronunciado en la iglesia matriz de Catamarca el 9 de julio de 1853 a raíz de la jura de la Constitución de 1853. Otros importantes fueron el del 28 de marzo de 1854 en el momento de la instalación de las autoridades federales; el del 25 de mayo de 1856 con motivo de la instalación del gobierno provincial; el del 27 de octubre de 1861 luego de la batalla de Pavón; el del 24 de septiembre de 1875 debido a la reforma constitucional provincial; el pronunciado en la catedral de Buenos Aires el 8 de diciembre de 1880 tras la capitalización de la ciudad, y el del 23 de diciembre de 1881 en el que evocó al fundador de la Universidad de Córdoba, Fernando Trejo y Sanabria.

Es cierto que en el sermón del 9 de julio de 1853 pidió aceptar la Constitución, pero por motivos prudenciales dado el dramático cuadro de anarquía y despotismo que se vivía y con muchas reservas.

Buenos Aires, escindida del resto de la Confederación, rechazó la Constitución, pues no quería perder su predominio político-económico y cultural. En la legislatura de Buenos Aires hasta hubo mociones para tirar el texto constitucional por la ventana, “para que lo recogiera quien quisiera”.

El gobierno porteño no sólo se opuso a la Constitución, sino que intentó anarquizar el interior enviando tropas a Entre Ríos y Santa Fe.

El puerto era el símbolo de la vida moderna, del unitarismo político-cultural y económico-fiscal, del cosmopolitismo, el foco de la Kulturkampf desatada con más fuerza en el ochenta. El cónsul español en Buenos Aires, Miguel Jordán y Llorens, informaba el 26 de enero de 1860:

“La opinión más general (…) es que el partido exaltado con quien parece se halla de acuerdo el Gobierno, pone y pondrá todos los obstáculos posibles a la incorporación de este Estado a la Confederación. (…) Estos hombres infatuados con la posición topográfica que tiene Buenos Aires, con sus hábitos arrogantes y de chicana, así como con el mayor adelantamiento en que se halla este Estado comparado con el resto de la Confederación, y con las ínfulas que siempre han tenido de independientes, entrarán difícilmente a cumplir lo pactado con el general Urquiza”.

James Scobie señalaba que “La división entre los porteños y los provincianos era muy honda. Los intereses porteños se nucleaban en el intercambio comercial con Europa, y el desarrollo y la prosperidad del agro. (…) Las provincias, por su parte, buscaban la protección y el apoyo a sus industrias locales y a su comercio (…) Los intereses estaban divididos (…) entre los que deseaban importar una cultura europeizada y los defensores de la tradicional herencia hispánica, entre los que apoyaban un fuerte gobierno central y los que preferían la autonomía de las provincias”.

Los principios político-jurídicos

Las enseñanzas de Esquiú a los militantes católicos del ochenta pueden resumirse en algunos puntos; 1) todo poder viene de Dios y por lo tanto debe encaminarse al bien común; 2) la sociedad es una comunidad (si tomamos en cuenta la célebre distinción acuñada por Ferdinand Tönnies entre Gemeinschaft y Gesselschaft). que reconoce orígenes no sólo voluntarios racionales como pretende el contractualismo, sino también religiosos y naturales. Sus vínculos internos no se anudan exclusivamente en torno de convenios, contratos, sino que descansan en actitudes, emociones, de los cuales deriva una sociedad de deberes y derechos y no exclusivamente de derechos; 3) existe una pluralidad de órdenes sociales, a los que se deben reconocer cierta autonomía; 4) la política no debe subordinarse a la economía.

El fin de la Confederación

Tras la batalla de Pavón del 17 de septiembre de 1861 en la que Buenos Aires derrotó a las provincias, Esquiú se sintió totalmente decepcionado del curso institucional del país, Se fue a Tarija, luego pasó a Perú y Ecuador y tiempo después visitaría Roma y Tierra Santa; previamente envió al diario catamarqueño El Ambato un texto epitafio en el que decía:

AQUÍ YACE

La Confederación Argentina

Murió en edad temprana

A manos de la traición, de la mentira y del miedo

Que la tierra porteña le sea leve

Una lágrima y el silencio de la muerte

Le consagra un hijo suyo 

(Fr Mamerto Esquiú).

Su desazón

Como una muestra de su estado de ánimo sobre la deriva institucional del país escribió en 1875: “Hace bastantes años que no puedo, por más que quisiera, hacerme ilusión sobre el valor real de nuestras Constituciones y las nuevas ediciones y reformas que se hagan de ellas; lo único que puede buscarse en ellas es la salvación de un principio en el naufragio del orden y las buenas costumbres que se padece”. 

En 1878 presentó un proyecto de Constitución para Catamarca en el que intentando desprenderse del molde racionalista del constitucionalismo, sostenía en el artículo 6 que “El pueblo y la Constitución de Catamarca reconocen en las leyes y las autoridades legítimas no un poder convencional, sino el poder que viene de Dios, fuente única del deber y del derecho”.

Epílogo

Trece años después de su muerte visitó Córdoba Rubén Darío, y como fruto de la impresión que recibió de las personas que lo trataron, escribió el poema En Elogio del Ilmo señor Esquiú. La primera estrofa que resume su pensamiento dice:

Un báculo que era como un tallo de lirios

Una vida en cilicios de adorables martirios

Un blanco horror de Belzebú

Un salterio celeste de vírgenes y santos

Un cáliz de virtudes y una copa de cantos.

Tal era Fray Mamerto Esquiú.

*Miembro de la Academia Nacional de la Historia