Esta pandemia abarcativa a nivel planetario y omnipresente me lleva a evocar lo que Freud llama “angustia social”[1]. No es casual que se haya referido a ella luego de la primera guerra mundial, guerra que no vio de lejos, ya que ella atravesó su vida: sus tres hijos participaron en las acciones bélicas, durante años su práctica como analista se vio condenada a la ruina y Sophie, la hija favorita murió a causa de su vulnerabilidad a la infección provocada por los desastres. En ninguna otra contienda en el mundo hubo una matanza semejante a la de Verdún entre los años 14-18. Su valor traumático se recorta aún más si se piensa en su acontecer luego de lo que se llamó el siglo de las delicias y también “du grandennui”, del gran aburrimiento, del gran tedio y de la gran prosperidad de la clase media.

Hoy podemos decir que el valor traumático de esta pandemia que nos toca vivir es la de emerger en la era del cálculo, de la planificación, de la creencia en la ciencia y en los ideales del mundo globalizado. Pero así como para Freud la guerra lo llevó a la teorización de la pulsión de muerte, el real que nos acecha en nuestros días demuestra la fragilidad del neoliberalismo, la inconsistencia de los líderes mundiales y lo ilusorio de un progreso ascendente. Para determinada clase social, todo parecía posible, viajar, radicarse en mejores lugares, consumir, inventarse cada día, confiar en la ciencia como nuevo dios. La pandemia hace vacilar todos los discursos: de pronto algo que se afirma se relativiza al día siguiente, un dato parece darse por seguro y luego se desmiente, las informaciones son a veces contradictorias. Como ejemplo: inicialmente se decía que no había peligro para los jóvenes y luego fue relativizado, que para los ancianos el virus era letal pero después, con gran sorpresa, longevos de más de 90 se salvaron y ello dio lugar a diversas teorías: que habían contraído el virus en su juventud y por ello tenían inmunidad o que, al contrario, por su sistema inmune bajo no había resistencia inflamatoria y ello era mejor, que el virus da inmunidad o que puede reaparecer... Estas ideas fueron dadas por científicos, ni que hablar por las emitidas por legos o por presidentes o ministros de grandes potencias. Hoy son las vacunas, aun sin total seguridad, las que proporcionan alivio y llegar a ellas es vivido como un suspiro del que sí valen fotos. No solo no es localizable el virus, sino la verdad certera sobre el mismo y sobre tal imprecisión giran ideas diversas. Ante tal situación comparecen los extremismos: hay gente que no sale nunca de su casa, o hay quienes niegan el asunto minimizando al covid, y toman las medidas del gobierno acerca del cuidado como coercitivas respecto a la “libertad. Si el covid ha profundizado la grieta es también porque los sujetos se adhieren a posiciones extremas ante el vacío, ignorando incluso a veces, su sentido político. Así, la angustia frente a la incertidumbre conduce a algunos a aferrarse a posiciones inconmovibles.

El trauma siempre perfora los semblantes, hiere nuestras creencias, aguijonea nuestras defensas, pero también... enseña. Las atrocidades de la primera guerra mundial marcaron no solo la vida de Freud sino a su propia teoría. Ella --dijo-- había degenerado en un conflicto más sangriento que cualquiera de los anteriores y había producido un “fenómeno prácticamente inconcebible”, ese estallido de odio y desprecio al otro. Hoy no estamos lejos de estas apreciaciones, piénsese la manera paranoica en la que se tomaron los dichos de nuestro presidente acerca del relajamiento del sistema médico durante el “veranito”. Una comunicadora llegó a afirmar que con esto se estaba escupiendo al personal de salud, tomando así una palabra como plena de sentido en lugar de un entender lo serio del mensaje y su significación portadora que era la de aumentar los cuidados. La declinación de los discursos va de la mano con que la palabra tome el sentido de una injuria y de un agravio. Más allá de la clara intención política opositora al gobierno, se trata de pensar en el ocaso de los discursos, cuando la palabra es aprisionada en su instantaneidad, fuera de la modalidad en la que es proferida. Y, más allá de ese ámbito educativo: ¿No notamos acaso de qué forma ella se sobreentiende inmediatamente al ser confinada al grupo partidario de donde supuestamente proviene, a los intereses que la gobiernan, a los propósitos implícitos que la empujan? Resuena aquí la célebre observación de Heidegger[2] acerca del parpadeo nietzscheano como manifestación del “último hombre”. Es esa percepción que comprende demasiado pronto, es la mirada que solo capta la superficie de las cosas y que en el instante inmoviliza el sentido. Es el eterno presente como congelación del devenir. Y negación de la hondura que ese devenir atesora.

Sin embargo, a Freud los horrores de la contienda le aportaron también saber para la vida, fue justamente en uno de sus trabajos sobre la guerra que, siguiendo el adagio latino dijo: “Si vis vital para mortem” (“Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte”)[3], anunciando así que tal preparación es requisito y no obstáculo, de vivificación. Quedará por ver que nos enseña esta pandemia, podemos recordar a Kierkegaard,[4] quien se refirió a un aprendizaje por la angustia.

Silvia Ons es psicoanalista.

Notas:

[1] Freud, S.,(1976) “Psicología de las masas y análisis del yo”, Obras completas, trad. José Etcheverry, T. XVIII, Bs. As., Amorrortu editores

[2] En ¿Qué significa pensar? Heidegger se refiere a la parte 5 del Prólogo de Nietzsche de Así hablabaZaratrustra,Bs. As., Alianza, 2009:

‘Qué es el amor? ¿Qué es la creación? ¿Qué es el anhelo? ¿Qué es la estrella?-Así pregunta el último hombre, y parpadea.

La tierra se ha vuelto pequeña entonces y sobre ella da saltos el último hombre,que todo lo empequeñece. Su estirpe es indestructible, como el pulgón; el último hombre es el que más vive.

Nosotros hemos inventado la felicidad-dicen los últimos hombres y parpadean”

[3]Freud, S.,(1976) “De guerra y de muerte”, en Obras completas, t. XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1976,p. 301

[4]Kierkegaard,S., (1984) El concepto de la angustia ,Orbis, Madrid, p.191