Un paso más en la batalla entre los muchos que dio Carmen Baliero, experimentada cantora, pianista y compositora de músicas para cine, danza y teatro. Se trata ahora de Lentamente, su séptimo disco solista, que debe gran parte de su inspiración a Manuel Puig. Y sus trece piezas se apoyan en la solidez de la vuelta a la dupla que la hizo brillar antaño: Wenchi Lazo en guitarra más Carlos Vega al contrabajo. “Lentamente es un disco que se propuso ser lento, porque lo habitan temas que no veían la luz, trabajados a tempo lento”, destraba Baliero, redundante adrede, ante el desafío de definir un trabajo que tiene en el tema epónimo una forma de explicar el todo por la parte. “Es breve, nada enfático, sensorial, muy lento y cíclico. El disco tiene algo cíclico ya que termina sin terminar”, argumenta.

Otra llave madre del disco es la instrumental “Lluvia”. Lo es en su doble rol de corte y video, y en su clímax de bolero melanco cinematográfico. De hecho, ya fue utilizada como musicalización de la obra Cae la noche tropical, de Puig, dirigida por Pablo Messiez. “Puig pasó a ser un disparador cuando se planteó que 'Lluvia' iba a ser el primer tema del disco. A partir de allí noté que el agua, la lluvia, el río, eran una contante en el disco, un hilo que enhebraba los temas de manera reincidente. Tal vez cierta atmósfera teatral daba lugar y legalizaba su presencia en los demás temas y en el final”, sostiene Baliero, acerca de otra arista vinculada al sucesor de Centésimas del alma.

-La impronta de Puig también aparece en “Almuerzo”, por caso.

-Que es concretamente un almuerzo, sí. Después de una jornada de grabación, propuse hablar de películas, mi hija nombró El beso de la mujer araña, y ello redondeó la idea de Puig como hilo conductor. Hay que tener en cuenta que en tal obra se habla de películas, por lo tanto “Almuerzo” es casi una cita o una dramatización tangencial de la obra de Puig.

-¿Y “Mierda con España” en qué orígenes ancla?

-Tiene una historia larga y familiar. Mi abuelo fue corresponsal de guerra para el diario Crítica durante la guerra civil española. Tal vez por eso España tiene en mí una impronta muy grande. Más allá de mi abuelo, leo mucha historia y me interesa especialmente la visión de anarquismo sobre el tema -en eso no coincido con mi abuelo, que tenía una visión más allegada al PC-, pero por sobre todo, fue una guerra o una revolución donde también convivieron la literatura, la música y la poesía. Y donde, a mi juicio, se perdió gran parte de la mejor gente de España.

-¿Pero por qué el nombre? Es fuerte, impacta.

-Ahí iba, porque cuando terminé de leer el libro de María Teresa León sobre la guerra mientras viajaba en micro a La Plata, exclamé: "¡Mierda con España!" Había quedado altamente sensibilizada por lo que había sido ese país y lo que era ahora, dado que se sigue naturalizando la existencia de los borbones, responsables de millones de muertos en América, en todas sus colonias y en España. No sé, veo el Museo Reina Sofía, que por cierto es muy lindo, y pienso que la misma persona que lo fundó legalizó la muerte de millones de españoles, secuestros de niñes y desarraigos.

A la vez que canta, compone y toca, Baliero también escribe libros pedagógicos. De Música para teatro y otros temas, pasó ahora a otro llamado La enseñanza musical, en el que la también experimentada docente plantea un desafío a los “mecanismos adormecedores” de la enseñanza en general. “La docencia es una actividad que me insume mucho tiempo físico y mental. Hay en ella algo parecido al juramento hipocrático, porque me propuse hace muchos años no dar clases inútiles”, asegura, y sigue, en clave freireana: “En este sentido, se me plantea desde hace mucho tiempo para qué sirve la enseñanza musical en las escuelas, porque sostengo que las materias escolares sirven, en general, más como elemento de entrenamiento disciplinario que como formación de la materia específica. El o la alumna aprende a obedecer”.

-¿La enseñanza musical estaría cortando tal inercia, entonces?

-La música forma parte de la cotidianeidad en casi todas las personas y específicamente en la adolescencia es un lugar de pertenencia, de reconocimiento de tribus e intercambio. La pregunta sería qué lugar ocupa la materia música en ese universo. Digo, casi nadie se dedica a la física, la geología o la química por haber sido estimulado en el ámbito escolar, pero casi todo el mundo escucha y goza la música más allá -y a veces a pesar- de la escuela. No sé, el tema es muy largo y exponerlo parcialmente puede suscitar sensibilidades que no son necesarias.

-¿Pueden ambos libros  ser vistos como parte de lo mismo?

-Están totalmente vinculados, sí. En ambos hay propuestas y ejercicios. En ambos se habla del timbre y la acústica como tema crucial para percibir la música, dado que la mayoría de las escuelas tienen una acústica espantosa... Los actos se realizan en galpones o espacios centrales donde el sonido rebota, y se entiende poco y nada lo que se habla porque los micrófonos acoplan, les alumnes gritan, y nadie escucha sonido sino polución sonora. Creo que el sonido es como una buena comida, pues si te enseñan a degustar sabores te amplían la sensibilidad gustativa y si te enseñan a escuchar, podés percibir la música como una aliada a conocer más profundamente… Escindir la música de su cualidad sonora y tímbrica es cercenarle su esencia, y así se cae otra vez en el sometimiento y el acatamiento.

-Pese a la pandemia, has tenido una intensa labor compositiva para teatro y cine durante el año pasado ¿Cómo atravesaste la experiencia?

-Afortunadamente, sí, tuve trabajo. Pero es importante reparar en que el mundo del teatro y de la música está viviendo una crisis terrible, igual que los espacios independientes que en varios casos cierran por la imposibilidad de mantenerse. La sensación de no futuro o futuro incierto lejano redunda en el ánimo y la salud de las personas, así como en las formas y contenidos de producción. Por estos motivos, mi experiencia fue extraña. Por un lado, sentí placer en producir música en obras que me interesaron o en haber terminado la música para mi amigo Blas Moreau, de Siervo Ajeno, película filmada en la Puna. Pero por otro, me invadió cierta sensación apocalíptica, en la que no sabía si estaba navegando sola en un bote o éramos suficientes como para que tuviera sentido la aventura.