Solía aparecer por el bar La Estrella al atardecer, para sentarse en una mesa poblada de dirigentes peronistas entre quienes podrían encontrarse los hermanos Pedrini, el Rengo Trejo, gente del Comando de Organización (CdeO) --Víctor Sánchez, el negro Gómez, un tal Ulrich, entre otros, que respondían a su vez a Brito Lima en Buenos Aires-- algún de los hermanos Bittel (gobernaba Deolindo Felipe, corría el año 1974) y un sinúmero de personajes que la iban de amigos y compañeros o bien calentaban las sillas esperando el nombramiento en alguna repartición de gobierno. Pocillos de café atestados de puchos, vasos de agua y el trote incesante de Hitonaga, el mozo más famoso del bar regenteado por la familia Terada.

Entonces, aparecía --como ya dije-- con su elegancia planchada de galán de pueblo: jopito compadrón, la mirada canchera, bigotitos a lo Rosamel Araya, camisa de lino blanco almidonada y los mocasines blancos, inmaculados, como recién estrenados por el Papa. Saludaba con alguna broma, palmeaba espaldas, se sentaba, cruzaba una pierna y prendía un cigarrillo.

La unidad básica La Estrella casi, casi ya estaba completa.

El galán de pueblo no era otro que Daniel Pacce, ex diputado, amigo personal de los Pedrini, los Tenev y los Bittel, un justicialista influyente a la hora de agilizar trámites, nombramientos y otras intoxicaciones. Pero uno de sus mejores compinches era el temido locutor y jefe del Comando de Organización, Víctor Sánchez, que capitaneaba un grupo de ultraderechistas, pesados y peligrosos, propensos a las patoteadas, cadenazos y otras ternuras. Algunos, calzaban armas de fuego. Al tiempo, Víctor Sánchez fue ejecutado en la ruta Nicolás Avellaneda cuando regresaba en su auto de Corrientes, por un comando Montonero.

Una noche, antes de que fuera acribillado, caminando solo por el costado de Hospital Perrando, el Valiant IV de Víctor Sánchez pasó acelerando y desde el interior oscuro alguien me disparó dos tiros que, afortunadamente, impactaron en los postes de madera del alambrado perimetral del hospital. Días después, frente a la confitería El Molino, Pacce me detuvo y me dijo, compadrón: “Vos sos boleta, zurdo de mierda”.

Esta muerte va a agrupar de a poco lo que será, ya en plena dictadura, la violenta y temible Brigada de Investigaciones integrada por policías, militares y civiles. Fueron ellos los que firmaron por primera vez como la Triple A una carta amenaza a una decena de militantes populares.

Este facho de papel maché, no obstante, ocultaba su monstruo más secreto: era pedófilo. Abusaba de dos niñas en contubernio con su esposa, Noemí Alvarado, a quienes obligaba --hasta donde se sabe-- a pasar la siesta en su dormitorio.

Lo atroz, lo perverso de estos abusos consistía en que una de las niñas era su sobrina, hija del dirigente sindical y político, Lucio Alvarado, hermano a su vez de Noemí Alvarado.

La sobrina se llama Rosalía Alvarado y su amiga, Belén Duet, quienes, después de años de silencios y tormentos, pudieron denunciar su infierno.

Daniel Pacce hace un tiempo dejó de existir, no así su cómplice. Lo que también permanece vigente es el aberrante crimen de los abusos.

El abuso, lo siniestro, hoy es una monstruo de pesadilla que persigue a Rosalía y Belén.

Pues bien, este lunes comienza en Resistencia el juicio por causa de abuso sexual contra la sobreviviente de la pareja pedófila, la tía de la propia Rosalía.

La capital del Chaco se encuentra movilizada por decenas de mujeres que manifiestan su apoyo a las víctimas.

Hoy es un día luminoso de justicia.