En el interminable tedioso, aburrido y repetitivo escroleo en redes sociales, más que nada en Instagram, donde los contenidos son cada vez menos divertidos y abundan falsos postureos, gente pretendiendo ser feliz -cuando claramente está pidiendo ser sacrificada- y posteos de un verano extraordinario y extra ordinario, de repente, como de la nada, aparece un faro de luz, un oasis. Son los posteos de Gustavo Moro: un remanso, un bálsamo contra la pavada y el aburrimiento. Sobre todo sus videos vedetteando en el living de su casa. A cara lavada y con su ropa menos brillante, Moro llena de alegría y de arte la pantalla.

Desde que comenzó la pandemia Moro descubrió un mundo, según él, increíble dentro de la enseñanza virtual. Y, lejos de sentirse intimidado por el trabajo corporal en ese formato, lo vio como una buena oportunidad para llegar y acercarse por medio de la pantalla a gente de todo el país y de Uruguay y Chile. Da talleres de Jazz Dance y otro de Revista, Burlesque y Cabaret.

Este último me llama particularmente la atención cuando lo veo en sus posteos de Instagram. Trabaja con elementos, sillas, abanicos, telas, bastones. Y a partir de ese curso abrió uno nuevo de maquillaje, a pedido de sus alumnxs. Es un curso de maquillaje enfocado en el automaquillaje, la autoproducción. Con pocos elementos y con lo que uno tenga, mucho o poco, se puede aprender. Por estos días, Gustavo Moro está muy contento por la repetición de La viuda de Rafael, una serie de doce capítulos que repuso recientemente la TV Pública. Ahí interpreta a una chica trans. La serie está basada en la novela homónima de Luis Estrada Santiago, autor portorriqueño.

El elenco de actores destacados se corona con el protagónico de Camila Sosa Villada. La acompañan Maiamar Abrodos, Jorgelina Vera y Gustavo; son "las viudas". Recuerda que en aquel momento –se grabó hace diez años- se generó un clima de trabajo muy bueno, sobre todo considerando que se trataba de en un momento en el que la cuestión trans no estaba tan expuesta como en el presente. Lo conmueve que en esta oportunidad la serie pueda ser vista por toda esta nueva generación que entiende, incluye, comprende, muestra y genera empatía. Siente que esta generación entiende mejor la novela, que es un drama. La serie recorrió festivales de cine de todo el mundo y fue premiada por el INADI.

Ahora, Gustavo tiene un nuevo proyecto junto a Javier Grosso, una revista en formato streaming que se llama La Revista del Conurbein.

Sos actor, coreógrafo, bailarín, transformista, maestro. ¿Qué quedaría por agregar?

-Soy hijo, tío, hermano, amigo. Amigo de mis amigos.

¿En qué momento comenzó a pasar todo esto?

-No fue un momento. Desde que recuerdo. Era un chico tímido. Buscaba mis espacios, mis rincones, mis amistades con quien compartir mi creatividad. Me gustaba la gente adulta, charlar con los grandes, observarlos. Quería aprender todo. La música me encantaba y tocaba el piano. Siempre era música, era pintura, era color, era forma, era movimiento. En la secundaria sentí la necesidad de empezar a bailar .Podríamos poner como punto inicial un día en el que mi abuelito Manuel me llevó a comer al Palacio de la Papa frita, había que pedir turno en esa época. Yo tendría 8 años. y mientras esperábamos yo veía como la puerta el teatro Astral se amontonaban jóvenes, vestidos de colores, con peinados extravagantes, con bolsos , estirando los músculos, y le pregunté a mi abuelo que era lo que pasaba en ese lugar y me dijo “son bailarines y actores” y esa imagen me quedó grabada en la mente y se repitió la primera vez que fui a un teatro a audicionar que me encontré de golpe con una malla, polainas, con toda esa ansiedad, con muchas ganas de sentir que podía quedar. Y empecé a quedar…

Trabajaste en programas y espectáculos de tremendo éxito durante 30 años. ¿Qué te faltó? ¿Te quedaste con las ganas de algo?

-Estuve 8 años en Salsa Criolla con Pinti. Aprendí muchísimo con él. Fui coreógrafo de las revistas de Gerardo (Sofovich), siempre me identifiqué mucho con ese género. Gerardo era un productor increíble, tenía dos o tres espectáculos montados al mismo tiempo más su programa de TV y todo eso se lo coreagrafiaba yo, incluso infantiles. Me dio la libertad de pagar los sueldos a los bailarines así me aseguraba de tener a los mejores. A mí me gustaría hacer un espectáculo musical, un music hall que sea una bomba, que sea como los que hay en Las Vegas, pero bueno, como está todo la verdad es que sería más parecido a Las Vergas. Estoy listo para hacer lo que sea cuando sea.

¿En qué contexto conocés a Moria Casán?

-Moria me pidió que vaya a hacer a una travesti en una obra con ella. En un momento me cuenta que estaba llegando un formato de TV del exterior, el talk show. En el programa iba a haber una tribuna y que ella quería que estuviese lleno de Morias (sí, Morias). Y me pide que sea una de ellas. Yo nunca lo había hecho pero mi amigo José Luis Ferrando que estaba en el camarín me dice que lo podía hacer perfectamente. Que él me hacía el vestuario y Moria me prestaba sus pelucas. El “no” no era una respuesta posible para ellos. Corte a: yo sentadito en cámara haciendo de Moria. Y a partir de ese día no pararon de llamarme para hacerla. Yo me puse a estudiarla en profundidad, grabándola, imitaba hasta el mínimo detalle.

Igualmente seguiste haciendo tus personajes….

-De puta, de trola, de travesti, nunca una madre. Mentira. Una vez me tocó hacer de mamá. En Rebelde Way. En un momento, trabajando con Moria, me contacta un productor para llevarme a Europa. Para viajar había que hacer prensa, presentar material, hacer fotos que estuviesen perfectas, y ahí me llevan al Foto estudio Luisita. Con sus hermanas, me abrió su casa, hice las fotos, hice fotos que nunca me habían hecho antes, ella tenía un manejo de la luz, el color. Arreglaban las fotos (lo que hace hoy el Photoshop) a mano. Fui con una enorme timidez y me produje ahí. Con Luisita teníamos una comunicación extraordinaria, ella me decía que yo debería haber vivido la época de las grandes revistas en los años setenta porque lograba una imagen de una mujer descomunal. Me fui a Europa gracias a esas fotos.

Lo que vos hacés es un arte anterior al drag. Ya no quedan casi transformistas. Ahora les chiques más jóvenes se draguean. ¿Viste RuPaul Race? ¿Te divierte?

-¡Me encantan! ¡Me fascinan las drag! Me encanta ser el último exponente de los transformistas, porque fui una bisagra. Yo no tenía nada cuando empecé, ni una peluca, ni vestidos. Mi primer vestido lo hice con una cortina de Salsa Criolla, fui armándolo, usando tiras y quedó fabuloso. Fui el primero en usar concheros. José Luis Ferrando me ayudó años, hacíamos equipo, con mi vestuario haciendo infinidad de muestras, cascos.

Así se formó y nació el personaje de La Moro, ¿no?

-Hacíamos función después del teatro, hacíamos doblete, triplete. De un pub a un boliche y después a otro y después empezaron los after. Cenábamos a la hora del desayuno, comíamos como vacas. Una muy linda época. A veces nos quedábamos sin cuadros para hacer porque nos contrataban tanto que finalmente para el habitué y para el dueño del boliche se empezaban a repetir. En un momento le dimos una vuelta a nuestros shows, los hicimos mas andróginos, bailando con tacos y en suspensor sin esconder el sexo, con el pectoral al aire, sin corpiño, mas tipo Rocky Horror Show. La gente gay llegaba a Ezeiza y ya sabía a dónde venir a vernos. Hacíamos cuadros increíbles, con 10 bailarines y strippers. Teníamos cuadros con argumentos de todo tipo: Una noche en Arabia, indígenas, motoquero, taller mecánico, tropicales. Todo muy rollero para poder crear fantasía en el público. Trabaje en Gasoil, en Manhattan, en Bunker, en tantos, tantos lugares. Estaría buenísimo que todo eso vuelva para que todas estas chicas Drag tengan posibilidad de trabajar. En un viaje a Nueva York, yo moría con RuPaul, y me compré los discos en la Virgin, con Elton John, con Martha Walsh del tema “It’s raining man”. Compré los libros, vi la serie, el personaje es maravilloso. La última miniserie es bellísima. Creó una posibilidad enorme para muchos artistas. Una marca enorme. Acá en Argentina hay mucha creatividad y talento. Fui jurado en la primera competencia de drags que se hizo en el país que reunía a las mejores de cada provincia. Admiro el arte de las drag en toda su expresión, la cosa fuerte, esa impronta excesiva que tiene el drag, ese grito, porque es un aullido, de color, una supremacía instantánea. Su sola aparición marca vanguardia, estilo. Lo que hacemos es muy difícil. No sé cómo hacemos pero de un inodoro hacemos una lámpara art decó… y te la vendemos.

¿Sabés sobre qué me gustaría saber…? ¡Sobre el sexo entre bambalinas!

-Soy muy enamoradizo, tuve parejas largas, pero me encanta enamorarme. Ahora no estoy con nadie. He tenido mis aproachs en mis camarines, he tenido mis cositas, pero siempre muy tranquilo. Nadie sabía con quién estaba. Siempre fui muy prolijito, es como lavarte los dientes, como cepillarte el pelo. Hay que ser prolijo en la vida para ir adelante y disfrutar. Se han enamorado del personaje de La Moro con pasión. Las chicas de los bares LGBT me gritaban cosas increíbles. Trabajaba en épocas donde circular por la calle alteraba el orden público. Por suerte todo eso está mucho mas laxo. Pero no fue nada fácil. Ahora está todo puesto como para que vos elijas, pero hubo que luchar mucho. Antes tenías que salir del teatro y andar con el maquillaje y el vestuario en un bolso. Te paraba la policía, tenías que explicarles y tenían que entenderte, y si no te entendían, terminabas en la comisaría. Ahora al ver a les chiques caminando producides por la calle digo “si se dieran cuenta del valor de esto”.

¿Cómo era trabajar en los cabarets?

-Trabajé en el mejor cabaret: Karim. Me contrataron y me dijeron que iban matrimonios y tipos de trampa. Cuando salía al escenario era un silencio absoluto. En un cabaret, donde hay copa, donde está toda la cosa sexual, que te levanto, que te llevo, que te saco, que el champagne… que cuando yo saliera se hiciera silencio, era el punto clave para darme cuenta de que gustaba. Porque la chica frenaba al cliente “Pará, papi, que quiero ver esto”. Las chicas manejaban la sala, siempre. Mujeres bellísimas. Súper amigables, estupendas. Una vez se cerró para un árabe y me ofrecen para hacer un show, yo ya me había desmaquillado, pero me querían pagar en dólares y el dueño me pidió que vuelva porque me querían a mí, para ver el show. Después querían tomar copas conmigo pero yo no hacía copas .Era una ley, vos llegabas por primera vez al cabaret y decías si colaborabas con la casa o no. De movida lo tenías que decir. Si decías que si a la primera lo tenías que hacer para siempre. Quisieras o no. Yo solo el escenario. Y me comprendieron y me respetaron, pero siempre me decían “no sabés lo que te estás perdiendo…”. Una vez me ofrecieron 9 mil dólares, no te jodo. Y tenían razón, me lo perdí.

Vestuario: Karlos Kerr

 

Accesorios: Marcelo XT