A mediados de 2016 publicamos una nota sobre el fenómeno vaporwave: qué era, cómo sonaba, cómo se veía, quiénes eran sus referentes y cuál era su interés político. Ya no era ninguna novedad, y de hecho gran parte de sus obras más icónicas tenían varios años: Floral Shoppe de Macintosh Plus era de 2012, Chuck Person's Eccojams incluso anterior. Pero además de marcar tendencia en estética visual y sonora, esta corriente tenía cosas para decir sobre el consumo, la nostalgia y el arte como industria.

Cinco años después, la movida vaporwave ya no es tema de conversación. El chiste dejó de causar gracia, los sonidos ochentosos choppeados y ralentizados dejaron de sorprender, y las gráficas de estética arcade con bustos romanos flotando dieron lugar a las aesthetics, conjuntos de imágenes mucho más sobrias y armónicas que ya no están en Tumblr sino en Pinterest, Instagram y TikTok.

Al pensar en el vaporwave, actualmente parece predominar solamente su aspecto kitsch. Pero mirar el fenómeno con distancia es enriquecedor para pensar el panorama musical de hoy, y para concederle un poco de reconocimiento a un género muy bastardeado que dio música buenísima y mucho para pensar y reflexionar, no solo sobre su presente y pasado sino también su futuro. O sea, hoy.

Las citas underground

El sonido lo-fi, brumoso y low pitched creado a partir de samples hoy es insignia de casi todo el trap underground, tomando también de la escena cloud rap, contemporánea y prima del vaporwave en lo que refiere a medios de producción. Pero hasta Ariana Grande tomó el recurso sonoro en la outro de su canción Bad Idea, y también The 1975 en su canción de clara influencia ochentosa This Must Be My Dream, como ejemplos. La estética visual del neón, las letras orientales y el copypaste explícito fue adoptada también por gran parte de los referentes del pop para sus artes de tapa y videos, desde Britney Spears hasta Kanye West.

Eric Olsen (editor de Indie Hoy, crítico de arte y músico) escribió y estudió sobre vaporwave, y también produjo algunos mixes dentro del género. Para él, esta movida contribuyó a naturalizar la música basada en samples. "Si el vaporwave tiene algún discurso es esta idea de que vivimos atrapados en un loop cada vez más deforme, donde nos venden lo mismo de siempre con la promesa de lo nuevo. Tanto la industria musical como los proyectos políticos se aprovechan de esta trampa de la nostalgia", reflexiona.

Por su parte Kattie, en aquel entonces bajo el alias MACFLUORESCENT, es un joven argentino que empezó a sacar temas con 14 años. Algunxs lo conocen de Soundcloud, otrxs por haber colaborado recientemente con Catnapp. "Cuando escuchaba vaporwave me transportaba a una época que no conozco. Eso era genial", cuenta. Siendo 2021, Kattie ya bajó la mayoría de sus tracks vaporwave y se concentra en su proyecto principal, bajo este nuevo nombre.

Él cree que dejó de producir vaporwave cuando los circuitos que antes lo llevaban inevitablemente a ese género (como Soundcloud y Bandcamp) comenzaron a llevarlo hacia el lo-fi hip hop, género subterráneo que también se hypeó y estalló al hacerse mainstream. Pero una herramienta que esa época le dejó fue la búsqueda de samples y su manipulación hasta lo irreconocible: Kittie fue uno de tantos jóvenes productores que, con el vaporwave, se dieron cuenta de que no hacía falta ser músico en el sentido tradicional, ni crear algo 100% original para hacer su propia música electrónica.

El vaporwave cambió la manera de citar. Mejor dicho, se dedicó a citar. Citar mal, pero citar al fin, con lo que significa en el sentido académico: tomar una parte de otra obra sin pretender no estar haciéndolo, abriendo y cerrando comillas. Citar pero para descontextualizar, pervirtiendo y bastardeando, dejando en claro la fuente y la situación de homenaje, más que de plagio, pero convirtiéndola en una versión extraña de sí. Haciendo un comentario sobre el acto mismo de citar, evidenciando el dispositivo.

La reacción anónima

El vaporwave funcionó como reacción, o al menos como contracara, de un panorama que estaba consolidándose y que hoy ya está 100% confirmado: el del rabioso personalismo, la cultura del single, la tiranía del carisma, las plataformas pagas como reguladoras del hype, la reproducción de la ética de mercado en cada canción, video y evento de lanzamiento.

Álbumes completos o mixtapes compartidos sin movida de prensa, sin prelanzamientos, ni videoclips y con la identidad de los autores absolutamente velada detrás de caracteres ilegibles o nombres irónicos, puestos a disposición de manera completamente gratuita. Eso fue el vaporwave.

Olsen vuelve sobre la cuestión de lo anónimo. Doble anonimato, porque los productores se escondían detrás de alias y porque la materia prima venía de cosas hechas anteriormente. "Esta idea de que podías conectarte a internet y escuchar música infinita que no era de nadie y de ningún lugar y de ninguna época... Esa especie de muerte del ego me parece que es lo que más tiene el vaporwave de rupturista con la música mainstream", dice.

Slyhte es otro productor argentino que cinco años atrás hacía vaporwave bajo el seudónimo bbrainz, pero lo cambió al abrirse a otros géneros. Entró por la estética y se quedó por el soundtrack. Su primer tema vaporwave fue una versión ralentizada de Baby Be Mine, de Michael Jackson, a mediados de la década pasada: "Ahí me contactó Luxury Elite, del sello Fortune 500, y me pidió un álbum. Y el resto es historia".

Solamente el vaporwave le permitió hacer obra a una enorme cantidad de pibxs que querían producir pero que le tenían demasiado respeto a la disciplina o no tenían plata para invertir en instrumentos. Para Slythe, además, fue el punto de partida para la música que hace hoy, más cerca del house y la cultura DJ. Pero aunque su nuevo seudónimo explota su faceta menos ambient y más raver, el productor planea volver a subir tracks vaporwave en lo inmediato: buscará un balance entre sus alias para hacer un álbum que reúna ambos proyectos en uno. "Estando tranqui en casa en cuarentena volví a escuchar vaporwave y me picó el bichito de nuevo", cuenta.

Ser vaporwave hoy

El estadounidense Daniel Lopatin, conocido como Oneothrix Point Never, es tal vez el único productor vaporwave que trascendió al mainstream, reconocido además como pionero por su álbum Chuck Person’s Eccojams, considerado el primero del género. Con ese álbum, sentó las bases no solo del sonido sino de la estética y de la ética: esto incluía el ocultamiento detrás de un alias misterioso, el sampling y la reverb por todos lados, la estética visual cybernostálgica.

La carrera de OPN cosechó muchos éxitos, y se destacó como compositor de bandas sonoras de cine como la de Good Time, de los hermanos Safdie (2017). Pero Lopatin no apareció de un día para el otro en internet y no era realmente anónimo, como la infinidad de productores a los que luego inspiró. Siempre tuvo un pie dentro y otro fuera.

Es llamativo porque,aunque lxs productorxs netamente vaporwave siempre fueron esquivxs, se sabían algunas cosas de ellxs: eran jóvenes, en su mayoría autodidactas, y muchxs eran mujeres. Candidatxs ideales a, años después, ser estrellas de la electrónica, con un mainstream siempre ávido de absorber pulsión creativa de los productores independientes underground. Pero habiendo influenciado a una generación entera y siendo absolutos íconos de internet, ningunx giró internacionalmente haciendo DJ sets ni sacó álbumes "serios" usando su nombre y apellido ni colaboró con estrellas del trap.

Actualmente cultivan un perfil realmente muy bajo y algo parece ser común denominador tanto entre los grandes nombres internacionales como a nivel local: ningunx quiso quedar asociadx al género ni salió a reivindicarlo cuando se decretó su muerte. "Creo que es porque era un género que todos se tomaban en chiste, pero también porque parecía que cada año se reinventaba, que tenía que morir y renacer todo el tiempo en subgéneros", reflexiona Olsen.

Hoy ningunx de lxs artistas más conocidos del género está lucrando, la mayoría siguen sin dar la cara y quienes la dieron cultivan un perfil bajo a rajatabla. Parecen moverse bajo otras reglas y otra ética de mercado. Vektroid, ex Macintosh Plus (la estadounidense Ramona Xavier) tiene un canal de Twitch donde comparte en vivo la ventana del software con el que construye sus tracks, llevando un paso más allá la ética DIY y colaborativa del vaporwave. Blank Banshee, por su parte, lanzó un nuevo álbum en 2020, GAIA, a cuatro años de su previo LP pero siguiendo con el mismo código visual y sonoro de los anteriores, como si el tiempo no hubiese pasado.

"Pensando en artistas que salieron de Soundcloud y ahora están hypeados, sean de la electrónica o del trap, creo que el circuito de prensa se detiene mucho en su identidad: quiénes son, de dónde vienen, el sexo, el género, la raza. Y el vaporwave es lo contrario, los productores vaporwave son fantasmas", sigue Olsen. "Es como todas las vanguardias. Ese hermetismo y esa falta de interés en dialogar y negociar con la realidad hace que se termine muriendo. Y lo que quedan son elementos descontextualizados y vacíos de valor en el mainstream, y una influencia muy grande en los artistas y las vanguardias que vendrán."

Cómo desaparecer parcialmente

¿Es posible sentir nostalgia por un género cuya principal materia prima es la nostalgia, y cuya explosión fue hace apenas cinco años? ¿El vaporwave pertenecía a un mundo mejor, evocaba un mundo mejor o evidenciaba cierto optimismo por expandir los límites del arte, el mercado, el artista y el espectador? ¿Cumplió su promesa? ¿Le fallamos al vaporwave? Este movimiento de alguna manera funcionaba como la encarnación misma de los valores revolucionarios de internet, casi contrarios a la lógica influencer donde una figura carismática, fotogénica y de alta popularidad se consolida como artista incluso antes de tener obra.

Olsen identifica que el criptoarte tiene mucho del vaporwave. “Es un mundo que solo existe en internet, y le da posibilidad a artistas de todo el mundo, sobre todo del tercer mundo, de competir a nivel medios y a nivel recaudación con artistas consagrados del primer mundo”. Esto es cierto aunque también puede verse el NFT como antítesis de los valores vaporwave: la reivindicación del original dentro del universo digital, la mercantilización de algo que es, por la definición misma de su materialidad, naturalmente gratis. Como siempre, la diferencia está en qué lugar de un mercado totalmente globalizado se ubica el productor.

El género tampoco dejó hits, como sí álbumes y mixtapes icónicos. Tenía una cualidad más paisajística que cancionera, aunque utilizara al pop como su principal materia prima. Y otra característica fue el hermetismo: no dialogaba mucho con otras escenas y menos con el mercado. Sumado esto a sus postulados anticonsumistas, hacen a la última escena (¿o cyberescena?) que parecía responder al ideal más romántico del arte, en un sentido casi kantiano: puro contenido, sin fines de lucro y sin lobby de por medio. Pero a diferencia de lo que se le criticaba al “arte por el arte”, el vaporwave era absolutamente político en su supuesta hiper estetización.

El vaporwave concentró importantes dosis de idealismo con una rabiosa ética DIY: entre hippies y punks, de repente chicos de todo el mundo podían hacer su propia música sin siquiera saber cómo, y unidos por un sentimiento colectivo sin haberse visto jamás las caras. Criticaron al consumo a través del reciclaje y hackearon al capitalismo al menos por un ratito, poniendo estas obras hechas a partir de la apropiación de otras a disposición de cualquiera, sin esperar dinero ni reconocimiento de ningún tipo.

Pero, sobre todo, el vaporwave fue un campo de batalla lleno de ilusiones y creatividad, de ideas disruptivas, que funcionó como semillero para artistas que no estaban motivados por la fama, los millones ni la pose. Tal vez sí por el reconocimiento y el prestigio, pero no atado a sus caras ni a promesas de estilo de vida, sino al de un alias otorgado por otros montones de alias que vibran al unísono en el espacio despersonalizado de las plataformas de difusión para música independiente.

Con una internet cada vez más vallada, la piratería cada vez más difícil y la figura del artista influencer, el vaporwave parece haber sido el grito agonizante de un mundo que ya estaba muriendo y que ahora directamente no existe. Pero su pulsión contracultural sigue vigente en un montón de productorxs que aprendieron a hacer música gracias a una corriente que les decía que era fácil, que no tenían que tener equipos caros ni entender de lenguaje musical para poder hacer canciones que no solamente lleguen, sino que influyan. Y ese ethos vive en ellxs aunque ahora estén indagando en otros lenguajes.

Kattie dice: “Hoy sigo sin entender si el vaporwave quería conseguir algo más, pero para mí fue eso: una huella de identidad que quedó ahí, para todos los internautas”. El vaporwave ha muerto (hace rato). Viva el vaporwave.