La novela “Los abismos”, de Pilar Quintana, describe la brecha infinita que se abre entre los deseos y los mandatos que la sociedad impone a las mujeres. Un precipicio interno que se llena con alcohol, con palabras vacías, con silencios y una tristeza honda y vieja, que puede caberle aún a la más joven. La maternidad no deseada, el matrimonio convencional, el desamor… balanceándose como los elefantes de la canción infantil sobre la fragilidad humana. En una de las escenas, una niña sostiene la mano de su madre en la penumbra de una noche larguísima, por miedo a que esa madre camine rumbo al precipicio.

El texto que le valió a la colombiana el premio Alfaguara a la mejor novela, se bebe como agua y sus historias son replicables a miles, millones de mujeres cuyos destinos fueron y siguen siendo “tan estrechos como una tumba”, al decir de la escritora Rosa Montero en su libro “Historia de mujeres”.

Asfixiadas por no poder elegir, ni poder ser, mirando con la ñata contra el vidrio el paso de un tiempo presuroso que les está negado, los personajes sobreviven en el encierro, regando plantas, criando hijos, simulando amar a maridos que apenas las registran y acaban hundidas en el lodo de la autodestrucción.

Mientras los paradigmas cambian, las nuevas generaciones eligen, se plantan, gritan, marchan, se hermanan, crean redes de sororidad indestructibles, la pandemia que obliga al encierro, vuelve a dejar en orfandad a las que no pudieron tejer esas redes. Algunas siguen atrapadas en un espiral de violencia machista que sobrevive a la condena social.

Según los registros oficiales los pedidos de ayuda al WhatsApp Verde de la Municipalidad de Rosario pasaron de 306 consultas en abril de 2020 a 936 en abril de 2021. Treinta y un pedidos de auxilio por día. Uno por hora. En el mismo mes, abril, hubo 2417 llamadas, 329 más que el año anterior al ya tradicional 0800 444 0420. Ochenta llamados por día, 3 cada hora. En total: tres mil trescientos cincuenta y tres gritos desesperados ante la violencia física, psicológica, sexual, económica, simbólica. Uno cada quince minutos. Solamente en Rosario.

Sea que esa violencia tenga un verdugo con nombre y apellido o devenga de un contexto cultural misógino enquistado en los rincones más oscuros, es cierto que aún muchas mujeres tambalean en una cuerda floja de una sociedad machista. Se convierten en las borderline que tan bien describe Pilar Quintana en su novela. Chicas fuertes y decididas que van diezmando su capacidad de elección sobre sus propias vidas conforme el entorno les tuerce el brazo, y acaban por no ofrecer resistencia, salvo por deslices ocasionales que ponen al descubierto esa herida.

Borderline se define como un trastorno mental caracterizado por estados de ánimo, comportamiento y relaciones inestables. Pero ese mote estigmatizante no es casual, es siempre causal.

Porque al fin y al cabo, ¿qué es una chica border? Una chica al borde de derrapar, de desplegar su furia y su amor sin reparos, contra el mundo o contra sí misma. Una chica que va a caer en cualquier momento. Y que camina lento por el filo de la montaña. Con los pies sangrados y la sonrisa enhiesta. Porque dar pena no es lo suyo y porque el dolor, como el amor, nace en las tripas y ahí juega una encrucijada que la piel disimula pudorosa y eficaz. Máscara potente. Irradia luz para que la sangre no se vea.