De tanto en tanto, el presidente Mauricio Macri devela datos sobre su idea de la educación sexual. No lo hace a propósito, se traiciona cuando quiere mostrarse simpático, canchero, una persona al alcance de la mano de cualquiera; con los prejuicios, la misoginia y la segregación con que se amasa el supuesto sentido común, al menos ese ligado a la palabra “canchero”, que tan bien le cuadra y que puede suponerse amarrado a la cancha, la tribuna, ese lugar donde los varones suelen homologarse en machos. 

Así, de puro canchero, Macri desnudó no hace tanto sus convicciones sobre el deseo de las mujeres. Todavía era jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y se discutía públicamente sobre el acoso callejero, eso que según él a todas nos gusta;vamos, chicas, admitámoslo, nuestra autoestima se levanta con la mirada masculina, su incontinencia para decir groserías, por ejemplo “qué lindo culo tenés”, como bien lo dijo el ahora presidente. ¿Ah, no? 

La frase fue suficientemente difundida y sin embargo, no hubo signos de que melle una popularidad que fue in crescendo y que terminó llevándolo al máximo lugar de poder de la administración pública. Tampoco caló demasiado en el humor de poco más de la mitad de la población habilitada para votar en este país que entre sus spots de campaña del año 2015, el entonces candidato hubiera obligado a una niña de bajos recursos a sentarse en sus rodillas repitiendo cinco veces frente a su negativa (sí, cinco –5– veces) “ya te vas a aflojar”. Una escena violenta, que seguro se repite en más de una pesadilla     –sobre todo teniendo en cuenta la enorme cantidad de mujeres que refieren abusos sexuales en la infancia–, que borra por completo la subjetividad de la niña y en la que puede leerse entre líneas otras operaciones harto conocidas por nosotras: ya te va a gustar, vos no sabés lo que querés –y él sí–, lo que te hace falta es uno como yo. No temo exagerar con estos guiones clásicos de la sordera frente al consentimiento de las mujeres –de las niñas mejor no hablar porque sangramos por esa herida–, sencillamente porque cualquiera que haya crecido como una las ha escuchado. Hasta Fabiana Tuñez, su ahora adalid a la hora de lavar con violeta feminista una gestión que no ha sido capaz de condolerse frente a la sucesión de cuerpos femeninos masacrados en el último tiempo, salió a pegarle a quien todavía no la había nombrado en su puesto: “Vení, acercate, aflojate –describía Tuñez en su momento frente a las cámaras de la televisión pública entrevistada por Mariana Carbajal–. El es un extraño. Esa nena estaba incómoda, se la notaba molesta. Él le tocaba las piernas, se la quería sentar encima. Ese ‘ya te vas a aflojar’ es muy desagradable. Pero no me extraña que Macri haga esa publicidad. Esta cultura de tratar a la mujer como objeto, a ver, bonita, vení, es consecuente con algo que ha tenido el PRO y particularmente Macri, que ha sido un retroceso respecto de los derechos sexuales y reproductivos. Pensemos que el protocolo de la Ciudad de Buenos Aires sobre aborto no punible es restrictivo. Tiene una mirada ultraconservadora en temas que hacen a los derechos de las mujeres. El colmo es esta publicidad de campaña de tan mal gusto.” Pero claro, esto fue en 2015, dos años atrás, cuando todavía Tuñez no salía a “timbrear por las mujeres” con la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, justo el día después de que la policía saliera de cacería en busca de otras mujeres que habían participado en el paro internacional del 8M.

Esa es la pedagogía sexual que el presidente viene regalando, al mismo tiempo que vacía los programas de formación docente que existían para cumplir con la ley de Educación Sexual Integral que es una de las demandas principales del masivo movimiento social que viene saliendo a la calle bajo la consigna #NiUnaMenos. Y esta semana, ofreció otro capítulo explícito de esa forma de educar al soberano.  

Cual si estuviera dándose codazos de sobreentendimiento con sus compañeros del secundario, el presidente volvió a hacer lo que él supone un chascarrillo: hablar de la sexualidad de los otros -el masculino le corresponde-, poniendo en práctica una pedagogía para la exclusión en un acto público. “Me tocó visitar centros de jubilados donde me encontré con abuelos haciendo clases de taichi con más de 80 años, aprendiendo informática cuando nunca habían abierto una computadora; aunque después hubo que cancelar algunas clases porque se la pasaban viendo porno. Esto es verdad, esto es científico, pasó en el Hogar San Martín, estaban tremendos, estaban como locos”, dice el textual y hay que imaginarse además las risas del auditorio, la mirada cómplice con el funcionario que estaba parado a su lado, el modo en que se le cierra todavía más la boca cuando dice “estaban como locos”, permitiendo suponer que la imaginación le estaba regalando instantáneas al mismo tiempo que las compartía. Si en campaña la subjetividad de una niña –o más de una, también se puede recordar a esa a la que tuvo parada a su lado en el lanzamiento de otra campaña, en 2007, desde un basural a cielo abierto cerca de Lugano– fue exhibida como eso que puede dominarse hasta que se afloje, ahora desde el momento en que dice “abuelos” para referirse a personas mayores desde el vamos les está esquilmando su identidad para reducirlos a un vértice de parentesco, un grupo uniforme al que se mira con ternura –en el mejor de los casos– y se lo infantiliza al mismo tiempo. ¿Cómo? ¿Los “abuelos” miran porno? ¿Los “abuelos” tienen sexualidad? ¿No están acaso sólo para jugar con los nietos? Bueno, tal vez para andar en pantuflas y jugar a las bochas en las plazas –en las que quedan juegos de bochas–, que esa y no otra es la imagen que acude enseguida cuando se nombra así a las personas mayores.

Resulta ocioso contestar que sí, que la sexualidad no se acaba con la vida laboral, que no se acaba siquiera cuando la vida se acota al intramuros de un geriátrico; tal vez sería mejor advertirle al presidente que está escupiendo para arriba porque a él también le tocará llegar a los 80, tal vez tan activo como su padre que gusta de las mujeres más jóvenes y no está muy lejos de la edad de quienes tomaban clases de Tai Chi en visita al inframundo de los hogares para ancianos o ancianas. Pero claro, lo de abuelos debe ser para quienes no tienen recursos, y si seguimos la línea de las escenas acá descriptas, estamos cerca de pensar que quienes no tienen recursos tampoco tienen derecho a decidir, a gozar, a desear.

Cuando se reclama por Educación Sexual Integral, no se está reclamando por instrucciones para el ejercicio de la sexualidad, se reclama por una serie de contenidos que tienen más que ver con una ética de reconocimiento del otro, de la otra; reconocernos y respetarnos en nuestras prácticas, decisiones, formas de estar en el mundo, de amar y de desear por fuera de los estereotipos de género que pretenden modelarnos desde la cuna. Tiene que ver con brindar herramientas para poder cuestionar los discursos públicos, mediáticos y publicitarios que buscan encorsetarnos a todos y a todas. Sirve, entre muchas otras cosas, para fortalecer el valor del consentimiento en las relaciones amorosas o sexuales. Para protegernos de la violencia. Pero por acción y por omisión, violenta es la educación sexual que se imparte desde la investidura presidencial, cada vez que Mauricio Macri quiere mostrarse así, canchero, uno más al alcance de la mano.