Hace unos meses reseñé para este mismo suplemento un documental que puede verse en Netflix, Audrie and Daisy (2016), sobre dos casos de abuso sexual que tuvieron como víctimas a chicas de secundario y con el denominador común de que, después de ser abusadas, las chicas fueron hostigadas por celular y por Facebook. Una de ellas, Audrie Potts, se suicidó. Otra circunstancia parecida es que las chicas estaban inconscientes al momento de ser abusadas, y la película planteaba, tal como el documental The hunting ground (2015) sobre violaciones en campus universitarios, que recién se estaba empezando a tirar de la punta del ovillo en el tema de violaciones a adolescentes en el contexto de la escuela o la universidad. 

13 reasons why es una serie de 13 capítulos, basada en una novela homónima de 2007 y que Netflix estrenó hace un mes, en la que el mismo tema se aborda desde una ficción centrada en una chica, Hannah Baker, que se suicida antes de terminar el último año del colegio. Aparte de eso, y en un gesto retro que tiene más que ver con el mundo de los ochenta que muchas ficciones están recuperando más que con el medio en que se mueven los protagonistas de la serie, Hannah dejó varios cassettes en los que expone con lujo de detalles las 13 razones por las cuales decidió terminar por su vida, una especie de legado maldito que hace circular entre las distintas personas que se mencionan en las grabaciones, y que tuvieron incidencia en lo miserable que se volvió la vida de la chica.

No precisamente por cuestiones existenciales: lo que la serie pone en escena morosamente, con mil rodeos y un suspenso a veces forzado, pero que en sus mejores momentos hace acordar –aunque sea muy lejanamente– a ese tipo de noir en el que la narración está a cargo del muerto como Sunset Boulevard (1950), es una vida que se desarrolla en un ambiente violento. Sobre todo en lo que tiene que ver con la sexualidad de las chicas, porque en 13 reasons why, que en este punto es bastante cruda, los bailes de graduación, los primeros besos y las primeras veces, las fiestas y el romanticismo adolescente, están atravesados por un sistema en el que las chicas son putas si se dejan besar, son fáciles cuando dicen que sí, y parecen estar disponibles para el placer sexual de los varones cuando están tan borrachas que ya no sienten nada.

En ese sentido la serie se separa radicalmente del mundo adolescente de las películas de secundario, que incluso cuando exponen el tema de la reputación de las chicas en relación al sexo, como lo hacía Easy A (2010) con Emma Stone, lo hacen desde el humor y con la idea de que la etiqueta de “chica fácil” es algo con lo que se puede lidiar, incluso ignorarla. Pero en el universo intenso y dramático de 13 reasons why, el modo en que los adolescentes tratan el sexo es tan brutal que borra la sonrisa: las fotos compartidas por el celular para escrachar a la chica que fue rapidita para sacarse la ropa son moneda corriente, lo mismo que las listas que califican a las chicas a partir de sus culos. El secundario al que asiste Hannah Baker es agresivo y salvaje, tanto que a partir de los testimonios de ultratumba de la chica y las sospechas de los padres, el colegio enfrenta una demanda por no haber atendido las señales de peligro que apuntaban a una desesperación que no encontró salida, ni siquiera en los adultos.

En el medio hay una historia de amor fallido, el de Hannah con Clay Jensen, el compañero perfecto que la quiere hasta después de la muerte. Quizás por eso, y porque es una ficción adaptada al presente, en la que la diversidad sexual y racial son un hecho y los chicos y chicas populares son los más violentos y machistas, la serie viene cosechando fanatismo entre los adolescentes, a pesar de –o en una de esas, gracias a– una visión bastante romántica del suicido y la muerte en general, y quizás también cierta victimización de las chicas, que parecen en alguna medida condenada a que sus vidas se arruinen por lo que otros hacen con ellas.