La aprobación de la Ley de Identidad de Género me permite tener un DNI igual al de cualquier otro tipo, pero los sistemas que cargan datos de clientes en las empresas no contemplan este cambio, lo que acarrea que sea imposible corregir nuestros datos muchas veces. Este percance nace desde empresas privadas, y más allá de ser claramente discriminatorio, no sorprende que no haya nada más que hacer que darse de baja ante la negativa de seguir recibiendo una factura con el nombre anterior. Desafortunadamente esta negativa de actualizar y corregir datos también viene de parte de otros entes como Anses, que se niega a cambiar los números de CUIT para adecuarlos a nuestro género, es decir, en mi caso, sigo portando el comienzo con 27 en lugar del 20 destinado a varones, lo que trae aparejadas preguntas que uno no tiene ganas ni porqué contestar. De repente, me veo obligado a desnudarme frente al señor de la imprenta que me hace el talonario de facturas o un futuro empleador. Forzosamente hay que enfrentar la transfobia o la curiosidad, y dar una pequeña cátedra de qué vendría a ser uno. Suelo hacerlo, porque me parece que es la manera de salir del “tabú”, pero a veces estoy apurado o no tengo ganas. Hay quienes directamente no tienen ganas y está muy bien, porque uno no debería tener que explicar algo tan íntimo a la hora de hacer un simple trámite que nada tiene que ver con el tema. Cuando me acerqué a ANSES pidiendo que corrijan el número, se excusaron diciendo que “hoy todos los números son iguales y no indican el género”, lo cual digamos que es cierto, pero no coincide con la memoria colectiva ni los sistemas que maneja, por ejemplo, el Banco Nación, en el cual tuvieron que clasificarme género femenino para poder imprimirme la tarjeta. Después de tanta lucha, el obsoleto sistema de un banco me agarra de los pelos y me vuelve a meter en la casilla femenina. Todo porque a Anses le debe parecer “engorroso” corregir estos datos en algunos miles de personas (un puñado, si contemplamos los millones de habitantes que somos en el país). Será engorroso tal vez (no mucho más que para nosotros, segurísimo) pero no imposible, ya que a algunas personas sí les hicieron este cambio, a las primeras que acudieron, algunas con asesoría legal. Se ve que fuimos apareciendo algunos más, y les pareció que era más sencillo decir que a partir de ahora el género era indistinto, en lugar de corregir la documentación actual de algunas seres, personas, que después de tanta lucha, y contando con una ley que reconoce ni más ni menos nuestra existencia, por ende también nuestros derechos como personas. Derechos que, una vez más son vulnerados, cuando se irrespeta nuestro género por culpa de un sistema que, muchas veces, sigue negando nuestra existencia. No es raro que persista el “¡qué raro!”, si se nos condena al lugar de rareza.