Thriller a contramano de la realidad, Mío o de nadie, de Denise Di Novi, propone una fantasía en la que una mujer celosa y psicópata le hace la vida imposible a la nueva pareja de su exmarido, llevando la decisión hasta las últimas consecuencias. Es decir: deshacerse a como dé lugar de aquella a quien considera una intrusa que arruinó su familia. A contramano, no porque casos como el que propone el argumento no existan en la realidad, sino porque el tipo de violencia que surge en algunas parejas a partir de los celos (o cualquier otro disparador) suele recorrer el sentido inverso, es decir del hombre hacia la mujer, variante que constituye uno de los temas más preocupantes de la sociedad actual. Claro que el cine no tiene por qué postularse como una representación fiel de la realidad ni convertir cada película en instrumento de denuncia. El mazo de sus posibilidades narrativas es inabarcable y el éxito o el fracaso dependen de la pericia de cada director para sacarle provecho a las cartas elegidas. 

El espectador tiene la opción de entrar en la película no por el portón obvio de un aparente realismo, sino de dejarse caer a través de la puerta-trampa de la farsa. Desde el realismo Mío o de nadie se convierte en una obra fallida, que trabaja a partir de estereotipos forzados y mezcla peras con calefones. En cambio, si se escoge filtrar todo el relato por el tamiz de la farsa, la película puede volverse un entretenimiento válido. El film no tarda en morder la banquina, haciendo que la malvada protagonista urda un plan inverosímil en el que le saca provecho a la violencia de género para ponerla a favor de su causa. El relato comienza a generar un ruido que se convertirá en batifondo, ofreciendo un desenlace hilarante. Pero la duda de si se trata o no de una película seria convertida en comedia involuntaria nunca se devela y la decisión de mirarla de un modo u otro recae en el espectador, revelando una generosidad que la mayoría de las películas malas nunca tienen.