La ironía es una navaja afilada contra la corrección política. Hay tragedias que se narran al hueso: la carne sobra, está demás. “En nuestro paquetito de desgracias entró la bendición de Dios: hace poco cobramos la indemnización por el atentado a la AMIA, en el que murió mi papá. Mamá, mis hermanas y yo somos ricas. Las únicas ricas de toda la familia”, dice la narradora de Todas nuestras maldiciones se cumplieron, la primera novela de Tamara Tenenbaum publicada por Emecé y Notanpüan. El ramalazo autobiográfico se completa cuando la narradora, que creció en una comunidad judía ortodoxa en el barrio de Once, firma la escritura del departamento que se compra con la indemnización que el Estado le pagó por la muerte de su padre: Naum Javier Tenenbaum.

Su gesto como escritora es desmontar lo que se espera de ella como víctima. No es la huérfana que llora la “absurda” muerte de su padre. Tenenbaum (Buenos Aires, 1989), autora del ensayo El fin del amor. Querer y coger en el siglo XXI (2019) y los cuentos de Nadie vive tan cerca de nadie (2020), escribió un poema sobre el tema, que está en el libro Reconocimiento de terreno (2017): “Hay cosas / que para hacerlas / poemas / solo hay que contarlas. / Mi papá se murió / el día / que fue a la AMIA / a hacer el trámite / para enterrar a su papá / (mi abuelo) / en el cementerio / de La Tablada. / Listo”. Desde ese “listo” parte Todas nuestras maldiciones se cumplieron, una novela donde las mujeres son las protagonistas y la narradora se encarga de pulverizar, armada siempre con un humor extremo, los estereotipos y mandatos. “Escribo porque es la manera que tengo de habitar el mundo, pero no me queda claro si escribir sirve para algo”, dice la escritora en la entrevista con Página/12.

-La voz de la narradora tiene un tono muy irónico por momentos y esa ironía la ejerce sobre sí misma, sobre la familia, sobre la madre, sobre todos. Nada se salva de esa ironía. ¿Esta ironía es deliberada?

-Es un poco una búsqueda, pero es lo que me sale. Me doy cuenta de que la ironía es un punto de apoyo que tengo; es la manera en que pienso y miro el mundo. A veces hago una cosa terrible que ningún autor debería hacer, que es leer lo que la gente pone en Goodreads de las cosas que escribo, y mucha gente decía con los cuentos, y también ahora con la novela, que la narradora es una hija de puta. Lo ponían como algo malo, les molestaba. Me parece interesante una narradora con la que la empatía es difícil. En esta novela la heroína es mi mamá y yo soy la villana. Me gusta la palabra que usaste, tono, porque es algo que trabajo y me importa muchísimo; pero ese tono también tiene que ver con un conflicto central del personaje que es cuál es su relación con la emoción.

-Esa relación con la emoción quizá tenga su origen en la muerte del padre en el atentado a la AMIA, ¿no?

-Sí, especialmente es contra la idea de la víctima. La protagonista de mi novela no se quiere ver en ese lugar.

-¿Por qué te interesa cuestionar desde la ficción el lugar de la víctima?

-En términos filosóficos, políticos e ideológicos, vivimos una época en la que la víctima es la protagonista absoluta. Nunca quise que se me definiera como víctima. De chica mentía, no lo contaba, lo ocultaba todo lo que podía porque era algo que no me gustaba que estuviera delante de mí. Yo tengo otras cosas que hacer y que decir, ¿por qué tengo que hablar de esto? ¿Por qué tengo la obligación de contar esta historia? ¿Por qué el relato de la víctima se vuelve canónico y cómo se codifica ese relato socialmente? ¿Qué es lo que se espera del relato de la víctima? La narradora tiene una vida bastante buena; es feliz, contra todo lo que se espera de ella. La narradora también está muy peleada con cómo lidian lo demás con eso.

-Es como si el humor chocara con la idea de víctima, ¿no?

-Sí, es algo que siempre hablo con Mariana Eva Pérez (cuando sacó la nueva edición de Diario de una princesa montonera la presenté yo); el humor es un registro que nos interesa a las dos y que compartimos. El humor no es solo un mecanismo de defensa para aprender a vivir y reírnos de las tragedias, sino que es un mecanismo de defensa hacia los demás; hacia el “vos no me vas a decir a mí cómo tengo que organizar mis relatos”. El relato es mío. Nadie puede decirte cuál es la forma digna de tratar una tragedia. Cuando empecé a escribir la novela, me decían: “podría haber más de tu papá”. Si yo hubiera tenido otra edad, probablemente hubiera cedido; hay que hacerlo; hay que darle más volumen a esta parte que es la más vendedora. Escribí esta novela en el momento en que yo podía tener la suficiente confianza para decir “no”.

-¿Cómo juega la palabra maldición implícita en el título de la novela?

-Es algo que discutimos en mi familia porque somos una familia que ha tenido mala suerte. Lo de mi papá es muy gracioso, si lo pensás, él no trabajaba en la AMIA. Fue a hacer un trámite en el único día que no había que ir. Es mucha mala suerte. A la vez es algo que nos da risa porque no hay que creer en las supersticiones; los judíos no creemos en la mala suerte. En la novela se habla mucho del dinero y cómo va organizando lo que puedo o lo que no puedo hacer. Las maldiciones vienen por el lado de la relación que tenemos con lo que el mundo hace con nosotros; la potencia y a la vez la impotencia.

-A propósito del dinero, ¿por qué es un tema que se suele escamotear en la literatura argentina? ¿Por qué el dinero sigue siendo un tabú?

-En el mundo que habito, que es el mundo de la cultura, nadie dice de qué vive. Yo llegué a la conclusión de que toda la gente que no entendés de qué trabaja vive de la herencia de sus padres. Yo llegué a la cultura sin apellido y sin plata. La plata la cobré después, cuando cobré la indemnización de mi papá. En mi familia siempre hablamos de plata. El tabú lo descubrí en el mundo de la cultura, donde la gente quiere pretender vivir de su trabajo porque eso le daría como cierto capital simbólico: vivir del arte es simbólicamente valioso, pero vivir de la herencia no. Después te das cuenta de que todos viven de la herencia. Cuando cobré la plata de mi papá, sentí la culpa de vivir de una indemnización del Estado. Obvio que es una estupidez sentir culpa por eso, ya lo sé, sobre todo porque nadie te envidia. Nadie desea una indemnización de bomba en la AMIA. Las cosas de las que la gente no habla te permiten producir una emoción, una incomodidad, una sorpresa. La incomodidad que produce el dinero es muy literaria; nunca genera indiferencia.