En una de sus más celebradas ficciones, el cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, Borges escribe la premonición “El mundo será Tlön”, porque a partir de “la primera intrusión del mundo fantástico en el mundo real”, “la realidad cedió en más de un punto”.

De todas las interpretaciones del cuento de Borges, la mejor es la que hace equivaler el país Tlön (y el Orbis Tertius con él relacionado) con el advenimiento de la cultura global de masas como un régimen de producción de diferencias y semejanzas y como una política de los nombres y los gestos inapropiados.

En ciertas performances que hoy reconocemos como drag o como crossplay, pero que tienen una larga trayectoria en Occidente, se aúnan el uso de un disfraz asociado con un nombre genérico (“hombre” o “mujer”) que recubre un cuerpo que desnudo se asocia con el nombre paradigmáticamente opuesto, y el desempeño de una serie de gestos tradicionalmente asociados con el traje que se viste. El efecto de estos usos de gestos y ropajes es la interrupción del género como categoría continua.

La función dragamática supone la cita de gestos en el sentido en que Brecht la concebía, como una interrupción de la relación entre lo mostrado y el mostrarse a sí mismo. Los gestos deben impedir que la diferencia entre ambos registros desaparezca. La interrupción, glosa Benjamin en sus Tentativas sobre Brecht, es uno de los procedimientos de forma fundamentales. Citar un gesto implica interrumpir su contexto identitario. El gesto es siempre, en su esencia, gesto de no conseguir encontrarse en el lenguaje (en el propio nombre), es siempre drag. En el caso que hoy nos interesa, ciertos seres tienen nombres fantásticos y se apropian de la gestualidad femenina (pero no son propiamente “mujeres” ni necesariamente aspiran a serlo).

DRAG RACE

A mediados de 2008 RuPaul Andre Charles (1960) comenzó a producir su programa de telerrealidad (o reality show) Drag Race, que venía a coronar no sólo su propia práctica sino también su lema: “You can call me he. You can call me she. You can call me Regis and Kathie Lee; I don't care! Just as long as you call me” ("Puedes decirme él. Puedes decirme ella. Puedes llamarme Regis y Kathie Lee. ¡No me importa! Siempre y cuando me llames"). En esa realidad aumentada o en ese mundo fantástico que toma a la realidad por asalto, la única norma es la política de los nombres y pronombres inapropiados que, naturalmente, es correlativa de una gestualidad impropia y, por eso mismo, política.

Muy pronto el show se duplicó y a la carrera de debutantes se agregó una segunda, la carrera de “all stars” (concursantes previas que no habían alcanzado la corona). A partir de 2010, RuPaul's Drag U (suerte de escuelita pública de dragueo para “mujeres” así designadas al nacer) tuvo tres temporadas. Si bien careció del éxito de los otros shows, es una pieza imprescindible para comprender la lógica y la filosofía del drag, que no necesariamente implica una dialéctica del género, sino una estética del simulacro (en la última temporada de Drag Race llegó a la final un hombre trans, el primero en concursar, que obligó a reformular los latiguillos discursivos de RuPaul).

LA EXPLOSION

Pareciera que nuestro tercer milenio ha encontrado en el dragueo una forma de pensar el presente. A los shows decanos de RuPaul se sumaron hace poco su versión canadiense (bastante penosa, muy lejos de los originales), la versión UK (que supera todo lo conocido, abriéndose a un universo donde todas las referencias previas colapsaron), la versión holandesa, la versión “sur global” (Australia y Nueva Zelanda), las giras y los especiales sobre los shows permanentes en Las Vegas, y varias concursantes de RuPaul lanzaron sus propias telerrealidades, etc.

La última joya de la corona es Drag Race España que, a las previsibles cualidades de sus versiones anglosajonas, agrega el “salero” peninsular y una cierta incorrección política (en fin: guaranguería) que mejora todavía más el efecto final. La conducción, a cargo de Supremme de Luxe es burocrática y deslucida, pero el brillo de las concursantes permite disimular ese traspie de producción. Se destacan la sevillana Carmen Farala, la valenciana Hugáceo Crujiente (ganadora del primer episodio) y la jovencísima Inti, de Bolivia (de identidad trans y que forzó durante un segmento la declaración de “no binario”: que levante la mano quiénes se reconocen como no binario. Fueron cuatro).

No es el primer o único intento de una carrera de drags en la lengua de Cervantes. Chile lo intentó en 2015 con el show The Switch Drag Race, todavía atado a los valores del transformismo (“hombres de día, mujeres de noche”, decía la presentadora; “imitación” era la descripción de la práctica drag y “sufrimiento” el anzuelo para la audiencia). Duró poco.

En Argentina, Salta lo está haciendo desde marzo de este año con su Juego de reinas, que no sigue el formato de Drag Race. Si bien la producción del Canal 10 salteño es algo precaria, el programa se apropia con soltura de los fundamentos del dragueo: la apropiación de gestos, la interrupción de las identidades continuas, el juego o simulacro y la danza libérrima de los nombres. Puede verse por youtube.

Mientras tanto, en los Estados Unidos, el ex “American Idol” Clay Aiken producirá un nuevo programa de noticias diario, NewsBeat, con Bianca Del Rio y más ex concursantes de RuPaul's Drag Race como presentadors y corresponsals.

Como en Juego de Tronos, las dragonas se apoderan del universo. Y, como en Borges, el mundo será drag.