El miércoles 7 de enero de 2015 a Catherine Meurisse le costó salir de la cama. Estaba deprimida por un desengaño amoroso y la perspectiva de meterse en una reunión de edición con sus compañeros de la revista satírica Charlie Hebdo se le hacía cuesta arriba. Pero se levantó igual, fue a trabajar igual y desde ese día nada fue igual. Cuando se acercaba al edificio de la redacción parisina, su compañero, el también dibujante Luz, le dijo: no entres, hay una toma de rehenes. Se quedaron en la calle. Escucharon un tiro, luego otro tiro. Doce de los mejores dibujantes y humoristas de Francia estaban siendo masacrados al grito de “Alá es grande” y otros once resultaron heridos. A Meurisse, que había entrado a trabajar fija a Charlie Hebdo como la única mujer de la redacción a los 25 años, se le derrumbó todo su mundo. Durante más de un año vivió en lo que ella describió como un estado de disociación. El cuerpo como una máquina que funcionaba sola, la mente flotando por ahí. El dibujo se le hacía imposible. Para curarse, o para volver a su cuerpo, viajó a Roma para reencontrarse con un poco de belleza. De esa travesía surgió Légèreté (“levedad”, aun sin versión en castellano), un libro excepcional que será adaptado al cine por la directora Julie Lopes Curval y que la puso en el mapa internacional de la historieta y el dibujo, activando la edición de sus primeras obras. Así llega La comedia literaria, una obra de 2008 que se tradujo el año pasado y ya está circulando en Argentina. Si bien es de su etapa “anterior” –siempre habrá un antes y después a ese 7 de enero– es una buena manera de conocer a una autora que ha puesto el humor al servicio de sus dos grandes pasiones: la literatura y el arte. En La comedia literaria, Meurisse, que también es licenciada en Letras, hace un recorte del canon de la literatura francesa y lo cuenta en viñetas con una impertinencia genial. Desde La Canción de Roland, narrada por un zorrito que nos cuenta las internas de la canción de gesta y el pasaje de la oralidad a la escritura en la Edad Media, hasta la jugosa y prolífica relación de Simone de Beauvoir y Sartre (con cameos de Boris Vian, Raymond Queneau, Colette y más) Meurisse recorre diez siglos de historia literaria a partir de obras y autores clave y lo hace de la mejor manera: entre el orden y el delirio.

Los franceses están orgullosos de su historia literaria y se la toman muy en serio. Tan en serio que las escuelas primarias, secundarias y estudios terciarios siguen respetando el estudio de un programa inalterado con métodos de análisis de texto que, muchas veces, encuentran sus raíces en el medioevo. Los pequeños franceses a los ocho años ya están estudiando El Cid, de Corneille y las obras de Molière. Si llegan a interesarse por los estudios de Letras, vuelven a recorrer todo el arco y reinciden –quizás por tercer o cuarta vez– en Racine, Balzac, Zola. Meurisse, que fue carne de cañón de ese sistema, recrea el fenómeno nacional con distancia irónica y le rinde un homenaje absurdo y tan bien contado que dan ganas, de verdad, de ponerse a leer o releer a clásicos como Montaigne o Flaubert. El secreto, además de un trazo encantador que recuerda a Sempé y Quentin Blake (aunque más cerca de la sátira) es la inteligencia a la hora de elegir las formas de representación. Meurisse no cuenta por contar ni hace un resumen de la literatura francesa para principiantes con dibujos bonitos sino que se embarra y le saca el jugo a todas las herramientas narrativas disponibles. Así, ingresamos al despertar filosófico de Montaigne a partir de una de sesión de diván, o vemos cómo los animalitos de La Fontaine, en un giro casi lisérgico, se revelan contra su autor y empiezan a escribir fábulas con humanos. La autora, además de ingeniosa, tiene un punto de erudición: conoce bien a sus escritores, los trata como si fueran viejos amigos, se mete con detalles personales, los hace dialogar con sus obras y protagonistas desempolvando el canon y volviéndolo algo vivo. Meurisse interpreta, reescribe y es capaz de contar la Comedia Humana de Balzac en cuatro páginas, dedicándole una entera a Papá Goriot a través del dibujo de la pensión donde vivían los personajes.

En La comedia literaria hay un equilibrio perfecto entre lo didáctico y lo inventivo, entre cierto respeto por sus mayores y un desenfado casi adolescente. Porque Meurisse hace lo que se le canta –como intercalar todo el tiempo chistes absurdos– y no se cansa de llevar esa libertad como bandera: “En la historieta se puede hacer todo, no hay jerarquía entre alta y baja cultura”, dice en una entrevista con la revista LeNouvel Observateur cuando le preguntan cómo hizo para entrar en el terreno de la parodia pero siendo fiel a los clásicos. De hecho, la inmensa mayoría de las críticas –todas positivas, el libro fue un éxito en Francia– eligen resaltar el “respetuoso homenaje” y “la profundidad” de la obra, como si estuvieran pidiendo disculpas por elogiar un libro que, a su manera, le saca una lengua dibujada a toda una tradición literaria. Aunque en realidad lo que hace Meurisse es poner en jaque, no a la literatura francesa que claramente adora, sino al acartonamiento e imposturas de cierta recepción. Mención aparte merece el capítulo dedicado a Proust, a quien considera su “auxiliar de vida”. Para ella “ser lectora de Proust es ser lectora de sí misma, de lo más profundo de una misma”. A Proust volverá en 2012 con Le pont des arts (El puente de las artes, aún no traducida al castellano), un libro donde retoma a algunos escritores que también fueron críticos de artes y los pone a dialogar con pintores como Cézanne, Manet y Vermeer. Fanática de las internas y rencillas, Meurisse decide contar, aquí también, al mundo artístico desde su mirada de fan chusma. 

Después de ese 7 de enero de 2015, la autora no solo se alejó del dibujo de actualidad –ahora en Charlie Hebdo mantiene una tira sobre las vivencias sexual-amorosas de las mujeres treintañeras, como ella– sino que tuvo que reconfigurar toda su vida y su relación con el oficio. Para hacer el duelo, hizo ese viaje a Roma acompañada de “sus hombres de letras” (título original de La comedia literaria) y visitar a sus artistas favoritos. La literatura y el arte, que la formaron y sostuvieron tantos años, volvieron a ser esa red de salvataje. “Estoy tan muerta como mis amigos, o ellos están tan vivos como yo”, dice en Légèreté. Una frase que aplica perfectamente, aunque con menos dramatismo, para sus autores de La comedia literaria.

La comedia literaria Catherine Meurisse Impedimenta 137 páginas