Todos vamos construyendo a lo largo de los años y las vivencias una serie de pseudoteorías respecto de qué es el deseo, y si coincide o no con el amor. Si amar es lo mismo que enamorarse, cuáles son los códigos de la conquista, qué gestos o qué signos evidencian el interés de tal o cual partenaire, etc.

Más allá de la formación que tengamos –que en algunos casos podrá ser más cercana al estudio del ser humano-, ninguno de nosotros escapa a la tendencia de pensar estas cuestiones por fuera del cuerpo, del propio: No alcanza con la experimentación, hace falta constatar, contrastar, esgrimir saberes que trasciendan la anécdota.

Es decir, nos fascina, y necesitamos que alguien nos cuente, nos explique, o incluso nos contrabandee información sobre qué es amar y ser amado, desear y ser deseado. Es en este sentido que voy a introducir la siguiente idea de Slavoj Zizek: “El problema para nosotros (todas las personas) no es si nuestros deseos son satisfechos o no, el problema es cómo saber qué es lo que deseamos. No hay nada espontáneo, no hay nada natural acerca del deseo humano. Nuestros deseos son artificiales, debemos ser educados para desear.”

Lo que esgrime en esta cita se apoya fundamentalmente en el cine. Él sostiene que es un arte perverso –el arte perverso por excelencia-, en lugar de darnos lo que deseamos, nos dice cómo desear. Pienso que esta particularidad del discurso cinematográfico, es decir su rasgo perverso, se ve facilitada gracias a sus condiciones materiales –la imagen como materia prima- y la masividad de su consumo. Aunque claro lo podemos hacer extensivo a otras manifestaciones artísticas, a la literatura por ejemplo –no por nada en la adolescencia suele consumirse bastante poesía, y a la música.

Entonces en lo que respecta a los interrogantes sobre el amor y el deseo, acudimos a una suerte de voyeurismo constitutivo, de curiosidad inherente, y pensaríamos que esto nos coloca a todos en un escalón de igualdad. Sin embargo, tal escalón no existe, es decir, jamás voy a poder reconocer que el otro, a la vez que es enigma para mí, es enigma para sí mismo; que tampoco sabe y que también busca respuestas en un afuera al que, a su vez, le supone otros saberes. Siempre le atribuimos a alguien o a algo, un saber sobre el amor, incluso un hacer que le es ajeno.

Cabría preguntarse, en este sentido, si esta operación no será condición necesaria para amar o desear; en definitiva, suponerle a alguien un saber no es tan diferente a creer que ese alguien tiene lo que a mí me falta. Aunque no es idéntico.

 

* Crítica de cine y asesora lingüística. Reside en BA. De su texto El duelo de la Lolita publicado en “Estúpido y sensual amor” (Ediciones La docta ignorancia).