Sus hermanas fueron sus primeras amigas. Con ellas pasaba "todo el día" en la calle de la puerta de su casa en Merlo, su primera pista. Un pasaje entre dos avenidas. Enfrente, un club. Al lado, un jardín de infantes. Primero con los patines de cuatro ruedas y después con los in line, que no son iguales a los rollers. "Estos tienen un freno adelante y son muy duros, incluso más duros que los de cuatro ruedas, porque necesitamos protegernos los tobillos. Pensá que con los rollers si doblás demasiado te lastimás. Te digo algo más: nos enoja mucho que nos digan que patinamos en rollers. Esos los uso para ir a comprar al almacén, pero son un peligro porque acá algunas calles están todas rotas, hubo un día que casi me mato", le cuenta a Líbero mientras se ríe Leila Melina Aciar, de 22 años, quien viene de ganar una medalla dorada de patín artístico en los Juegos Panamericanos de Guayaquil. Su historia es casi anónima. Una historia suburbana de amor por un deporte amateur.

La obtención de la medalla fue una sucesión de hechos casi fortuitos. Pero no precisamente por su rendimiento dentro de la pista, donde le sacó casi 20 puntos de diferencia a la subcampeona, sino porque su derrotero rumbo a la competencia fue una odisea. Tuvo que pedir donaciones en las redes y vender rifas para poder juntar más de dos mil dólares y de esa forma costear aéreos, estadía y viáticos en Guayaquil. Es que anteriormente, ella, sus hermanas y las personas de su club, Ferrocarril Oeste de Merlo, solían hacer locros en el playón para juntar fondos, pero en este caso las restricciones sanitarias no lo permitieron.

"Sentí que la mayor ayuda la recibí de los que menos tienen. También me ayudaron mucho los emprendedores que me regalaron los premios para que rifara y los periodistas que difundieron mi historia", expresa la patinadora, quien todavía debe cuotas de la tarjeta dado que también tuvo que pagarse el equipamiento y hasta las mallas de Argentina. "El patín más básico sale 60 mil pesos, por suerte las ruedas que me gustan son las más baratas", bromea.

Las coreografías de patín artístico se hacen en playones de 40 metros por 20, la medida de una cancha de handball. ¿Cómo hizo Aciar para entrenar durante la cuarentena? "Al principio me vi colapsada, pero después me enfoqué en cosas como mejorar las figuras de elongación. Como mi papá es abañil, me hizo un par de metros de pista con cemento en un sector de nuestra casa, y gracias a eso pude practicar la cantidad de vueltas en el aire y las coreografías por partes. Me enteré de grande que él patinaba de chico, hacía patín carrera. Mi mamá no sabe ni los nombres de los saltos pero me enseñó a llegar diez minutos antes a los entrenamientos, sin ella tampoco hubiera logrado lo que logré", considera.

Haber conseguido el dinero podía traer aparejado el condicionante de que el apoyo se convirtiera en presión, pero no fue así: "Por suerte no lo sentí como una mochila, algo que sí me había pasado cuando me financiaron en los Panamericanos de 2018". Y agrega: "En la final hice mi mejor puntaje en un programa corto. En el largo me equivoqué en el primer salto y se me transformó la cara, pero dije ´listo, lo dejo ahí´ y el resto me salió bien. Llegar a 72 puntos en total fue muy bueno, el puntaje máximo de mi carrera había sido de 79, que es un montón, ese día la verdad que me zarpé".

Aciar tenía una filosofía, no subía a las redes fotos con las medallas. "Me afectaba mucho quedar cuarta o quinta -afuera del podio- así que a los catorce años empecé a ir al psicólogo deportivo. Y gracias a la terapia pude ver las cosas de otra manera". Tiempo después descubrió el efecto hipnótico de las piezas de metal en sus seguidores y tuvo que ceder en busca de tener mayor alcance y de poder conseguir financiamiento para lo que se viene, el Sudamericano de San Juan y el Mundial de Paraguay, mientras espera que el patín artístico en línea se convierta en deporte olímpico. "Todos hacen cuatro ruedas por un tema de costos y seguridad", explica. Respecto de las caídas, tiene una técnica muy particular, casi infalible: "Uno aprende a caerse". 

"Es lo primero que les enseño a las nenas, les digo que apoyen primero las manos antes que la cola y la cabeza, en la figura carrito. Los padres que me ven a lo lejos deben pensar que estoy loca. Las peores caídas son las que no te esperás, como cuando pisás una piedrita en el piso", explica la patinadora, mientras cuenta otra de sus actividades vocacionales: la enseñanza.

"Volví de Guayaquil y no paré en ningún momento. Hace dos años que no me tomo vacaciones, porque te meten torneos a fin de año y el deporte es mi primera prioridad. Además estudio kinesiología y me cuesta porque me exijo mucho, soy muy... ¡Hinchapelotas!", se ríe Aciar.

"Amo a la gente de mi trabajo, que siempre me cambia los horarios", agrega. En medio de tantas obligaciones y estrés, su puesto de recepcionista en la iglesia El Salvador de Morón pareciera ser paradójicamente su momento para sentarse y descansar. Pero ni siquiera. En primer lugar, porque su tarea de recepcionista también incluye recibir las donaciones y acomodarlas en el depósito. Y hay algo más. "Como cocinan para la gente de la calle, si yo estoy sentada y no viene nadie me pongo a cocinar", cierra Aciar, quien parece querer devolverle la ayuda a su principal sponsor, los que menos tienen.