Ante la pregunta de si quedó conforme con el final de su autobiografía, Memorias improbables (2018), Willy Crook le contestó a este diario: “Mucha gente me dice que escucha mi música mientras hace el amor, friega el piso u opera el corazón de otro. Así que alguna cosa de mi vida me reconforta. Igualmente, quiero creer que todo está por empezar, porque aún no llegué a nada. Me falta mucho para escribir buena poesía. Como sea, la conclusión la voy a hacer a los 200 años o cuando esté por morirme. Lo que suceda primero”. Ojalá que haya tenido suficiente tiempo para reflexionar al respecto, porque el segundo desenlace sucedió hoy domingo. Tras batallar por su vida luego de que un ACV lo sorprendiera el pasado 10 de junio, uno de los saxofonistas más protagonistas del rock argentino trascendió hacia la inmortalidad. Si bien existía un halo de esperanza sobre su recuperación, a partir de que ingresara, coma farmacológico mediante, a la unidad de terapia intensiva, su nombre lamentablemente pasó a engrosar el inventario de músicos que murieron en una de las épocas más funestas de la humanidad.

Desde aquel día, Willy Crook no volvió a abrir los ojos. Y su estado neurológico había quedado bastante complicado. Su entorno más inmediato, a pesar de que se encargó de explicar su evolución en la medida que tenían novedades, pidió que se respetara su intimidad. De hecho, la situación sanitaria que atraviesa el país hacía más difícil aún que se le pudiera acompañar. Sin embargo, apenas se conoció la noticia, su familia comunicó: “Es de una inmensa tristeza hacerles saber que Willy Crook ha fallecido el día de hoy. Les haremos llegar su lugar de descanso y despedida en cuanto su señora madre supere en parte este tristísimo momento. Gracias a todos por el apoyo incondicional de tantos días”. Desde el ocaso del sábado, el fin de semana se transformó en todo un escenario idóneo para una despedida. Una de esas en las que un solo de saxo, esos bien emocionales que el artista geselino tenía la magia de improvisar, dice mucho más acerca de la pérdida que una orquesta completa. Aunque al menos queda la resignación de que previamente el músico pudo despedirse sobre los escenarios.

“Estoy asustado y furioso, como toda criatura irracional, con lo que se vive en la actualidad”, aseguró Crook en junio último al diario platense Hoy, en la que posiblemente haya sido su última entrevista, y en la que nuevamente aludía a la muerte. Ante la pregunta de que se traía entre manos próximamente, además de seguir llevando adelante su carrera profesional, el músico afirmó: “Es bastante amplio, pero quiero ser mejor persona o morirme. Lo que sea que pase primero”. El cantante y saxofonista de 55 años, se encontraba de gira junto a la última encarnación de los Funky Torinos, la sempiterna banda que lo acompañó en su carrera solista. Con ella grabó en 2019 su último disco en vida: Lotophagy. “Los Lotófagos son una nación con la que se encuentra Ulises en su vuelta a casa”, le explicó a Página/12 antes del estreno de ese álbum. “Su comida favorita era la flor de loto, que provoca el olvido perfecto. Ese néctar tan deseado por los amantes despechados. El los sube al barco a patadas, ‘hasta que se les pase el olvido'. Como mi memoria va en ese rumbo, antes de que llegue el olvido mando este pedido de asilo”.

A pesar de que constantemente reconocía su falta de memoria, fue uno de los artistas más activos de la escena musical en las últimas décadas. O al menos uno de los más inquietos. “Hay que seguir buscando lo que parezca. Y seguir buscando porque ahí está el asunto”, le confesó a Marcelo Moura en su programa televisivo Cada noche, en 2019. “Hay que cumplir el sueño del soñante”. El primero de esos sueños lo consumó en 1985, sin siquiera imaginárselo, cuando colaboró en el disco debut de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota: Gulp. “Fue casi una experiencia bucólica, campestre y hippie, porque el estudio estaba en Villa Adelina, lo cual era lejos de la civilización y entonces ya le daba un tinte de aventura”, recordó en La Izquierda Diario. “Todavía era una época bastante fronteriza con la nada para grabar y todo eso. Ni siquiera existían los estudios con alojamiento propio. Apenas había un par muy buenos, pero la democracia estaba muy fresca y por lo tanto seguíamos siendo criaturas para mantener enjauladas, o al menos así lo pensaba la sociedad”.

Apenas terminó la grabación de Oktubre, otro disco emblemático de los Redondos, le inyectó a su estilo de interpretar un sello tan propio que consiguió lo impensado hasta ese entonces en el mundo del rock: ponerle saxo a una banda de heavy metal. Y no a cualquiera. Hecho que quedó inmortalizado en Paladium’86, disco grabado por Riff en la mítica sala de los '80. “Ahí acompañé a la ‘banda’ heavy del país”, compartió orgulloso el artista. “Pappo no te dejaba subir al escenario así porque sí”. Pero su versatilidad era tal que, de la misma forma que podía convivir con el rock pesado y vernáculo, era capaz de irradiar modernidad con el mismo instrumento. Y para muestra está su participación en Silencio, único disco que legaron Los Encargados, al igual que todo un manifiesto de rupturismo. “Es un disco increíble. En las bandas en las que tocaba, Redondos incluidos, yo sabía que había cosas que no iba a poder hacer jamás”, reconoció. “Melero y los suyos hacían música de manera opuesta a todos. Por esa razón me fui con ellos”.

Después de irse definitivamente de los Redondos, porque, según Crook, no lo tomaban en serio debido a que era un veinteañero y especialmente por los egos en los que se debatían el Indio Solari y Skay Beilison, el músico y cantautor empezó a hacer la suya. Colaboró con Charly García, Los Abuelos de la Nada, Sumo, Los Fabulosos Cadillacs, Memphis La Blusera, Illya Kuryaki & The Valderramas, Horacio Fontova, Andrés Calamaro, La Mona Jiménez y hasta dejó un solo para el recuerdo en el único disco del power trío venezolano Dermis Tatú (último proyecto grupal de Héctor Castillo, uno de los productores más cotizados en la actualidad en la Argentina). En el medio de una cosa y la otra, se fue a probar suerte en España. O más bien se reencontró con ese país. Ya había vivido allá en un squat, a fines de los '70. Al volver a Madrid, formó Lions in Love (al lado de los argentinos Daniel Melingo y Guillermo Piccolini), y también empezó a trabajar como DJ. Era la previa del acid jazz, lo que le permitió descubrir no sólo a Jamiroquai, Soul II Soul e Icongnito, sino que también se adentró en la vida y obra del padre del funk, James Brown, al igual que en sucesores del calibre de Sly Stone.

Todo eso lo puso en evidencia al regresar a la Argentina, cuando en 1995 puso a la venta su disco Big Bombo Mamma, trabajo fundamental en la discografía latinoamericana del género, al que le secundó Pirata, grabado en vivo. Ya en 1997, en pleno auge del blues, el acid jazz y el R&B en la Argentina fundó Willy Crook y Los Funky Torinos, con los que sacó un disco homónimo ese mismo año. A pesar de que era un músico versátil, así como cantante y compositor, siempre se lo vinculó al saxo. Ante la consulta de la eterna vinculación, el artista con apellido de corsario le contestó a la revista Almagro: “Pasé de ser saxofonista a componer, entonces escucho la música integralmente. Me parece un elemento suntuario que va eventualmente. Mi placer personal pasa por otros instrumentos. Soy completamente adicto al bajo. Me gusta escuchar un saxo bien tocado, y no le he dedicado el tiempo suficiente. He decepcionado a la gente que quería verme tocar el saxofón, porque no le presto mucha atención. A veces me lo olvido”.