Fotos con presidentes, videos bailando tango, paseos por los bosques de Palermo como un porteño más: a lo largo de sus viajes a Argentina, Mick Jagger acumuló numerosas experiencias criollas. Sin embargo, al argentino que más admiraba, lo conoció en otro país. Sucedió en el lobby un hotel de Madrid. Donde, por casualidad, ambos coincidieron. Relata María Kodama que Jagger se arrodilló y le dijo: “Maestro, lo admiro; leí todas sus obras”. El escritor, disminuido por su ceguera, le preguntó quién era. “Jagger. Mick Jagger”, contestó el cantante, con cierta timidez. “¡Ah! ¡Usted es uno de los Rolling Stones! Me gusta mucho su música”. Kodama dice que el cantante no lo podía creer. Probablemente Borges tampoco.

Años antes de ese encuentro, Mick Jagger había protagonizado una película, la primera de varias. Se trataba de Performance. En un momento, Turner, su personaje, dice: “At this point something unforeseeable occurred. From a corner of a room, the old ecstatic gaucho threw him a naked daga which landed at his feets…” (O sea: “En este punto ocurrió algo imprevisible. Desde un rincón de una habitación, el viejo gaucho extasiado le arrojó una daga desnuda que le cayó a los pies…”).

En ese tramo de Performance, Jagger —que entonces tenía 25 años— estaba recitando el fragmento final de “El sur”, cierre de “Artificios”, la segunda parte de Ficciones. Aunque Borges venía publicado ensayos y poesía desde la década del ’20, aquel libro doble de 1944 era apenas su segunda obra de cuentos.

La película fue filmada en 1968 y estrenada en 1970. Épocas de gran esplendor para el rock renaciente. Sin embargo, el cantante de los Stones personificaba a una estrella, aunque a la otra punta de la historia: en su decadencia, entregada al ocio tras renunciar al arte. Los jóvenes viejos. Performance tiene varias referencias borgianas. Una de las más fuertes es aquella en la que la cara del propio Jorge Luis aparece en un espejo roto. Otra, claro, es la que protagoniza Mick Jagger.

Muchos años después le preguntaron a Jagger por toda esta experiencia en el universo borgiano. Y respondió que aquel encuentro con Borges en Madrid… jamás había ocurrido. Lo dijo en Buenos Aires, en una conferencia de prensa para promocionar la segunda visita de los Stones a Argentina, 1998. “Es más, me gustaría conocerlo”, agregó, para sorpresa de todos: el escritor había muerto 22 años atrás. ¿Fue un chiste? ¿Un fallido? ¿Estaba hablando en serio? ¿O prefirió dejar intacto el mito, sin la contaminación de su recuerdo? Espejos y laberintos.

Supimos (y nos aproximados a la idea de) cómo escuchaba y entendía el rock Borges más por Kodama que por el propio Borges. Su viuda dice que también escuchaba Los Beatles, aunque no toleraba el estruendoso fandom. Una anécdota agrega que, en una fiesta a la que había acudido, empezaron a repartir pelucas con los cortes de pelo de los Fab Four. Y el escritor se retiró indignado.

La conexión con el rock llegó más bien a partir de Pink Floyd. El disco The wall, de 1979, no solo giraba y giraba mientras él escribía poesía, un cuento, acaso un haiku: incluso llegó a usarse como “feliz cumpleaños” cada vez que uno de los dos celebraba. Y la película, estrenada en 1982, fue una cita recurrente de la pareja: Kodama asegura que, de ir tantas veces, Borges se había aprendido partes que luego recitaba.

El rock surgió en los ’50, estalló en los ’60 y llegó a Borges en los ’70. Cuando ambos parecían haber alcanzado cierto punto de maduración. Pero hasta ahí llegó: Beatles, Rolling Stones, Pink Floyd. Liverpool y Londres. Inglaterra. Fin. Lo que provino no le atrajo, siquiera viniendo de ese mismo país: el estallido punk ‘77, el post punk, la new wave, ni siquiera la escena Madchester, llamaron su atención.

Borges escribía mayormente en español. Pero pensaba, principalmente, en inglés. Leía textos y escuchaba música en la lengua angloparlante. Y de Argentina valoraba más a escritores que a músicos. La historia sobre Gardel le dio ficciones al asunto: Jorge Luis destestaba a Carlitos porque su sonrisa le hacía recordar a la de Perón.

El único rockero argento que se acercó con ímpetu a Borges en vida fue Luis Alberto Spinetta. Lo consiguió en compañía de Tommy Gubitsch, su compañero en Invisible, a instancias de la madre de éste. Un encuentro dominado por Borges, su yoísmo y sus recuerdos. ¿De ahí habrá salido aquello de: “Y entre los libros de la buena memoria, se queda oyendo como un ciego frente al mar”?.

Kodama dice que Borges no “escuchaba rock”, sino que “escuchaba música”. El rock era parte de ella, aunque en retazos. El rock no inspiró tanto a Borges, pero Borges sí rock. Y, especialmente, al las generaciones que lo sobrevivieron.

El caso del grupo Cuentos Borgeanos es el más resonado. Desde el conflicto inicial que tuvieron con María Kodama por grabar “sin permiso” un fragmento del cuento “La casa de Asterión”, hasta el encuentro personal que luego tuvieron con la viuda de Borges, quien ofreció su “bendición” al estilo Yoko Ono.

“La lluvia me quema, Borges ciego no para de escribir”, cantaban Los Tipitos en “Como una hoguera”, del disco Tan real (2007). Pil Chalar —que antes se inspiró en Osvaldo Soriano para "Seis novelas”— jugó con “El Aleph” en la canción “Un punto dentro de otro” de Carne, tierras y sangre (último álbum de Pilsen, su banda actual), en el que también se entrelazan Walsh con Bioy.

Todo esto… a pesar del propio Borges. Nunca lo desveló que su letra fuera musicalizada. Se había aliado en 1965 con Astor Piazolla para Un tango, disco en el que el marplatense musicalizó textos del escritor. Pero todo empezó mal y terminó peor, con un resonante cruce de críticas cruzadas en diarios y revistas. Nunca se lo había visto a Borges en un brete semejante. Un escándalo propio de una banda de rock. Espetándose barbaridades, casi rompiendo espejos.