En Argentina, el 42 por ciento de la población fue inoculada con al menos una dosis y el sueño del rebaño propio está cada vez está más cerca. Según el cálculo que realiza el analista de datos Santiago Olszevicki, entre el 1° de abril y el 17 de junio, la vacunación evitó la muerte de 24.532 mayores de 60 años. Las vacunas son una herramienta formidable para combatir la pandemia y la evidencia sobre su efectividad en “la vida real” se acumula semana a semana.

Desde que la campaña comenzó, hacia fines de 2020, los diálogos al respecto ocuparon el centro de la escena pública, aunque también la privada. A partir de aquel momento, las conversaciones con familiares y amigos comenzó a girar en torno a preguntas del tipo: "¿Qué vacuna te tocó?", "¿Cómo te sentiste?"; o bien, a expresiones como: "Ahh, esa te deja de cama, pero se te pasa rapidito", "Tomate un paracetamol, que seguro te hace bien. Eso me recomendó la enfermera que me vacunó a mí".

La ansiedad promueve un consumo exacerbado de información y ello se vuelve riesgoso en un escenario signado por falsas noticias (lanzadas como misiles con intención explícita de agrietar los esfuerzos de la gestión) y confusiones variopintas. Uno de los núcleos medulares a comprender es el de los denominados "efectos adversos", generados tras la inyección. Aunque leves, todavía resta saber por qué algunas personas los experimentan más que otras. A continuación, el inmunólogo Jorge Geffner y las médicas Leda Guzzi y Florencia Burggesser desarman las incertidumbres que se generan alrededor del funcionamiento del sistema inmune.

¡Venga ese líquido!

Luego de una inoculación para prevenir la covid, entre el 30 y el 60 por ciento de las personas pueden manifestar reacciones leves: febrículas (hipertermia moderada que no supera los 38°C), dolor de cabeza, malestar general o cansancio excesivo. Las vacunas contienen fragmentos atenuados o inactivados de un patógeno (antígenos), encargados de provocar la respuesta inmunitaria del organismo. Se trata de moléculas que actúan, en este caso, a partir de la información referida a la proteína Spike (S) del Sars CoV-2. “Lo que tratan de hacer las vacunas es generar una situación parecida a la que ocurre cuando nos contagiamos Covid. Una respuesta inmune muy similar a la que se desencadena con el proceso infeccioso, pero sin causar la enfermedad. Por eso, aunque la mayoría de las personas no manifiesta efectos adversos, algunas sí pueden exhibirlos por períodos cortos de 24 o 48 horas”, señala Florencia Bruggesser, médica infectóloga (UBA), especialista en vigilancia epidemiológica y miembro de Sociedad Argentina de Vacunología y Epidemiología (SAVE).

Al respecto, Jorge Geffner –doctor en Bioquímica e Investigador superior del Conicet– describe lo que sucede cuando esa maravillosa maquinaria que constituye el sistema de defensas se pone en funcionamiento. “El objeto que tienen las vacunas es poner en marcha la respuesta protectora, mediada básicamente por la inmunidad adaptativa, que se expresa a partir de los linfocitos B (anticuerpos) y los linfocitos T. Ahora bien, hay otro brazo de la respuesta inmune: la inmunidad innata. Esta se manifiesta a partir de la actividad de muchas células diferentes, como los neutrófilos, los macrófagos y los monocitos”, explica.

Los anticuerpos neutralizantes circulan por el organismo y al encontrarse con el virus, se fijan sobre la espícula, la bloquean y le impiden el ingreso a las células. De esta forma, evitan la enfermedad. Pero los anticuerpos no son los únicos que actúan: en paralelo –como narraba Geffner– se activan los linfocitos T, que cumplen funciones fundamentales en la degradación y la eliminación de todo lo que podría estar infectado. También se producen células de memoria, que permanecerán por mucho tiempo en el cuerpo y reaccionarán en caso de que el virus ingrese durante los meses siguientes tras recibir la vacuna.

Continúa Geffner: “Todos los efectos que se pueden advertir en las primeras 48 horas tienen que ver con la inmunidad innata, porque las vacunas poseen adyuvantes. Se trata de aditivos, como sales de aluminio, que trabajan activando la respuesta inmune”. Bruggesser coincide en referir el rol protagónico que tienen los adyuvantes para comprender las causas de los efectos adversos de las vacunas. “El rol de los adyuvantes se relaciona con amplificar la respuesta inicial a nivel local; así es como produce una inflamación en el brazo. La piel forma parte del sistema inmunológico, es la primera barrera que evita el ingreso de patógenos. Según la primera reacción que manifieste nuestro organismo, se expresarán los malestares y dolores que experimentaremos luego. Más tarde, cuando se activa en forma de cascada el resto de la respuesta, pueden emerger los otros síntomas, como la fiebre y el dolor muscular”, sostiene la especialista. Activar esta respuesta inmune tiene un costo: efectos nada graves pero que pueden prolongarse hasta por dos días. “En gran medida, todo ese malestar que se exhibe en una fracción de las personas vacunadas tiene que ver con un conjunto de mediadores llamados citoquinas. Son liberadas por los macrófagos, células de la inmunidad innata, y al ser inflamatorias producen el aumento de la fiebre, que ocasiona cansancio y molestias a nivel muscular”, destaca Geffner.

En la órbita del Ministerio de Salud, existe la Comisión Nacional de Seguridad en Vacunas (CoNaSeVa), que se encarga de realizar una vigilancia intensa acerca del funcionamiento de las vacunas y, en esta línea, de analizar los eventos reportados. Según el último informe correspondiente al 12 de mayo, hasta el 9 de abril, se habían detectado 29.232 casos de Efectos Adversos Supuestamente Atribuibles a la Vacunación. En aquella ocasión, de los eventos notificados, el 99,05% (28.952) fueron leves y moderados y 280 eventos (0,95%) fueron reconsiderados para su evaluación.

Con lo cual, la evidencia en favor de las vacunas para combatir al nuevo coronavirus es arrolladora. Desde esta perspectiva, lo expresa Leda Guzzi, médica infectóloga de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI): “En los ensayos de fase 3, todas las vacunas que se están aplicando en Argentina han demostrado una gran inmunogenicidad (capacidad de desarrollar anticuerpos neutralizantes) y seguridad. En el país, prácticamente, no se han reportado casos de efectos adversos graves. De hecho, son muy infrecuentes. Por lo tanto, no nos vamos a cansar de decirlo: en la balanza riesgo/beneficio, las vacunas ganan por afano, tenemos que lograr el rebaño como sea”.

Leandro Teysseire


Algunas sí y otras no

Una situación imaginaria. Dos personas sanas, sin patologías previas y que forman parte del mismo grupo etario, se dan la misma vacuna. Mientras una no experimenta efectos adversos y pasa las 48 horas siguientes como si nada hubiese ocurrido, la otra afronta un cuadro leve de fiebre, cansancio y dolor muscular. El interrogante que se abre, entonces, es: ¿cómo se explica tal diferencia? El inmunólogo Geffner lo responde con énfasis: “¡Por la genética!”, y luego continúa: “Las personas tienen diferente genética. La persona ‘A’ puede estar mejor preparada para combatir a distintos patógenos que ‘B’. Las proteínas de A y B no son idénticas, por lo que el perfil genético en las células inmunes de A, será diferente al de B. De este modo, uno podría ser más reactogénico frente una vacuna y el otro frente a otra vacuna”, subraya. La genética de cada individuo presenta características singulares que, en última instancia, se traducen en patrones de reacción diversos.

“No abundan los estudios que expliquen por qué algunas personas la pasan mal luego de vacunarse y otras no. Los efectos adversos son súper comunes y en la inmensa mayoría de los casos son leves. Tienen poca intensidad y se los puede atender muy bien con antiflamatorios”, plantea Guzzi. Luego, advierte lo siguiente: “Lo que sí está claro es que haber tenido más efectos adversos no significa que el sujeto tiene más anticuerpos”. Con ello, Guzzi derriba uno de los mitos que más circulan por estos días. En concreto, una persona podría presentar –apenas– un poco de dolor en el sitio de la inyección y desplegar una respuesta igual de robusta que alguien que tuvo fiebre y permaneció en cama por dos días.

Si la referencia es para los mitos y las confusiones, uno de los temas que generan la mayor cantidad de dudas es la trombosis: la formación de coágulos o trombos en el sistema circulatorio, que puede afectar los órganos y el funcionamiento general. Un efecto adverso que fue reportado en una ínfima cantidad de casos tras la aplicación de la fórmula de AstraZeneca. Es una condición que se advirtió tan solo en el 0,001 por ciento de las personas inmunizadas, principalmente, en menores de 60 años, sin patologías de base y experimentada en los días posteriores a la inoculación (de 4 a 30 días después). No obstante, hay que tener en cuenta lo siguiente: los riesgos de desarrollar una trombosis es mucho más corriente si el individuo se contagia de Covid (15 por ciento), utiliza anticonceptivos (0.5 por ciento) o viaja en avión (0.1 por ciento).

Luego, Guzzi apunta a la edad como un factor que podría incidir en la experimentación de efectos adversos. “A nivel general, las personas más jóvenes tienden a presentar efectos un poco más acentuados que las más grandes. Una explicación para eso se vincula con que el envejecimiento del sistema inmune conduce a que las respuestas sean más lentas y de una menor intensidad”. De aquí que la inmunización de las personas mayores suela ir acompañada de una menor sintomatología. No obstante, algo queda dicho: para cada generalidad, hay excepciones.

Ansiedades

La vacuna representa una herramienta tan indispensable como efectiva. En países como Reino Unido o Israel (con el 66 por ciento de sus poblaciones inmunizadas), la disminución en las hospitalizaciones y muertes por Covid es contundente. Hay días en los que, directamente, no reportan nuevas infecciones ni fallecidos. Combinada con los cuidados personales y la restricción en la circulación provista por el gobierno, Argentina, a mediano plazo, podría experimentar una realidad similar. Advertir horizontes tan distintos del otro lado del Atlántico, produce alegría pero también ansiedad, sobre todo –y paradójicamente– en momentos en que la campaña de vacunación local calentó motores y marcha al ritmo espectacular en que lo hace.

Millones de personas revisan a diario (y varias veces en el día) para ver si el turno de su primera o segunda dosis fue asignado. Aunque los efectos psicológicos que trajo el proceso de vacunación aún no fueron estudiado en detalle, contemplar los aspectos mentales durante la pandemia se revela clave. “En algunos casos, lo psicológico y lo ansiógeno es central. Hay estudios que muestran que aquellas personas que durante los ensayos de alguna vacuna reciben placebo, también experimentan efectos adversos. Aunque es menos probable que reaccionen con fiebre, tienen dolor de cabeza, cansancio y malestar”, describe Guzzi. Y completa: “También se han visto experiencias que van desde una simple ansiedad hasta un ataque de pánico. Aunque no fue estudiado, con las campañas de vacunación actuales puede ocurrir lo mismo. Podría pasar que, tras recibir la vacuna y no ya el placebo, las personas experimenten síntomas que se relacionen a lo psicológico y no tanto a la respuesta del sistema inmune”.

Los temores frente a los efectos adversos deben desarmarse a partir de información basada en evidencia científica. A la par con el proceso de potabilización del agua, las vacunas constituyen el invento que más vidas ha salvado en los tiempos modernos. Hace apenas un siglo, la principal causa de decesos eran las enfermedades infecciosas; ejemplos exitosos como la viruela, la polio y el sarampión bastan para justificar una afirmación tan categórica. Según el “Análisis del Plan de Acción Mundial para Vacunas 2011-2020” de la OMS, se estima que durante el período 2011-2020 salvaron 25 millones de vidas, o en otras palabras, ¡5 vidas por minuto! Según Unicef, en el presente, las vacunas salvan las vidas de 3 millones de niños y niñas al año.

El único problema es que son heroínas anónimas, pues, a diferencia de las drogas para tratamientos, las vacunas se les brinda a las personas sanas, por lo que su éxito no es tan sencillo de mensurar. A pesar de las teorías conspirativas, a ninguna farmacéutica le sirve fabricar ni a los médicos aplicar una vacuna que pueda causar un daño en las poblaciones. Como recomiendan los especialistas: a vacunarse sin miedo y, sobre todo, a recomendar la vacunación. El triunfo frente a la Covid, y el ansiado efecto rebaño, solo puede ser colectivo.

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