El regreso a la casa de la madre tiene algo de derrota. Ella lxs recibe con una pava en la mano y un atuendo desprolijo que habla de una enfermedad devenida en ese desparpajo intrépido que llega cuando se presiente el final. El uso de los objetos y el modo en que actores y actrices se instalan en el espacio, asume algunas de las variantes del absurdo. Un ejercicio descolocado que saca a la obra de su literalidad.

El río que habla todo el tiempo del suicidio del padre funciona como una reiteración poética, como ese karma autodestructivo del que Paula y Dener intentan desprenderse. Ellxs vuelven como quien va a visitar un oráculo, y le demandan a su madre una serie de explicaciones en torno a sus vidas no demasiado diáfanas ni felices.

La dramaturgia de Juan Ignacio Fernández parece capturar un momento que no tiene un principio ni un final precisos. Hay cierto naturalismo en las situaciones que la puesta en escena de Cristian Drut discute desde un uso de la imagen y del dispositivo escenográfico diseñado por Cecilia Zuviale que funciona como síntesis. Los fragmentos están allí para contar una versión onírica del texto. Si el drama es realista, la puesta suma narrativamente la posibilidad de que todo lo que ocurre sea una construcción mental de los personajes, como si lxs hermanxs y la madre se pelearan por ser lxs narradorxs de la historia y los personajes de Vivi, su novio y el adolescente enamorado de Dener entraran a invadir un sueño.

En la escritura de Fernández lxs protagonistas parecen estar sostenidxs, atascadxs y capturadxs por obsesiones que lxs dejan en una leve desconexión con lxs otrxs, sin abandonar una proximidad afectuosa. Desde un aparente procedimiento mimético, la dramaturgia instala seres que llegan con un mundo y no pueden terminar de entrar en la nueva escena sin seguir unidos a esos conflictos que buscan resolverse en el lugar equivocado. Paula no está segura de amar a sus hijxs y su marido, más allá de la protección y el afecto que ellxs le brindan. Dener es un ser melancólico y diletante, que no parece estar conforme con las convenciones de la adultez, y se encarga de destruir sus espacios de trabajo y todo aquello que pueda brindarle un propósito. Paula y Dener están en los treinta y sienten esa intemperie. Su madre ya no es una contención sino alguien a quien cuidar pero la mujer que interpreta Matilde Campilongo tiene una belleza festiva. Con Vivi, la amiga de la infancia de Paula, han establecido una complicidad radiante para enfrentar una cotidianidad desdichada y pueblerina que no las conforma, pero de la que no han podido escapar. Aldana Illán tiene esa seguridad en escena, esa capacidad para entrar en el drama y llevarlo a una zona de comedia frágil, como la desazón de su criatura. Campilongo actúa desde una naturalidad sobre la que estampa destellos de humor, recursos dislocados que abren narrativamente las variantes de su personaje y la alejan siempre de la gravedad, de una lectura literal o lineal, de esa amargura que esconde al ofrecer su derrumbe como un estado de fiesta.

En la dirección de Drut, los personajes femeninos entran en una pequeña contienda con el realismo en sus tonalidades de actuación. Yanina Gruden parece imponer un estilo que trae con ella y que a veces rompe o resuena con la normalidad de la escena, para después dejarse ganar por una instancia más sensible.

En Tu amor será mi refugio hay un impulso chejoviano en el modo liviano y alegre de habitar lo irremediable, de soportar la insatisfacción, sin desdeñar esos instantes donde se aventura cierta dicha.

Tu amor será mi refugio se presenta los sábados y domingos a las 19, en el Teatro San Martín. Av. Corrientes 1.530. CABA.