La batalla está en los detalles.
El documento no binario hoy servirá a quienes ya pidieron el cambio en la partida de nacimiento, y no a recién nacides. Por ahora, la posibilidad de tener un DNI no binario viene atada a la aplicación de la Ley de identidad género, lo que quiere decir que para acceder a él primero la persona tiene que haber vivido lo suficiente como para construir una percepción de su propia identidad, tiene que haber pasado por la experiencia de descubrirse y saber quién es. La X, hoy, será un lugar de llegada.
Argentina es el primer país en la región, pero no el único en aplicar la X, una opción tan poco cuestionada que hasta fue promesa de campaña presidencial en uno de los países centrales (Joe Biden, en Estados Unidos), y se aplica, por ejemplo, en Canadá (algunos de cuyos funcionarios asesoraron al equipo argentino que redactó el decreto). Aún más: la X es reconocida por la OACI (Organización de Aviación Civil Internacional), la entidad de Naciones Unidas que marca los estándares de documentos de viaje, y exige -de momento- que esa documentación incluya el componente “sexo” entre sus datos.
La X es también un punto de partida: indica que hay mucho camino para recorrer por delante, y que los debates futuros podrían ser otros, inclusive inesperados. Por ejemplo: si eventualmente llegamos a tener una documentación personal que permita consignar M, F o X para recién nacides, ¿eso significa que el Estado podría no estar al tanto de información clave de la población para el diseño de políticas públicas?, ¿cómo podríamos arribar a una solución que proteja la información privada (a fin de cuentas, cómo, en qué términos, cada persona se autopercibe y elige vivir no le incumbe a nadie más que a esa persona) y a la vez permita fortalecer el ejercicio de sus derechos, con un Estado conocedor de su ciudadanía? Las preguntas me las planteó a medianoche una de las personas que participó de la redacción del texto del decreto, como parte del equipo del Renaper. Esa persona, la abogada Carolina Von Opiela, hace poco más de once años acompañó a la primera pareja de varones que accedió al matrimonio legal, en Ushuaia, para asegurarse de que en esa provincia se cumpliera la orden judicial que la Ciudad de Buenos Aires, por entonces al mando de Mauricio Macri, se empeñaba en ningunear. Las trayectorias diversas se cruzan.
En el corazón del decreto están esas y otras luchas, esas y otras historias, porque la letra chica de las vidas cambia también el mundo.
Puede parecer poca cosa cuando no se la deseó, cuando no se peleó por tenerla. Los privilegios son así. Y cuando hay dudas sobre el valor de un cambio que parece tan pequeño y sin embargo es muy celebrado, no hay más que prestar atención a lo que dicen quienes se oponen: la defensa del privilegio es tan transparente, tan virulenta al aferrarse a la potestad de decir a los demás cómo y quiénes deberían ser, que no puede caber dudas. Ese cambio tan pequeño es inmenso.