Si cada época tiene su “trabajo ideal”, las empresas de servicios digitales y desarrollo de software acaparan hoy esa representación. No obstante, estos empleos, como cualquier otro, pueden estar enmarcados en lógicas de valor y éxito que no siempre fortalecen a los trabajadores en tanto seres humanos.

Con una perspectiva desde la educación pública, Hernán Wilkinson aporta sus conocimientos como director adjunto del Departamento de Computación de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA y profesor de “Ingeniería de Software I” en esa casa de estudios. A la vez, es cofundador de 10Pines, una empresa de desarrollo de software que atrajo la atención de medios y clientes internacionales por su calidad y su filosofía organizacional horizontal y abierta.

La vocación le llegó temprano a Wilkinson, a partir de un regalo –hoy una reliquia– que recibió su hermano mayor: “Fue una computadora TK-83, un clon de la ZX-81. Tenía 2 kilobytes de memoria expandible a 16, y cuando la prendías lo único que podías hacer era programar en lenguaje Basic o cargarle jueguitos. Como eso resultaba tedioso mi hermano dejó de usarla. Cuando la agarré y fui viendo que lo que ‘inventaba’ funcionaba, que la computadora ‘hacía’ lo que le decía, quedé ‘enamorado’”.

Sobre su formación, el licenciado en Ciencias de la Computación por la UBA eligió tres hitos: “El primero, cursar ‘Laboratorio II’ y estudiar lenguaje Assembler con el microprocesador 8086 de Intel. Ahí me dieron la oportunidad de ser ayudante de la materia. Acepté inmediatamente y empecé en el ámbito académico. El segundo fue cursar ‘Programación Orientada a Objetos’ con Máximo Prieto, quien además de ser un excelente profesor utilizaba el lenguaje que cambió mi vida para siempre, Smalltalk. Entonces yo era programador de C++, la ‘competencia’ de Smalltalk y tuve grandes discusiones con Máximo, de hecho creo que llegamos a odiarnos, pero el tiempo me hizo ver que él tenía razón. Al final, él dirigió mi tesis, yo empecé como ayudante en su materia y cuando dejó Exactas lo reemplacé. Él hoy trabaja en 10Pines y damos cursos juntos además de ser grandes amigos. Y, por último, cursar ‘Temas seleccionados de Ingeniería de Software’ con Nelson Sprejer. El contenido fue excelente y valoré la gran personalidad de Nelson y su capacidad de enseñar”.

Como complemento vital del aprendizaje en las aulas, Wilkinson también tuvo una perspectiva política clara desde la cuna. “Mi papá era docente de Sociología y peronista, y mamé mucho del pensamiento que circulaba en casa. Eso es algo que también influyó cuando encaré un emprendimiento que luego se transformó en una empresa”, destacó.

Con esa ética y el aporte igualmente fundamental de sus socios, Jorge Silva, Emilio Gutter y Alejandra Alfonso, Wilkinson abrió 10Pines, “que desde el principio estuvo planteado como un lugar donde fuéramos felices trabajando. Siempre primó crear un ambiente que nos permita ‘expresar nuestro trabajo’ sobre tener una organización ‘eficaz’ y ‘rendidora al máximo’. La prioridad es la gente y, paradójicamente, potenciar a la gente termina haciendo crecer a la organización aún más que cuando se busca potenciar la empresa directamente”.

“En el desarrollo de software el elemento primordial son las personas, no son las máquinas ni otros elementos como sucede en otras profesiones, tierra en la agricultura o vacas en la ganadería, por ejemplo”, graficó.

Para Wilkinson y sus socios, “la síntesis entre humanidad y objetivos se logra de a poco, de manera iterativa e incremental, tal como se debe desarrollar software. No es sencillo lograr este efecto, y para hacerlo es importantísimo aprender a compartir, a no ser egoísta, a entender la empresa como un actor social y no únicamente económico”.

El docente de UBA enumeró algunas variables que considera importantes para los futuros profesionales: “Ganas de aprender tanto de lo funcional como de lo técnico, búsqueda constante de calidad y no ser consumidores acríticos de la tecnología. Lo segundo es necesario para tener satisfacción con lo que uno hace. Como cualquier trabajo creativo, el nuestro tiene un toque artístico y hacer nuestro producto ‘lo más lindo posible’ es satisfactorio”.

Y a modo de reflexión final: “Aparecen nuevas tecnologías constantemente y no todas ellas son buenas. Alan Kay, creador de Smalltalk, suele decir que nuestro trabajo se parece mucho a una cultura pop: se cree que todo lo nuevo es bueno y no siempre es así. Ser consumidor crítico de la tecnología permite diferenciar lo bueno de los blufs. Y algo importante para poder hacer esta separación es conocer la historia de nuestra profesión”.