Nos reímos del “boludo que le cree a la tele” y nos imaginamos ajenos a su tontera, y yo me pregunto si acaso no estamos también en esa categoría, si no hay una televisión pensada para cada uno, aunque no siempre se llame televisión. Para saber si lo que digo es coherente deberíamos cortar la luz, quizá los cables, y asomarnos a ver lo que hay afuera, el mundo real. Pero no sé si esto es posible y no sé si realmente queremos hacerlo.

Esta impresionante teoría es lo que he dado en llamar “las cavernas del Chiabrandopoulos”. Pasen y vean.

Cuando Platón creó la alegoría de la caverna el mundo era un pañuelo y se podía pensar al hombre como a uno solo. Bastaba una sola hoguera para entretenerlo. Eso duró (creo) hasta la globalización y la hipercomunicación, que creó múltiples televisores y espejitos de colores, uno para cada colectivo, uno para cada familia. Uno para cada individuo, de ser necesario.

Y el desafío dejó de ser salir de la caverna, sino más bien entrar. Ser abrigado por el fuego, ejercer nuestro derecho a ver sombras. El derecho a pertenecer y a ser.

Pero ya iremos a eso. Ahora nos asomamos a la caverna de los politizados, algo progresistas, algo de izquierda, defensores de pobres y ausentes, con conciencia ecológica y atentos a los avances de los derechos de la mujer y de las minorías. Es nuestra caverna, donde nos sentimos más o menos cómodos viendo pasar delante de nuestros ojos a las sombras que nos dan la razón. Y pensamos: el mundo es así.

Pero basta que dejemos que el algoritmo de Youtube nos arrastre sin rumbo (prueben, es una experiencia lisérgica) para que veamos que hay otras muchas cavernas, a veces tan antagónicas a la nuestra que dan asco. El mismo asco (o desprecio o negación) que deben sentir sus habitantes por la nuestra.

Tres ejemplos. Marchamos para defender los derechos de un perrito que acaba de ser atropellado. Mientras, en la caverna de al lado, meten a dos animales en una pecera para ver cuál mata primero al otro (no exagero, es real). La caverna se completa con millones de personas mirando.

Aparece el tema Cuba y en esta caverna polemizamos como si no hubiera otra cosa en el mundo mientras en las otras cavernas bailan una rave infinita, despreocupados de toda ideología y atentos a la salida del último IPhone.

Vemos a generaciones completas de mujeres comprometidas con la causa feminista mientras, en una caverna vecina, miles de mujeres se suman al desafío Bugs Bunny de TikTok: filmarse semidesnuda mientras los pies simulan las orejas de un conejo, y al fin mostrar el culo. Más humillante imposible, pero en esa caverna no es considerado humillante sino divertido, sexi o cool.

Hasta mitad del siglo XX la caverna era todavía una sola y el ombligo de uno se parecía al ombligo de todos. Los temas generales eran casi (casi) los mismos para un argentino que para un japonés: el nazismo, la guerra fría, el colonialismo, el socialismo, la carrera armamentística. Ahora, ese ombligo ha sido dinamitado, dividido en miles de ombligos. Y nada más tonto que creer que el de uno es el único que cuenta.

Además, afuera de la caverna de Platón había un mundo real, un mundo de las cosas. Un mundo poco poblado y con el sol como referencia ineludible. Hoy, la salida de una es la entrada a otra de las múltiples, quizá infinitas cavernas. Si hay un afuera, es un afuera de neón, de bits, de una “televisión en descontrol”, como alguna vez alguien definió a una plataforma de contenidos. Un afuera que se parece a un adentro.

Y los que se rebelan a pertenecer a la caverna que les tocó es, sencillamente, porque buscan pertenecer a otra. Esa es quizá toda la rebelión posible que nos queda.

Una diferencia entre nuestra caverna y otras es que nosotros somos gente algo incómoda, que busca decorarla, redefinirla. No abolirla. No romper las paredes. Se puede cambiar el gobierno, se pueden cambiar detalles de la vida cotidiana. Pero no dejar de ver las sombras que nos corresponden.

No es poco. En otras no se plantean apagar el fuego ni cambiar nada. Buscan solo pertenecer a la modernidad, al confort y al lujo creado desde la Grecia antigua hasta hoy para mantenernos entretenidos.

Esto ya no se explica con la palabra capitalismo y otras que han gobernado nuestros pensamientos desde hace rato. O en todo caso explican algunas cosas y otras no. Mientras, en algunas cavernas ni siquiera saben lo que significan esas palabras, aunque tengan los pies metidos en ese barro.

Estas cavernas no necesariamente están separadas por la distancia. Están separados por muchas cosas: acceso al dinero, las diversas conciencias, las modas, las razas y también por la distancia, ya que nosotros desconocemos casi todo sobre las sombras que miran los que viven en África. Sí sabemos que cuando se juegan la vida para cruzar el Mediterráneo buscan la puerta de acceso a otra caverna donde (en principio) se vive mejor.

A veces, los habitantes de las cavernas nos cruzamos en el hall, o en el lobby, como en una asamblea de cavernas, algo que a Platón no se le ocurrió, pero a Chiabrandopoulos sí. Allí hablamos de deseos insatisfechos y de la última serie de Netflix. A veces discutimos. Luego volvemos a sentarnos cerca de nuestro fuego, bien calentitos y entretenidos. Para ser parte. Para que nadie nos venga a decir cómo son las cosas. ¿No se dan cuenta de que las estamos viendo?

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