–No es el tema más común para una historieta.

–No es el tema más común para ninguna manifestación artística, me parece.

El tema es la violencia médica y hospitalaria, el encarnizamiento terapéutico, y la novela gráfica se llama Modus operandi. Quien habla es su guionista, Carina Maguregui, quien realizó el libro junto a la dibujante Muriel Frega y lo presentará hoy a las 17 en la nueva edición del festival ultraindependiente Dibujados, que se realiza en el Teatro El Mandril (Humberto Primo 2758, hoy y mañana a partir de las 14). Y si Dibujados es una ocasión excepcional para encontrarse con la historieta emergente, esa que para algunos es la “auténtica nueva historieta argentina”, también es una oportunidad sin igual para encontrar historias que pasan inadvertidas en otros eventos.

“Esto surgió como una nouvelle en 2004 y después hice una adaptación para teatro, porque mi idea era llevar esa propuesta artística a múltiples formatos, todos los posibles”, cuenta Maguregui. Esa adaptación fue reconocida en 2006 por Argentores en la categoría “Obra nueva” y cuando se convirtió en historieta, como con Frega se plantearon hacer capítulos autoconclusivos, enviaron algunos a distintos concursos y obtuvieron más menciones: en el Concurso Nacional de Historieta Roberto Fontanarrosa, organizado por la municipalidad de Rosario, y en el concurso de la Convención Internacional Crack Bang Boom. Los dos reconocimientos fueron claves para impulsar a la dupla a convertir esa búsqueda en una novela gráfica materializada en un libro tangible, más allá de los oídos sordos de los editores. “Algunos dijeron que estaba buena, que les parecía una apuesta estética y ética importante, pero que no estaban dispuestos a invertir dinero en eso”, recuerda. Otros directamente dijeron que “jamás publicarían algo tan deprimente”.

Sin embargo, aunque el relato que proponen las autoras es muy duro, en ningún momento cae en el golpe bajo. Ayudan para eso las notables secuencias oníricas, o de desvaríos anestésicos que propone Frega, y un tratamiento estético y gráfico general cautivante. “Con la novela gráfica buscábamos contar o instalar esta atmósfera en imágenes, prescindiendo lo más posible de las palabras. Tiene textos, por supuesto, pero tratamos de podarle la mayor cantidad posible y que las imágenes se sostuvieran por sí mismas”, explica Maguregui. 

–¿Por qué abordó un tema como este?

–Porque es algo que nos atraviesa. Todos, en algún momento de la vida, vamos a pasar por el umbral de un consultorio, entrar a un quirófano, ir a una clínica, sea directamente por uno o por un familiar, un amigo. Nos lo debemos como tema. La relación médico-paciente está deteriorada y en eso está involucrado un derecho humano. No solemos pensar la atención de la salud y la relación médico-paciente como un derecho humano, pero lo es. Y como todos los derechos humanos, hay que lucharlos, porque por más que sean inherentes, no nos los regala nadie. Hay un sistema de procedimientos, un modo de hacer, de operar, de actuar, que tiene la mayor parte de la corporación médica.

–El libro apenas toca la cuestión burocrática de la medicina, que también es fuente de sufrimiento.

–Claro, ese tema está apenas sugerido; la burocratización del sistema de salud en general y su deshumanización. Es el caso del encarnizamiento terapéutico, que es cuando hay una enfermedad irreversible, cuando ya no hay cura, donde la medicina debería aliviar. Un consuelo afectivo, contención, pero también un paliativo en la mitigación del dolor, en lugar de prolongar una mal llamada vida con un sufrimiento que no tiene ningún justificativo. Lo que pasa que el sistema médico occidental tradicional capitalista –porque no es sólo propio del sistema médico, sino de todo el sistema capitalista occidental– es una explotación económica, una industria instrumentalizada desde lo médico, pero multimillonaria como el tráfico de armas. Son cifras exorbitantes y el sistema de cuidados paliativos no representan un negocio para nadie. Eso tiene que ver con dar vuelta un sistema, una relación donde el médico asume un rol paternalista: es el único que tiene el saber y que entiende lo que se debe hacer con el cuerpo de otro.

–Y contra lo cual es muy difícil argumentar algo, más allá de expresar el propio deseo, como las ganas de dejarse ir de la protagonista.

–¡Claro! Para la medicina occidental tenemos un cuerpo, pero no “tenemos” sino que “somos” un cuerpo, venimos encarnados. Esa división de la Grecia clásica de mente-cuerpo no hizo más que lastimarnos. Esto es crucial. Somos sujetos, en el sentido de subjetividad plena, tenemos un mundo afectivo, un mundo creativo, una política, una erótica, una estética.

–El libro tiene pasajes muy oníricos, donde el lector no sabe qué sucede realmente o si la mente de la protagonista divaga por el dolor.

–Eso tiene una intencionalidad total porque, sobre todo durante las terapias intensivas, es muy difícil, después de varios días o semanas de internación, discernir cuándo es de día, cuándo de noche. Siempre hay luces, siempre hay sonidos, la entrada y salida constante de gente. Eso ya genera un estado de extrañamiento que queríamos trasladar al clima de la novela. Pero muchas cosas en la novela parecen ficción y no lo son, están basadas en hechos de la vida real. Cosas que ocurrieron así como aparecen, por ahí aquí retratadas con una belleza plástica que tiene que ver con los colores y las figuras que se buscaron, porque no queríamos ni efecto ni golpe bajo. Pero más que cualquier otra cosa, esto surge de una necesidad de instalar este tema en todos los ámbitos que se pueda. Es una forma de pensarlo, conversarlo y sentirlo.