Todos tendrán sus quince minutos de fama. La frase que se le atribuye a Andy Warhol bien puede vincularse con el espíritu de La panelista, el film de Maximiliano Gutiérrez que tiene a Florencia Peña como protagonista y que se estrena en salas este jueves. ¿Hasta dónde es capaz de llegar la gente por esos quince minutos?, podría agregarse. La ficción de Gutiérrez pone el foco en los programas televisivos de chimentos con panelistas, que muchas veces son cuestionados por vulnerar el derecho a la intimidad de las personas. Algo que resuena fuerte en la actualidad de Florencia Peña, sometida a un descarnado ataque por su visita a la quinta presidencial de Olivos para ver al Presidente para defender a su gremio, casitigado por la pandemia.

"Yo no soy política, no tomo las decisiones de la vida de la gente, ¿qué es lo que les molesta? ¿Que tengo mucha llegada? ¿Que soy muy popular? ¿Que hay gente que me escucha y que no les conviene? ¿Por qué atacan mi credibilidad? No es la primera vez. Esta operación es una más de tantas. Me da vergüenza y tristeza tener que salir a aclarar esta estupidez", se indigna (ver aparte).

Más allá de las inevitables comparaciones, la película también es muy actual porque muestra la lucha descarnada entre el conductor y los panelistas por ver quién tiene más protagonismo y hasta dónde es capaz de llegar cada uno por ocupar un lugar de privilegio. La panelista se trata de una comedia negra, con tópicos similares a algunas películas de Alex de la Iglesia y con un ritmo de thriller en donde la ficción exagera –porque es una película- vicios que muchas veces se han cuestionado de la televisión argentina.

Peña interpreta a Marcela Robledo, panelista de un reconocido programa de chimentos, quien descubre una noticia que puede cambiar su vida y la historia de la televisión, desenmascarando la doble vida del querido y respetado galán Osvaldo Lebló (Diego Muñoz). Está a punto de perder su lugar en el panel del programa de espectáculos y ésta es su oportunidad de evitarlo. Pero su compañero Ricardo Toledo (Diego Reinhold) quiere dejarla fuera de la primicia. A partir de ese instante, la vida de Marcela dará un vuelco, se convertirá en la panelista del momento, pero deberá enfrentar la feroz competencia del conductor del programa, la estrella televisiva Jorge “Chiqui” Marconi (Favio Posca), los celos de sus compañeros de panel (Campi y Daniela Ramírez), las amenazas del jefe de Seguridad del canal (José Luis Giogia) y las exigencias de la gerenta de Programación Claudia (Soledad Silveyra).

“Me pareció que es un rubro que no se explota mucho en la Argentina que es el de la comedia negra. Me gustó el guión porque parecía que iba por un lugar e iba por otro. Y también el hecho de hablar de las primicias en una tele muy complicada, muy compleja, donde meterte en la vida del otro, criticar absolutamente todo y mirar con lupa se convirtió en la tele de hoy”, comenta la actriz y conductora de Flor de equipo, en diálogo con Página/12. “Hace casi cuarenta años que trabajo y la tele era también de los actores. La tele también era de las ficciones. Hoy la tele es de los vivos, de los panelistas, de los conductores, pero también de mucha gente que opina de otros. Entonces, me pareció interesante abordar el tema desde algún lugar”, agrega la actriz.

-Obviamente que la película lo exagera, pero la búsqueda del rating en la TV ¿tiene esas miserias humanas que muestra esta ficción?

-Sí. Hoy diría que la búsqueda del rating hace que se juegue con herramientas donde no importa si va a destruir al otro. Lo importante es generar rating, una primicia, tratar de que se habla de tu programa, que te levanten. Hoy los periodistas intentan que digas cosas que sean títulos utilizables que otros portales puedan levantar. Y así es. Lo entiendo como víctima de la situación y hoy como conductora de un programa, pero no de una tele que me voy a negar rotundamente a hacer. Nunca voy a ser parte de una idea de destruir personas para ganar un punto de rating.

-A partir de una situación que no vamos a contar, tu personaje experimenta el miedo. ¿Qué es para vos el miedo y cómo lo vivís o lo sobrellevas?

-Uno está lleno de miedos. La vida es compleja. Pero digo una frase que me parece buena de un libro que leí hace muchísimos años cuando era muy pendeja. Y el título era: "Aunque tenga miedo, hágalo igual". El miedo es un alerta interesante, porque yo no creo en esta cosa de que uno tiene que mandarse sin intuir, pero sí me parece que uno tiene que sobreponerse a los miedos, que uno tiene que poder tenerlos como aliados, no como enemigos.

-En esta película está muy presente el “Sálvese quien pueda”. ¿En algún punto esa frase funciona como metáfora de un sistema inhumano?

-Sí, absolutamente. La pandemia vino a correr esos velos. Y yo creo que hoy la gente está cancelando a los que, de alguna manera, sin quererlo o queriéndolo (no lo sé bien porque el inconsciente trabaja de maneras muy espectaculares) mostraron el: "Y... yo si puedo me salvo solo". Y esa gente está siendo cancelada. No sólo en los medios. En general, en la vida. Uno ha cancelado amigos. La pandemia descorrió velos de la miseria, puso en evidencia la miseria. Era un momento para pensar colectivamente. Soy una persona que piensa colectivamente, creo en el pensamiento colectivo y creo, además, en la empatía. Así vivo mi vida, mejor, peor, más, menos, pero eso intento. Y la pandemia nos puso a todos en evidencia en ese punto, donde ves gente que le chupa un huevo el otro y donde ves gente que intenta tratar de hacer cosas que no perjudiquen a los demás y que entiende la libertad no como un hecho aislado sino como un hecho colectivo. Todo bien que seas libre, pero tu libertad no puede afectar la vida de otro. Estoy a favor de que mucha gente que elige no vacunarse no pueda hacer ciertas cosas.

-¿Sos de quienes creen que en las situaciones límite aflora lo peor del ser humano?

-Sí, claro, como también lo mejor. Siempre digo que esto es el infierno y lo mejor viene cuando nos morimos porque para mí, en realidad, no nos morimos: pasamos a un lugar un poco mejor si hiciste las cosas más o menos bien en esta fase. Y creo que todos tenemos miserias. El punto es cómo nos vamos irguiendo en ser mejores, en ir encontrando maneras de evolucionar. La pandemia nos puso en ese lugar donde evolucionamos o nos morimos. Y como todo, hay gente que cree que la culpa la tienen otros, la culpa de su no funcionamiento personal la tiene el afuera, la tiene la pandemia, la tiene un presidente, un amigo, un marido, una mujer. Y otros, como nosotros, que hemos tomado el toro por las astas y dijimos: "¿Qué hacemos?". Y nos reinventamos. ¿Qué vamos a hacer frente a algo contra lo que no podemos pelear? Porque sucede, es algo que nos atraviesa a todos. Y bueno, vamos a ver cómo la remamos.

-¿De qué manera pensás el significado de la muerte?

-Yo creo que no existe la muerte como un fin. Existe un fin, en un punto, de pérdida de masa, donde físicamente desaparecemos, pero nuestra conciencia y nuestro espíritu empiezan a vivir otra dimensión. Creo en la reencarnación y no en la muerte como un final. Soy más oriental en ese aspecto. Soy más budista. Los orientales tienen un desapego con la muerte mucho más grande que los occidentales. De hecho, muchos festejan la muerte como un pasaje hacia algo más interesante. Y cada vez más lo pienso así. Creo realmente que éste es el infierno. El ser humano sufre mucho en la Tierra y cada vez más hacemos sufrir al planeta y a los seres con los que compartimos este encuentro terrenal. Entonces, creo que la muerte termina siendo algo interesante. Obviamente, tenemos un pensamiento terrenal y extrañamos cuando alguien muere, sufrimos la pérdida del encuentro con el otro, pero también creo que ese paso hacia otro lugar nos va a encontrar cómo transitamos esta otra fase.

-Ya que mencionás el tema del sufrimiento y relacionándolo con el cine o la televisión, ¿crees que cuanto más sufre un personaje más se identifica el público con él?

-No sé si es tan así. No lo había pensado de esa manera. Yo me dedico bastante al humor también, y me parece que el reconocerse en alguna situación implica que lo que hacemos tenga sentido. Cada uno se reconocerá en distintas cosas. No es general eso. Hay gente que te va a ver al teatro y se reconoce en personajes que yo no tengo nada que ver, pero yo soy una observadora de la realidad. Como actriz, mi función es observar la realidad y transmitirla lo mejor posible. Y si una logra que alguien que está sentado en un teatro o que está viendo una película o un programa se identifique o sienta que se llevó algo que no traía, nuestro objetivo está cumplido. Algunos se identificarán más con el sufrimiento y otros se identificarán con la alegría. Hay para todos los gustos.

Peña, Soledad Silveyra y Favio Posca en La Panelista.

-Volviendo al tema de la TV, ¿creés que tiene algo de genuino la lucha por el rating?

-No, a mí me gustaría una televisión sin un minuto a minuto, donde no tengamos que ir virando hacia lugares por lo que está sucediendo con el rating. Pero a esta altura del partido es una utopía. Lo que sí puedo decir como conductora de un magazine en la televisión abierta y en un canal líder, es que intento que las armas sean lo más nobles posible. Hay armas con las que nunca voy a jugar. Y esas armas las tengo muy claras y son mis límites personales. Jamás voy a hacer rating metiéndome con la vida de otra persona, haciendo mierda a otra persona o intentando hacer sufrir a alguien. Mis herramientas para que la gente nos elija tienen que ver con darles alegría, algo que les interese, con darles empatía si hay una víctima que está sufriendo, con darles algunas herramientas que no traían. Esas son mis herramientas. Ahí sí me siento legítima. Con todo lo demás no acuerdo.

-¿Y cuál es tu opinión sobre los programas de chimentos?

-No voy a opinar sobre eso porque hoy por hoy no son esos programas los únicos que hacen daño. Son los programas de todo tipo y color, los programas de actualidad, diría. Hoy, los programas de actualidad están plagados de gente miserable diciendo mentiras y tratando de generar tu reacción para tener un minuto de fama. Ojalá fueran sólo los programas de chimentos. Hoy está lleno de programas que no son de chimentos o que no se dedican exclusivamente al espectáculo porque hoy cualquier programa (hasta los políticos) habla de los actores. Hubo una época en que solamente Lucho Avilés o Jorge Rial eran los que hacían esos programas. Ahora está todo mezclado: todos hacen todo. Se habla de cualquier cosa de cualquier manera y es la que es en este momento. Hay que entender que pareciera que esta es la que va ahora.

-¿Qué cambió en la TV actual respecto de la de los 90 cuando eras adolescente y hacías Son de diez? ¿En qué aspectos evolucionó y en qué aspectos involucionó?

-Involucionó en que la tele dejó ser un lugar donde la defensa era el talento. Existías y tenías un lugar en la tele si tenías talento. Ahora, eso no importa tanto. No existían las redes, no existía internet, lo que sucedía, sucedía en la tele y no se replicaba de manera instantánea en quinientos lugares. Hoy por hoy, cualquiera que tiene diez minutos sentado en la tele puede convertirse en algo. Yo tengo mucho andado y lo que tengo es consolidado por esa tele más antigua, esa tele más ligada a la ficción, a los actores encontrándotelos en todos los pasillos, los proyectos que había de autores y actores. Esa tele la extraño. Pero por suerte, hoy las plataformas vinieron a ocupar ese lugar que dejó vacante la televisión abierta, ocupada hoy por programas más en vivo, más de entretenimientos.

-¿El mundo televisivo actual sigue siendo misógino como en otras épocas o con el movimiento de reivindicación feminista hizo un pequeño cambio, como lo hizo la sociedad?

-Estamos evolucionando. Nos falta un montón. Pero por lo menos, siento que ahora te juzgan cuando te mandás cagadas no deconstruidas. Te juzgan otros pares. Hay un observatorio de esa situación que me parece interesante. Antes no lo había. Antes pasaban esas cosas y quedaban en la nebulosa y nadie decía nada. Ahora, cuando te mandás un cagadón, cuando tratás a alguna mujer de una manera despectiva, cuando te burlás de su cuerpo, cuando ponés de manifiesto que por ser mujer es débil, ahí hay una frenada y una parada de carro.