Lesbiana villera. Pero en principio, de la villa. De donde vengo, cortito. Así nomás. Simple. Polla Ferreira, una piba de Villa 15. Bueno, no soy tan piba, pero me considero así porque no viví nada de la vida y estoy empezando a vivirla ahora”: así se presenta la Polla. Dice que recién está empezando a vivir porque estuvo casi la mitad de su vida en situación de encierro: en la calle, en la cárcel o en institutos. Ahora, es una referenta de Ciudad Oculta a la que las pibas van a buscar cuando necesitan denunciar una situación de abuso, o cuando una chica trans es echada de su casa y no tiene dónde parar. Como fundadora de Villerxs Disidentxs, la asociación civil autogestiva que dirige en su barrio, organiza talleres de electricidad, serigrafía, ollas populares, apoyo escolar y arreglo de electrodomésticos en donde todxs están invitadxs a participar, pero que las mujeres, travestis, trans, lesbianas bisexuales y personas no binarias tienen prioridad. Hace pocos días la orga estrena su casa nueva, -y propia, al fin-, y estuvieron de fiesta.

La anfitriona

Es sábado de invierno, hace frío pero el sol pica en los cachetes y en La Oculta parece que todavía va a haber luz para rato. Esta tarde la Polla es la reina del carnaval y está más solicitada que cumpleañera en fiesta de quince. Ella se ocupa de que todxs la estén pasando bien, de que los bombos estén donde tienen que estar, de que la música suene como tiene que sonar, de que las banderas estén bien puestas, de que las tortas fritas vayan saliendo y de que nadie se quede sin su mate cocido. “¿Querés?”, “¿A vos te falta?”, le pregunta a cada grupito de invitades. Con doble barbijo y saludo con puñito, -extra cuidadosa después de haber tenido Covid y a su mamá internada-, es la anfitriona perfecta.

“Hoy te viniste fachera”, le digo cuando me recibe, y ella sonríe porque sabe que tengo razón. Tiene puesta una campera metalizada y del cuello le cuelga un llavero con la bandera del orgullo; lleva el pelo con un rapado como el que usan los jugadores de fútbol o las lesbianas de toda la vida: cortito y prolijo. No llega al metro sesenta pero en su cuerpo tiene la potencia aplanadora de esas chongazas que pueden tumbar paredes con solo mover un dedo, y una sonrisa gentil que hace que todxs quieran estar cerca suyo. Se mueve para todos lados, va y viene, trae y lleva: es un remolino que se me mezcla entre la gente. Mientras me guía hasta su manzana, saluda a una amiga al pasar: “¡Esta estuvo en el penal conmigo!”, me dice señalándola, risueña y cómplice.

Somos casi 40 o más entre vecines, invitadxs, militantes de otras orgas y alumnxs del taller, rancheando frente a la casa nueva sede de Villerxs Disidentes, copando casi media manzana en su flamante inauguración. Pibxs con pelos de colores, piercings, tatuajes; chicas con sus bebés y nenes chiquitos bailan, se saludan, conversan y, entre charla y charla, se detienen a admirar la nueva casa y comentar lo bien que quedaron sus detalles hechos a mano, literalmente: entre elles levantaron este nuevo espacio, ladrillo a ladrillo, exactamente sobre la casa de la Polla.

Hay olor a mate cocido bien dulce, como el que dan en los jardines de infantes y que te hace sentir en casa, y se pueden escuchar las tortas fritas fundiéndose en el aceite, burbujeando. Otra chonga, encargada de la merienda, dirige a las chicas que hacen bolitas de masa, mientras ella revuelve la olla y ofrece la infusión en vasitos de plásticos. De fondo, una mezcla ecléctica de música que va desde Soda Stereo hasta LGante, oficia de telonera de las chicas que se animan a empezar a agarrar, de poco, los bombos.

De golpe, alguien grita: “¡Foto, foto!” y enseguida nos organizamos para registrar este atardecer mágico “pal insta”, todxs juntxs, como un equipo de fútbol. “¡Paren! No saquemos la foto acá, que salen de fondo los chabones con el camión de los salames”, indica la Polla, señalando a un grupo de personas que toman sol en sus reposeras y que nos miran con cara de estar viendo un zoológico. Todxs nos reímos, porque es verdad: nuestra fantasía multicolor termina a mitad de cuadra.

Por María Eugenia Solla

Villerxs Disidentes fue fundado hace tres años por la Polla y Matías. Él, entonces, era su novio y estuvieron cuatro años juntos, aunque sabía perfectamente que ella era torta -¿cómo no darse cuenta?-. Se cuidaban cuando vivían en la calle y entre lxs dos salieron del consumo. En ese momento, que describen como una bisagra en sus vidas, empezaron a hacer cursos y a formarse en economía popular, género y feminismo y hasta en geopolítica: “de lo que había, nosotros íbamos”, recuerda él, que tuvo que irse a vivir casi exiliado a un pueblo de La Pampa para no recaer. Allí vivió con sus tías, también tortas, que lo alojaron durante su recuperación. “Ella es todo para mí, es mi familia. Cuando yo estaba consumiendo, me venía a buscar y yo largaba todo para irme con ella”, cuenta.

Él es herrero, electricista y tallerista. También se encarga del meollo burocrático y de llevar los libros y los balances al día. Lo que más le gusta de su rol docente es lograr que la gente entienda que arreglar un lavarropas no es difícil: “tiene una lógica, cualquiera lo puede aprender”. “Me gusta saber que ahora hay mujeres que son cabeza de familia, que no tienen un compañero para compartir gastos, y que entienden cómo cambiar una térmica y no tienen que gastar dos miles pesos en eso”, me dice. Se define como heterosexual, pero tiene una pulsera gigante con los colores del arcoíris y sabe que habitar este espacio hizo que muchos amigos se hayan alejado de él.

Para la Polla, ser lesbiana en la villa no es nada fácil: “Más allá de que hubo nuevos derechos conquistados, sigue habiendo resistencias. Acá hay muchas colectividades y culturas muy cerradas, (la argentina es una, obvio). Yo también era muy católica, ¡imaginate! Hay muchxs acá que no caminan de la mano porque saben que eso puede generar insultos”, sostiene.

¿Por qué antes que torta, te definís como villera?

-Durante muchos años, en mi adolescencia, me daba vergüenza que mi papá me llevara a la escuela con olor a alcohol y que la gente sepa que soy de acá. Ahora me siento orgullosa de dónde vengo, en ese momento no lo pensaba así y, si bien estaba con chicas, no me imaginaba que algún día podría reivindicar esa parte de mí que tanto me avergonzaba, poder decir: “yo soy de la villa, yo vivo acá”. En el colegio había un pendejo re forro que me decía “negra, batatra, fea, villera”. Hoy por hoy, a mi edad, puedo reivindicar eso, porque es parte de mi identidad.

¿Qué les responderías a las personas que acusan a lxs villerxs que reivindican el villerismo de hacer una “romantización de la pobreza”?

-Es todo lo contrario: no ser sumisxs, no avergonzarnos de nuestros gustos bien de esquina de villa, de nuestras maneras de hablar o de vestirnos, perder la timidez a decir tal o cual cosa y poder hacerlo con libertad (“libertad”, qué palabra controversial). Para mí, sentir orgullo de dónde vengo es político; cuando me hicieron sentir vergüenza por ser villera y "negra" también fue político.

La Polla, por María Eugenia Solla

¿Sentís que tus años privada de la libertad motorizaron tu intención de hacer un lugar como Villeres Disidentes?

-Haber estado en la cárcel no fue nada romántico. De correccional no tiene ninguna corrección, esa parte de mi vida es un bajón, pero me ayudó a tener una coraza; capaz que me hice más rígida. No sé si mi impulso surgió dentro de la cárcel particularmente, pero hay una frase que dice que ese lugar está hecho para les pobres y eso sí lo pude ver claramente. Estaba lleno de gente con pocos recursos, que estaban en situación de calle, pero que estaban presos por venta de droga. Y yo sé que jamás esa gente podría haber vendido droga, sino que la consumían, como yo. Yo no era una delincuente, no era una asesina, era una piba de la villa que había consumido un montón de droga. Salí y volví a consumir, estaba en la calle porque no sabía hacer nada en ese momento, no tenía fuerzas, tenía problemas autoestima, no tenía unx referente que me ayude.

¿Cómo pasaste de esa situación a ser activista?

-Cuando salí por segunda vez y aprendí serigrafía en el Centro de Formación Formal de Flores terminé el curso y me sentía gigante. Pude empezar a hacer remeras y venderlas y salir del consumo. Y sentí que eso era algo que quería compartir. Pensé: ¿cuál es el mal menor? No sé si los pibes van a salir de la falopa, pero si se van a falopear, que puedan hacerlo vendiendo remeras y no haciéndose daño. Lo que me impulsó fue eso: aprender un oficio y querer que alguien más lo sepa.

¿Qué significa para vos que haya un espacio como Villeres Disidentes en La Oculta?

-Acá siguen pasando situaciones de mucha vulneración de derechos para el colectivo lgbtiq+. Este espacio llama la atención, ¡y eso que todavía no hacemos una intervención grande! Ponemos banderas: la bandera del orgullo, la bandera trans, el pañuelo verde y la gente ve a todxs estos mostris que andan por acá. La gente mira raro pero no dice nada. Ojalá esto se multiplique en otros lugares y se sumen compañeres de otros barrios y que venga más gente a compartir conocimientos. Poder tener voz y poder hacer circular la cultura es algo que nos ayuda un montón para mostrar nuestras posturas. Y por más de que haya resistencia de berretines y de lesbohomotransodio, este lugar es un espacio increíble de contención, amor, construcción; Me dicen: “¿Qué significa no binario? ¿Qué significa hétero cis?” Y eso se multiplica. Tranqui, va de a poco, pero agarrando su camino.

Camila tiene 18 años, es bisexual y, mientras espera su mate cocido, me contó que le hizo boom la cabeza cuando su primx, Mija, le citó la frase que dice siempre la Polla: que antes de ser lesbiana, es villera. “Nunca antes había escuchado a nadie que se sienta orgulloso de ser de acá y le dije: ‘presentame a esta mina”, recuerda. Ella, con otrxs amigues, es parte del grupo de adolescentes y adultxs que participan de los talleres y de las ollas populares de Villeres Disidentes. Mientras esperamos que se caliente el mate me acompaña con su amiga, Luna, que también es bisexual, al salón principal. De un perchero cuelgan delantales y máscaras de soldar, como armaduras que aguardan a ser usadas. Sobre la otra pared, un panel gigante donde están acomodadas, súper prolijas, las herramientas. Del otro lado, un pizarrón verde y una bandera del orgullo.

¿Qué piensa tu mamá de que vengas acá?

-Ella está en proceso de aceptar “lo mío”, que es algo que sé desde que tengo 15, cuando empecé a descubrirme. Cuando empecé a venir acá le gustó, pero me decía que era ridículo y tonto que hagamos caminatas por la villa con la orga. Yo le decía: “Hay mucha gente acá que sufre violencia y si quiera lo saben”. Ahí tocamos un tema personal, porque que alguien no te pegue no quiere decir que no sea violento.

¿Qué creés que piensan los vecinos de la comunidad lgbtiq del barrio?

-Hay muchísimas personas que no saben qué significa ser trans, lesbiana, no binarie y no les interesa. También hay mucha gente que es parte de nuestra comunidad, pero se reprimen, porque creen que lo que sienten está mal. Acá, en la villa, hay mucha gente de Bolivia, de Paraguay, gente que llegó hace 30, 20 años, con una educación muy carente. Personas que desde muy niños tuvieron que trabajar, con historias de vida de mucha violencia y no tuvieron un espacio para hacerse estos planteos.

¿Cómo pensás que influyen los discursos religiosos acá?

-Hay una mirada muy conservadora. Encima de que falta educación, hay temas de los que no se habla porque todo es tabú. La gente es muy religiosa y se resguarda mucho en la iglesia, creen que ser gay es antinatural y que está mal. Yo, igualmente, creo que hay una gran diferencia entre quienes no tuvieron educación y quienes son malas personas. Una vez estaba hablando con mi mamá y le dije: “Mamá, ¿nunca probaste estar con una mujer?”, y ella me dijo: “Camila, en mi época ni pensábamos que podíamos estar entre nosotras”. Siento que educar en estos temas removería muchas cosas, sería muy fuerte porque muchas personas se darían cuenta de abusos que han sufrido y que tenían naturalizados.

¿Cómo es para vos caminar de la mano con una chica por acá?

-Es chocante. Si saliese de la mano agarrada de un tipo, lo halagarían; pero si salgo agarrada con una chica todos nos mirarían, dirían cosas. Entre mujeres si no se nota tanto, tal vez al que no sabe, no le molesta. Pero mi prima es trans y le gritan “¡te voy a cagar a trompadas para sacarte lo puto!”. Ella tiene 15 años, es activista y tiene una cabeza brillante. Pero su padre es muy violento.

Vicky es una chica trans, tiene 24 años y vive en la casa de una vecina porque su familia la echó de la suya. Cuando se sienta al lado mío para conversar retuerce un poco las manos, hay algo tímido en su mirada, pero se nota que tiene ganas de hablar, como si las palabras le salieran de todos lados menos de la boca. Ese día está vestida como se vestiría cualquier pibe más: jean y buzo gris con capucha. Pero tiene las uñas pintadas. La acompaña en este día de fiesta Pamela, su mejor amiga. Ellas no se despegan y a Pame se le llenan los ojos de lágrimas cada vez que me habla de lo importante que es, para ambas, que exista este lugar. “Significa lucha, contención, un abrazo a la amiga cuando necesitás ayuda”, me cuenta.

¿Qué significa para vos, Vicky, ser una chica trans en este barrio?

-A los vecinos les molesta todo lo que hago: si bailo, si me maquillo, si me pongo zapatos, si uso aros, si me pongo vestidos, (amo usar vestidos); me dicen: “¡Vos sos hombre!”. Los vecinos son muy conservadores, algunos son buenos pero hay muchos que son muy, muy violentos. Me han tirado piedrazos, yo he sufrido muchísimo acá. No tuve ayuda de mi familia. Sé que me gustan los varones desde que tengo 9 años y a los 18 se lo pude decir, pero no lo aceptaron. Y cuando conocí a la Polla todo fue distinto, ella sí me dio una mano.

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Mija, la prima de Camila, también es del barrio y participa de los talleres de Villeres Disidentes.

Tiene 15 años, es trans no binarie y, además de ser activista en el centro de estudiantes de la escuela, también escribe poesía.

¿Qué te pasó cuándo conociste a este espacio? ¿En qué te modificó?

-Para mí es un lugar para compartir. Allí sanaron una parte mía, una llena de vergüenza. En un momento de vulnerabilidad, la Polla me dijo: “Les villerxs y transfeministas dicen ¡No!” (a sentirse avergonzade). Es algo que antes no podía hacer. Aún me cuesta, pero puedo.

¿Qué impacto tiene en el barrio este lugar?

-Creo que el impacto que tiene villeres, en muches de les vecines, es de confusión. Es chocante que alguien te diga: "Che amiga, eso que te pasa es una agresión”. También genera enojo por parte de las personas que no están de acuerdo, mucha rabia. Eso se manifiesta con gritos, con quejas. A muchas compas les gritan cosas como “feminazi”. Desde nuestras casas, desde niñes somos violentades por parte de nuestros padres. Luego, somos discriminades en las escuelas, en nuestro trabajo. Nadie quiere a un villere como compañere. Nadie denuncia porque ya sabemos que la policía no va a hacer nada, estamos acostumbrados a que nos ignoren.

¿Qué lectura podés hacer de esto?

-Acá a mucha gente le negaron la educación, la información y hasta el afecto. La juventud, mi juventud, está viniendo con todo. Pero también sigue habiendo chiques con ideas conservadoras, ideas que atrasan mucho. Y eso viene de sus familias. Por eso es muy necesaria una ESI transfeminista y antirracista para les niñes y adolescentes, pero en especial para las familias. No sirve de nada educar a les niños si no hay posibilidad de educar a les padres.