“Pensar la comida” es una propuesta urgente. Des-naturalizar cómo se come, encontrar los mecanismos de poder y control ocultos en una actividad cotidiana, con espesor histórico por desandar, son apenas esbozos para adelantar lo que hacen el filósofo Darío Sztajnszrajber y la periodista Soledad Barruti, autora de libros fundamentales como Malcomidos (2015) y Mala Leche (2018). Estarán juntos este jueves, a las 20.30, en el Teatro El Círculo, con entradas a la venta por Ticketek, y el banquete será sentarse a desmenuzar los platos ya servidos. “Querer saber es un problema, para cualquier persona. La preferencia de no saber es una reacción muy rápida, muy espontánea y muy real, ante un mundo que es horrendo”, dice Soledad Barruti sobre el sistema de alimentación que explica la inminencia del colapso ambiental, pero también la relación que este sistema ha planteado con la naturaleza y el resto de los seres, siempre como cosas. Góndolas repletas de ultracongelados, gaseosas que requieren de 14 litros de agua para producir apenas un litro, carne de animales que son criados en un sistema de extrema crueldad, verduras y frutas repletas de agrotóxicos forman parte de una mesa que envenena, antes que nutrir.

Darío y Soledad se encontraron por primera vez gracias a una convocatoria de la Unión de Trabajadores de la Tierra, y rápidamente se entendieron, comenzaron a trabajar juntos. “Me pareció, la verdad, interesante, para mí empezar a meterme con un tema al que le vislumbraba una urgencia política, para mí la filosofía es siempre una práctica política”, plantea Darío. Soledad se involucró en el tema desde la curiosidad, y le explicó el mundo. “Para mí fue muy inesperada la capacidad total del sistema alimentario para explicar la conformación de nuestro sistema en tantísimos órdenes y a la vez de tener esas posibilidades de respuestas políticas muy concretas, muy directas, para revertir ciertas posiciones que son muy violentas, muy injustas, muy destructivas, que estamos adoptando todo el tiempo”, dice la periodista.

Para Darío, pensar en algo tan asociado a la costumbre como es la alimentación, parte de esa frase del feminismo de fines de los 60, “lo personal es político” que “por remanida no deja de ser efectiva”. “Comer es un acontecimiento político desde ya, pero viene con toda la parafernalia propia de su propio ocultamiento. Nuestro sentido común hace del comer no un ejercicio de poder, o sea, hace del comer algo que por natural no puede ser de otra manera y una práctica política es siempre una práctica al mismo tiempo crítica, pero también emancipadora, entonces, hay otras formas posibles de relacionarse con la comida, como hay otras formas posibles de relacionarse con la sexualidad, de relacionarse con la educación”. Esto tiene efectos concretos: “Una vez que tomás conciencia al viejo estilo del siglo 19, no te queda otra que una práctica”.

El subtítulo de la charla es “La gula. Lo animal. El colapso”. “Para mí es interesante pensar a la comida y a la cuestión alimentaria como una información directa. Este sistema no podría tener otra comida que tiene, con los efectos que tiene, directos, como los efectos anteriores, lo que que hace que devenga en este estado de cosas y al mismo tiempo lo que hace a que se sostenga a la imposibilidad de ver qué lo que está aconteciendo. La comida que estamos comiendo nos enajena, nos vuelve adictos, nos exige un montón. Es una orden para no cuestionar”, dice Soledad, y abunda un poco más en un diagnóstico que no es apocalíptico, sino simplemente realista. “Vamos volviéndonos máquinas voraces que se van devorando primero a sí mismos y a sus propias capacidades y a esa identidad que hace a lo humano, con un montón de cualidades que tienen que ser descartadas para entrar en este sistema, que van desde relacionarse con otros animales, a relacionarse con la naturaleza como parte. Nosotros dejamos de ser parte de la naturaleza”.

Barrutti recuerda algo que -con la excepción de experiencias políticas que apuntan a construir otras alternativas- la sociedad de consumo y uno de sus puntales, la industria de la alimentación, han derribado. “La capacidad de territorialización y de situarnos que tiene la comida, donde vos comés cosas que vienen de un territorio del que sos parte, fueron reemplazadas por comer cosas que aparecen en una góndola y que están como alienadas ahí, en un sistema tremendo”, dice Barruti, quien sostiene que “hay una civilización que se escindió de la naturaleza, al mismo tiempo obligando a la naturaleza a actuar de esa manera capitalista, actuar de esa manera maquinal, despojada de cualquier derecho. Todo lo que está en la naturaleza, todo lo que queda ahí, todo lo que queda en los territorios, está puesto al servicio de sostener este sistema al que no pensamos cómo se llegó. Y mientras tanto, todo eso va detonando y va colapsando”.

El diagnóstico es tan certero como descorazonador. “Ya no hay agua sin veneno, donde ya no hay suelos fértiles, donde ya no hay bosque, donde los animales se extinguen al ritmo de una caída de un meteorito por nuestro deseo de comer galletitas con Nesquik. Es delirante lo que pasa, ni siquiera es un fenómeno disruptivo. Es la misma adicción a este sistema que nos vuelve ciegos a ver todo eso, a entender toda esa complejidad. Estamos encerrados entre las cuatro paredes de un shopping mental, en donde vamos como consumiendo cosas que nos van como obnubilando a cada bocado”.

Ante la inminente visita a una ciudad cuya vida está ligada al río Paraná, Barruti lamenta “esa idea de que los ríos son algo que es inerte, y en realidad, nosotros tenemos en nuestra región ríos que fueron nombrados como sujetos de derecho, porque hacen a una red de vida que también conforman a las identidades de esos lugares donde hay ríos, y el Paraná al contrario de eso es como un gran depositario de lo peor de la sociedad”. Señala que “Rosario no tiene ni siquiera un sistema de filtrado cloacal adecuado, entonces tira la mierda al río como si estuviéramos en el 1800, aparte de eso tira una cantidad de venenos que hace un montón vienen siendo medidos en peces, en suelos y cauces de agua, viene deshaciendo su capacidad de llenado por la devastación alrededor y la gran deforestación que se hace no solo en la Argentina, sino también en Paraguay y Brasil. Estamos viendo morir a un río asesinado”.

Las alternativas son políticas. “Creo que nosotros no podemos transformar desde nuestras individualidades al sistema, pero sí tenemos una urgente necesidad de transformarnos a nosotros mismos. Y en esa cuestión de que la comida es información, sí sucede algo, y algo muy poderoso, en la medida en que modificás ciertas formas de consumo”, plantea Barruti. Y apuesta a reconocer “nuevas alianzas con eso, volvernos no consumidores sino coproductores de nuestras posibilidades alimentarias. Tal vez no podés tener en tu casa una gran huerta, sino que podés tener un reconocimiento con las personas que producen tus alimentos y esas personas no viven ya en una película de terror, marginalizados, envenenados y casi esclavizados, sino que son personas que están generando su propia lucha política en territorios, y esa es una manera de apoyar no solamente en el consumo, sino en la multiplicación de ese eco político que realmente es muy poderoso”. Ella menciona a la U.T.T. pero también se puede pensar en la Red de Huerteras y Huerteros de Rosario. 

Ante la necesidad y urgencia real de ensayar nuevas formas de vida, Darío vuelve a recurrir a la experiencia feminista. “La misma pregunta le podríamos hacer al feminismo y entraríamos en un mismo dispositivo, que es de qué manera esos cambios son cambios que empiezan por movilizaciones colectivas o comportamientos personales, la dialéctica entre lo personal y lo colectivo y el feminismo ha dado muestras de que en tanto es una cuestión política, la opresión patriarcal, se trata de siempre un vaivén entre ambos polos, porque se trata de salir a las calles a ejercer derechos al reclamo, a influir en la política tradicional pero también en los cambios concretos, familiares, en los hogares, y en las formas en que se reestructuran tareas, se deciden roles. Esa misma lógica le cabe al ambientalismo que no por casualidad hoy también hay implicado un activismo novedoso, hay muchísimos jóvenes volcados a la militancia ambiental, que está atravesado por lo mismo”.