Si aún imagino a Eduardo Serón pintando, recuerdo la frase que decía el ultramoderno saxofonista Johnny Carter en el cuento El perseguidor, de Julio Cortázar: "Esto lo estoy tocando mañana". Y lo imagino pensando: "Esto lo estoy pintando mañana". Atesoro en mi memoria una escena, la de la visita que hice a fines del siglo pasado a la casa taller que compartía con el amor de su vida, la artista Mele Bruniard. Evoco aquel contrapunto entre los dos: Eduardo mostraba sus pinturas abstractas y Mele, con su voz risueña y gestos, describía las figuras que veía en ellas, buscando mi complicidad. ¿No era aquello una panza? ¿Un animal? ¿Una flor...? Mele se despidió en 2020. Y Serón, quien en aquella ocasión (ante sus bocetos de cuadros futuros) dijo que no le iba a alcanzar la vida para pintar todo lo que pensaba, ahora es todo pasado también. Y cuesta creerlo, aceptar que el pintor más futuro de Rosario ya no tiene mañana en que pintar.

Mi hermano Luis encontró entre los papeles familiares la participación, grabada en madera por Mele y estampada en tinta negra xilográfica, del casamiento de ambos. Aquel envío sucedió en una Rosario que crecía hasta el cielo en medio de un sueño moderno de progreso sin fin. Aquel sueño de la clase media duró poco; el amor de ellos dos (tanto mutuo como por el arte), toda la vida. En 1960 fundaron juntos el grupo Taller. Discípulo de Juan Grela, Serón (igual que Mele en Grabado) fue profesor de Pintura en la Escuela Provincial de Artes Visuales de Rosario. También enseñó en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Rosario e integró además la Agrupación de Artistas Plásticos Refugio.

Eduardo Serón había estado de visita en casa de nuestro padre cuando ambos cursaban el colegio Industrial, actual Politécnico. En un ramalazo de humor juvenil y con un amor por la poesía que también le duraría toda la vida, compuso versos al legendario Felipe Manobrava, el gato de la casa. "Alturas: // La ecuación de un bigote peloduro, / coronando la boca, se engalana; / y los ojos de brújula pretenden, / de la altura de un clavo, / regalarla. // ¡Qué poema de luces y amarillo! / ¡Qué plumaje! / la boca se hace agua; // ...y si alto y lejano / (como ideal supremo) / el canario se espanta / no le aflige a Felipe, / que a su alcurnia de noble Manobrava, / no habrá tortícolis ni llanto que distraiga/ su derrotero sin límites: la jaula". Fechado el 2 de agosto de 1949, podría ser una pintura, donde el color (un acento amarillo) corona una composición de ideas formales, definiendo musicalmente un espacio visual al que la tensión entre las formas en pugna (gato y jaula) redefine a su vez como campo.

Hubo otra visita (muy triste), una vida después, de Serón a mi padre ya muy enfermo: un signo de lealtad del noble amigo pintor, quien de por vida tuvo esa misma lealtad (palabra que quizá le hubiera hecho levantar una de sus gruesas cejas, pero no encuentro otra mejor) con su propia obra, el sólido desarrollo de un formidable proyecto estético y plástico. Una cosecha de premios y homenajes galardonó la trayectoria de este creador incansable, elegido para inaugurar con una muestra individual, hace una década, la galería rosarina de arte Diego Obligado. En 2019 se le otorgó el Premio a la Trayectoria del Salón Nacional de Artes Visuales.

"Toda mi obra está basada en la recta y en la curva, que por otro lado es la clave de la Naturaleza", dijo Serón alguna vez en una entrevista. "Forma" es la palabra que mejor definiría su búsqueda. Su pintura dialogó durante ininterrumpidos setenta años con las poéticas más prístinas del modernismo, esa aventura que hizo del lenguaje artístico una realidad en sí. Nancy Rojas fecha la aparición de Serón en la escena artística rosarina en 1954, cuando las tres témperas abstractas con que se presentó en el Primer Salón de Arte Moderno generaron (pese a la expresa intención de modernidad del convite) cierta polémica. Había comenzado a estudiar la carrera de Arquitectura en 1953 y era lector desde su aparición en 1951 de Nueva Visión. Revista de cultura visual (Buenos Aires, 1951-1957), dirigida por el artista Tomás Maldonado. A través de este órgano de difusión del arte concreto le llegó la influencia de pintor europeo Max Bill y de los poetas de la revista Poesía Buenos Aires. Un poema de uno de ellos, Rodolfo Alonso, se titula "Prestigio de lo absoluto". En el año 2000, Serón tituló así a una serie de su autoría. El poeta Edgar Bayley (hermano de Tomás Maldonado), en un manifiesto publicado en el único número de la revista Arturo (1944). pedía "una imagen librada de la necesidad de referirse a objetos ya existentes". 

La forma como un mundo en sí, con su belleza liberada de toda función mimética: esa exquisitez cultivó Serón en su jardín pictórico de rectas, curvas y colores. Ya descansa, el guerrero de las formas. O tal vez haya un cielo donde pueda aún pintar pinceladas en el aire. Ante el dolor de la pérdida, queda el consuelo de la obra. Seguramente le gustaría que le dijéramos adiós con estos versos de Bayley, uno de sus poetas favoritos: "esta mano no es la mano ni la piel de tu alegría/ al fondo de las calles encuentras siempre otro cielo/ tras el cielo hay siempre otra hierba playas distintas/ nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada".